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 domingo, 25 de marzo de 2007  
Jorge Sigal
De la creencia al desencanto
Militó desde joven en el partido comunista y un día renunció. Ahora cuenta su historia en un libro

Rodolfo Montes / La Capital

Tal vez por los aires revisionistas que corren en la política argentina

—en torno a los años setenta y la Triple A, por ejemplo—, “me sentí evocado a recorrer viejos fantasmas”, reconoce el periodista Jorge Sigal, autor de “El día que maté a mi padre, confesiones de un ex comunista”.

Pero, aclara, “que nadie me sobreestime, detrás de este libro no hay nadie,

no hay intencionalidad política”. En “El día que maté a mi padre” (Sudamericana), Sigal condensa casi todas las marcas de un clásico ex comunista: familia judía de clase media de Buenos Aires, ingreso en la Federación Juvenil Comunista a los 14 años, estudios en las escuelas de marxismo leninismo en Moscú. Además fue militante rentado e integró el Comité Ejecutivo de la Fede, la cofradía de los 17, que pasó del “apoyo crítico” a la dictadura (hasta principios de los 80) a la reivindicación del Che, en 1984. Ese año entró en crisis, y renunció. “Fue un salto al vacío, muy angustiante”, recuerda. El trabajo se inscribe en el rubro novela testimonial y no pretende demostrar nada. No es un ensayo sobre la izquierda ni el PC, y tampoco una investigación periodística. “Yo no me puedo equivocar —en el registro periodístico— cuando cuento que Julio César (el personaje central del libro) le pegó un sillazo en la cabeza al hermano del Che, en La Habana, en 1978. Si cuento los hechos con personajes verdaderos, necesito otras verificaciones”, dice Sigal.

—¿Qué te decidió a escribir tu testimonio novelado?

—Quería que esta historia la conocieran mis hijos. Día por día, les leía a ellos las distintas partes del libro. Les conté la historia de mi vida a través del libro, fue fantástico. Le recomiendo a los padres que hablen con sus hijos, que no se pierdan esa experiencia. Yo tuve un pretexto fenomenal para hablar con mis hijos. Pero también fue desgarrador..

—¿Por qué emociona un pasado militante que a la vez también fue un proyecto

que fracasó?

—Porque mientras creí fui muy feliz. Las banderas de igualdad, fin de la explotación, el hombre nuevo, eran hermosas, y no reniego de ninguna. Miles

de personas que fueron parte del Partido Comunista en la Argentina y en el

mundo creían honestamente en ellas.

—Hay quienes sostienen que estas confesiones autocríticas de la izquierda

favorecen a la derecha. ¿Cómo lo ves?

—Pertenezco al progresismo, y como tal no puedo tenerle miedo a las palabras

ni a las ideas. ¿Por qué no debería contar todo lo que conozco y pienso sobre

el PC? ¿Acaso tengo algún tipo de representatividad social que me haga

ocultar lo que sucedía dentro de la izquierda? Si la izquierda no puede discutir de manera abierta estos temas no tiene destino. Pero conozco esa lógica, curiosamente dicen que estas cosas “no hay que decirlas hacia fuera”. Y yo me pregunto: ¿Qué es el adentro? ¿Quiénes somos los que estamos en ese adentro?

—¿Qué fue el PC en tu vida?

—Idealicé al Partido Comunista y a sus dirigentes. Por ejemplo consideraba

a Victorio Codovilla —cofundador del partido en Argentina— casi como un

Dios, aunque fue un ser prácticamente desconocido para la enorme mayoría de

ciudadanos del mundo. Mi mayor autocrítica fue, en 1984, rendirme, colgar los

botines, no quería saber nada más con el partido.

—¿Tu historia fue la de muchos?

—Pintando tu aldea, en parte, se pinta al mundo. Aunque la experiencia de

militancia en el Partido Comunista, en principio, tiene interés sólo para algunos miles de personas que pasamos por ahí, sin embargo la revelación del fascinante mundo interno de una organización cerrada, sectaria y dogmática también vale para muchas instituciones y organizaciones en principio muy distintas al PC. Mi libro, de manera novelada, indaga sobre las creencias en general, más que sobre la ideología comunista en particular.

—¿Cómo fue abdicar el sistema de ideas del PC?

—Teníamos un sueño, un credo, que llamábamos revolución, nuevo hombre,

comunismo, hasta que llegó el desencanto. Entonces, ¿qué pasa con el desencanto

ante una creencia tan poderosa? Cuando perdí mi creencia me sentí desnudo y descubrí que era maravilloso vivir con el credo, la vida era más fácil

con el credo. El desencanto le puede pasar a un trotskista, a un católico militante y también a un fascista. Por ahí está la búsqueda de mi libro: ¿Podremos vivir sin sueños?

—¿Por qué tu padre aparece como eje del relato?

—Como muchos chicos, yo creí fervorosamente en mi padre, lo idealicé como hombre del PC. Y mi estilo fue mirar todo por el ojo de la cerradura. En mi casa se vivió casi siempre un clima de clandestinidad, eso implicaba la

biblioteca con doble fondo, los carnets del partido guardados detrás de alguna

tapita de luz de la casa. Ya desde muy niño yo jugaba a ser comunista. Y mi

primer acto revolucionario fue tomar un carnet de mi papá, borrarle el nombre

y ponerle el mío.

—Estudiaste en el famoso Konsomol soviético, que ya no existe.

—Yo viajé con 17 años, en 1970 a las escuelas del Konsomol, la Juventud

Comunista soviética. Ahí descubrí, por ejemplo, que Leonid Breznev tenía

64 autos de colección, y vivía como la gente rica. Los autos oficiales soviéticos eran más largos que los Cadillacs americanos: imaginate un auto negro, cinco metros de largo, con una banderita rusa y otra argentina, trasladando al secretario del PC argentino que estaba de visita, algo imponente. Eso me impactó mucho, me costó entenderlo, porque yo en Buenos Aires, como militante rentado del Partido, me pelaba los zapatos pateando las veredas para cuidar las monedas.

— ¿Cómo construiste el al personaje clave de tu libro, Julio César?

— Lo inventé yo, aunque muchos lectores lo hayan identificado con algún

dirigente del PC en particular (Patricio Echegaray, actual líder del PC).

Julio César es un personaje muy literario, grotesco, me vino servido para

el libro. Fue el que lideró el fantástico viraje desde el apoyo crítico a Videla, pasando por el voto a Luder en 1983, hasta el guevarismo en 1986. Ese giro fue alucinante, y se dio en pocos años. Por supuesto, en el PC todo siempre se podía explicar, así, parejito, como si no hubiera habido sobresaltos. Resulta que habían hecho un zafarrancho, pero te lo explicábamos como si fuese todo normal, todo lógico.
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Debate. "Si la izquierda no puede discutir de manera abierta no tiene destino", dice Sigal.

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