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sábado,
24 de
marzo de
2007 |
Reflexiones
En defensa de la política
No hay dudas: el disconformismo ciudadano con la política tiene su sustento en la crítica visión sobre el comportamiento de sus principales actores: los dirigentes políticos. Existen fundamentos: las insuficientes gestiones de los gobiernos, el incumplimiento de los mandatos electorales, las denuncias -y la impunidad- sobre hechos de corrupción, el doble discurso. Hay más: en épocas del proyecto desideologizador neoliberal -cuyas secuelas aún percibimos- se sentaron las bases del pragmatismo ético: se consagró el "todo vale" y era exitoso el eslogan que justificaba al gobernante que "roba pero hace". Y predominó la claudicación, la renuncia y así la política tuvo un discurso nada épico: "no hay alternativas" sólo "hay que adaptarse a la globalización".
La política sin Estado (o mejor, con Estado cómplice) se volvió impotente frente a los mercados: ganaron los tecnócratas, adalides de la antipolítica y reinaron los "expertos" que convencieron a muchos -aún hoy- que el problema ante la crisis se resuelve "gestionando" y no gobernando para transformar la realidad, y que la pobreza y la exclusión que vino de la "mano invisible" se soluciona con "puños de hierro".
La crisis de 2001 trajo consigo -paradójicamente- en muchos dirigentes una actitud conservadora: antes de ser arrastrados por la repulsa social adoptaron la "política kitsch": Encuestas en mano miden el humor de la "gente" prefiriendo "ir a lo seguro" y limitarse a enunciar y proponer aquello que se considera aceptable en vez de contribuir a la renovación democrática con nuevos valores, ideas y estilos políticos.
Pero digámoslo también: los políticos no son una "clase" que viene de un planeta distinto al nuestro: son parte de la sociedad, y como tal debemos hacernos cargo. No creo que seamos como se ha dicho "un país de millones de ciudadanos cultos, honestos e inteligentes usurpados por una clase política rapaz y corrupta, argumento que podrá ser todo lo autoconsolador que se quiera pero es peligroso y falso". 1) Peligroso, porque el discurso de la antipolítica (aunque a veces se recicle en discursos de "nueva política") esto es, la desacreditación generalizada de "los políticos", de los partidos y de los órganos deliberativos, ha tenido en nuestro país una clara orientación autoritaria, predecesora de tentativas conspirativas o intentos hegemónicos: desde Leopoldo Lugones en 1924 pasando por militares que se tiznaron el rostro, hasta gobiernos de variada estirpe. En todo los casos sus prédicas no plantearon mejorar la democracia, sino suprimirla, presentarla como inviable o vaciarla de contenido. 2) Falso, porque muchos de esos críticos no son ajenos ni son las víctimas de la situación política, económica y social en la que nos encontramos. Por el contrario, han sido -y son- protagonistas fundamentales y en gran medida responsables de lo que nos pasa: son los mismos incendiarios disfrazados de bomberos.
Hay que revalorizar la política porque no hay democracia sin política. Lo que sí se necesita es un cambio de ideas, una renovación de propuestas, un ensanchamiento de los espacios de participación de los actores políticos en la toma de decisiones. Una de las formas del cambio en este escenario es recuperar el sentido de lo público, y recuperarlo en un país cargado de viejos y nuevos autoritarismos, individualismo, exclusión y anomia, no es poca cosa. Y esto incluye recuperar también el debate público. La democracia no es monólogo, es diálogo, confrontación de ideas y de proyectos en una dialéctica de consensos y disensos. Como decía Castoriadis: el problema de esta sociedad es que dejó de interrogarse. Es saludable, renovador (y democrático) que el mayor número se involucre en la decisiones de lo colectivo: uno de los peores legados del neoliberalismo fue la privatización del debate público y haber hecho creer que la cosa común puede resolverse con decisiones individuales y recursos privados.
La aparición de la doctora Griselda Tessio en la política santafesina, más allá de especulaciones electorales o preferencias partidarias, mejora sin dudas la calidad del debate público, y por tanto eleva cualitativamente el discurso democrático. Tessio no ha disimulado sus posturas ideológicas, ni ha llegado blandiendo la demagógica "vulgata antipolítica" heredera del qualunquismo europeo y vernáculo: ha reivindicado la política como instrumento de cambio y transformación social. Tessio no llega a la política de la mano del cupo femenino, aunque no sea un demérito, pero muchas veces este mecanismo ha sido utilizado para cumplir un requisito legal. Ha sido propuesta por méritos propios, antecedentes y trayectoria, y alcanzará la función gubernativa si la voluntad popular así lo decide. Ha renunciado a un cargo en un país en el que -sin especulaciones- pocos renuncian, y menos a cargos rentados y que gozan de inamovilidad.
El campo de lo jurídico y el de lo político son espacios diferentes pero no excluyentes. El discurso jurídico de los derechos humanos debe transformarse, renovado en sus contenidos y prácticas, en acción política para intentar que en la díada poder-derechos humanos la relación se incline a favor de éstos y para que de una democracia electoral pasemos a una democracia de ciudadanía: el grado de desarrollo de una democracia está esencialmente vinculado con el nivel de vigencia de los derechos ciudadanos y esta tarea está inconclusa y requiere el compromiso del mayor número.
La Justicia pudo haber perdido una funcionaria de admitida valía, pero la política ha ganado una mujer con compromisos éticos y convicciones que, como todos, deberá sostener y revalidar con sus actos. Ha renunciado a un lugar -de aparente- "comodidad" profesional para ingresar a un espacio mucho más beligerante, menos reconocido y a veces ingrato como es el de la política. Diría en palabras de Hanna Arendt: "La humanidad no se adquiere nunca en soledad... sólo puede alcanzarla quien expone su vida y su persona a los riesgos de la vida pública".
(*) Doctor en derecho, profesor
titular de derecho político (UNR).
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