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 sábado, 09 de septiembre de 2006  
Presencia. Imágenes de una profesión unida al futuro y a la esperanza
De la desazón a la alegría cotidiana de ser maestro
Luis Alberto Ruiz, o Beto, es docente desde hace 15 años. Enseña en la Escuela 1.300 (camino a Soldini), dice que "alcanzaría con dignificar las aulas para que no crezcan las cárceles"

Marcela Isaías / La Capital

Si de algo está convencido Luis Alberto Ruiz, o sencillamente Beto como lo conocen, es que a su profesión de docente no la cambia; es más, que la volvería a elegir, más allá de las frustraciones cotidianas, producto de las contradicciones de leyes que dicen una cosa pero que en la realidad expresan otra.

Pero Beto no pierde la alegría. Dice, incluso, que es en lo que hay que apoyarse para seguir adelante en una realidad vulnerable.

El maestro tiene 39 años, está casado con una docente, tiene tres hijos y apenas se acerca a los 1.100 pesos por mes cuando le toca cobrar el sueldo.

Se dio cuenta de su vocación cuando trabajaba en un centro comunitario, y más tarde cuando se incorporó al Plan Nacional de Alfabetización, iniciado en tiempos de Alfonsín, época en que la democracia hacía sus primeros pasos.

"Hasta ese momento yo trabajaba en mi otra profesión, de electrotécnico, hasta que me di cuenta de la importancia de la escuela, que se puede hacer el bien y ayudar mucho desde la educación", recuerda Beto sentado en el medio del enorme patio de su escuela, la Nº 1.300 Juan Domingo Perón, ubicada por la Ruta 14, a pocos metros del límite entre Pérez y Soldini.

Pero enseguida se detiene en su charla para hacer una aclaración que, entiende, es fundamental: "Digo hacer el bien, pero no hablo de asistencialismo, sino para ayudar a mirar el mundo de otra manera. Y esto es pensar siempre que hay otra oportunidad, que es posible la esperanza".

Y las palabras de Beto seguro son compartidas por muchos otros maestros. Sin embargo, tienen un peso singular cuando se conoce de cerca la realidad en la que trabaja.

A su escuelita llegan todos los días unos 300 chicos que asisten desde el nivel inicial al 7º año. Son chicos que viven en los barrios Terraplén y Jardín, de Pérez. Todos muy humildes.

Es allí donde Beto entiende que tiene una tarea clave, junto a la enseñanza de la lengua y las ciencias. "Cuando se trabaja con sectores humildes, postergados, te encontrás con familias que creen que nada se puede hacer, que no hay salida para la pobreza. Es entonces que la figura del maestro talla el futuro, abre puertas y da una esperanza porque hay otros mundos posibles".

La escuela es chiquita, con una gran virtud: un patio enorme que invita a los chicos a correr hasta el cansancio. No faltan los perros amigables que se pasean por las aulas y el comedor escolar instalado en lo que debió ser un salón de clases.

Las láminas en las paredes dan una pista sobre qué se trabaja en ese momento. "Aquí están nuestros héroes preferidos", dice Beto, que enseña en cuarto año, al detenerse a mostrar las imágenes de San Martín y Belgrano.

El contraste de esta imagen de escuela empeñada en sostener la mejor enseñanza llega de inmediato cuando el recorrido y la charla avanzan. Una puerta se abre y allí están los baños. "Me pregunto si la señora ministra dejaría que sus hijos entraran a estos baños", dice en voz alta Beto al mostrar una postal desoladora de viejos y rotos inodoros, falta de puertas, el techo caído y la instalación eléctrica asomando por las paredes.

Y hay más. Por el frente de la escuela pasan las cañerías de gas, pero no entran a la escuela. Es fácil imaginar el frío diario que pasan los chicos y maestros.

"No se puede pensar en una escuela verdaderamente inclusiva en esta situación. Puede haber mucho escrito, pero es letra muerta si no hay decisión política que acompañe los discursos", reflexiona Beto sobre una de las metas fijadas por el Ministerio de Educación provincial de hacer una escuela inclusiva.

Para el maestro, este discurso debe estar acompañado de realidades: infraestructura digna, salarios decentes, capacitación en servicio y un presupuesto adecuado, entre otras cuestiones.

El maestro enseguida apunta: "Imaginate cómo podemos pensar en una escuela inclusiva si nuestros alumnos arrancan con desventajas". Recuerda entonces que la escuela -esta semana cumplió dos décadas- nunca tuvo un cargo de profesor de dibujo ni de educación física. Y recién el año pasado, es decir luego de 19 años, les llegó el teléfono.

"¿Clases de computación?", cuestiona, y acompaña la pregunta con una sonrisa irónica para dibujar lo lejano que aparece esta posibilidad para sus alumnos.


Obstáculos y esperanza
"Cuando nuestros chicos egresan del 7º año de la EGB y pasan al 8º de otra escuela, llegan en desventaja. No puede dar lo mismo contar con todos los profesores que con algunos", dice Beto.

Quizás en las palabras del maestro podrían encontrarse algunas de las razones de por qué el 8º año de la EGB es el de mayor repitencia (un 13% en la provincia. Un dato que el propio ministerio provincial hizo circular por las escuelas.

"Muchas veces te sentís frustrado, como que nada de lo que hacés alcanza. Esto repercute en nuestra salud ya que provoca un estrés impresionante".

La confesión del maestro es acompañada de un relato conmovedor: "Un día me enteré que uno de mis alumnos dormía con cinco hermanitos en una sola cama, yo no pude dormir más hasta no conseguirles al menos una cama más. Eso te genera un cansancio y un desgaste muy grande, que quizás sólo se supera cuando entrás al salón de clases y los chicos te reciben con un abrazo".

Ahora, el esfuerzo del maestro y sus alumnos está puesto en poder viajar a Santa Fe. Un paseo que la currícula indica para los chicos de 4 año de la EGB. "La fecha es para el 14 de noviembre, estamos reuniendo de todos lados los fondos para viajar: vendiendo pastelitos, rifas y un bono contribución", cuenta el maestro de la Escuela 1.300.

"Aquí hay otra enseñanza para los chicos -agrega-: el valor del trabajo compartido, el esfuerzo en conjunto y saber que entre todos es posible conseguir una meta".

La charla se extiende por su otro trabajo docente en un Centro de Capacitación Laboral (Cecla), con quien hasta esta semana se mantenía en deuda la concreción de los concursos pendientes. También por el debate por la nueva ley de educación nacional: "Fue una verdadera falta de respeto darnos unas horas, sin el material adecuado, para discutir un tema tan serio".

El testimonio del maestro avanza para decir: "Siempre creo que somos más los buenos que los malos. He visto a los maestros desgastarse, con problemas psicológicos producto de ese cansancio, y entiendo que puede ser trillado repetir que todo lo que pasa repercute en la escuela. Pero esa es la verdad: si hay hambre, si falta ropa, si falta trabajo en los padres, todo lo sentimos aquí. También la falta de oportunidades. ¿No es mucho para un ser humano?".

Y a renglón seguido confiesa: "A los maestros no nos gusta hacer paro, nosotros nos preparamos para enseñar, que es lo que nos llena de alegría, ¿no sería más fácil entonces atender a nuestros reclamos de una educación más digna?".

Una pregunta que también podría responder claramente a las causas del aumento del ausentismo docente. Un dato que la ministra de Educación de la provincia, Adriana Cantero, señaló como preocupante. Fue casualmente el mismo día que los maestros se sentaban a pedir mejores condiciones de trabajo.

Pero el maestro insiste en el futuro de sus alumnos. Dice entonces que es muy triste que un niño sienta vergüenza de llegar a clases con el pantalón roto, también ver cómo a medida que crecen se van resintiendo por la falta de oportunidades, por la desigualdad de posibilidades.

Por eso, a poco de festejar su día, tiene un pedido: "En lugar de pensar en bajar la edad de imputabilidad como lo pide Blumberg, sería mejor que las escuelas sean de doble jornada, con clases de natación, de inglés... alcanzaría con dignificarlas, seguro eso evitaría que lo que crezcan sean las cárceles".
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Para el maestro Beto, el abrazo de sus alumnos es el mejor remedio para hacerles frente a los problemas y frustraciones que se le presentan a diario.

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