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 miércoles, 02 de agosto de 2006  
EDITORIAL
Víctimas que victimizan

La dramática situación vivida anteayer en el Hospital Centenario, cuando numerosos pacientes debieron esperar durante largas horas para conseguir un turno médico en una de las jornadas más gélidas del año, retrata con precisión cuáles son las consecuencias de la intemperancia que ha adquirido en el país la protesta social, de fundamentos innegablemente justos.

L a ciudad ha sido testigo durante el transcurso de estos helados días invernales de una situación dramática: los graves problemas ocurridos en el ámbito de la salud pública como consecuencia de distintas medidas de fuerza, que desembocaron —tal cual habitualmente sucede en otros terrenos, como el docente— en ineludible perjuicio para la gente. En este caso, además, debe inevitablemente remarcarse que las víctimas directas del reclamo fueron los sectores más humildes de la sociedad, cuyos integrantes son quienes apelan a los servicios hospitalarios.

   Lo ocurrido en el Centenario durante la gélida jornada de anteayer ilustra con precisión el padecimiento de muchos: nada menos que en el que fue el día más frío del año, numerosos pacientes debieron aguardar durante un lapso que superó las cinco horas con el único propósito de obtener un turno médico para el presente mes. Tan inconcebible, sin dudas, como tristemente real.

   La causa puntual de la minicatástrofe vivida fue un paro sorpresivo de empleados de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), plasmado bajo la forma de una quita de la colaboración de los agremiados en esa organización sindical, que se sintió y mucho: a las ocho de la mañana —cuando el termómetro llegaba a su punto más bajo del día— la cola de espera superaba los doscientos metros de longitud.

   Ancianos y madres con niños pequeños en brazos sufriendo de pie las severas temperaturas reinantes constituyen el rasgo más evidentemente patético del cuadro, que acaso sólo pueda ser descripto de manera adecuada por intermedio de la palabra que usaron muchos de los damnificados: vergüenza. Pero como casi siempre ocurre en casos como el narrado, el cuestionamiento de las desconsideradas modalidades de protesta —que, se insiste, victimizan rutinariamente a los débiles e inocentes— no implica que se pueda hacer lo propio con los objetivos que persigue aquélla.

   Un país que sufre todavía —y lo hará durante largo tiempo— las brutales secuelas de un ciclo recesivo que se prolongó por décadas y multiplicó por cifras impensadas el número de pobres no puede esperar que la vida cotidiana fluya ordenada y previsiblemente, tal cual ocurre en las naciones del mundo desarrollado. Pero tampoco es posible justificar con liviandad y a partir de generalidades lo sucedido.

   El Estado se encuentra en una encrucijada: es que a su cargo se encuentran sectores numerosos y desprotegidos de la sociedad que suelen ser, justamente, las víctimas directas de la intransigencia que caracteriza en esta época a la protesta social en la Argentina. Y lo paradójico es que la justicia se vislumbra, muchas veces, como el telón de fondo de la intemperancia. Desde esta columna se insta desde hace tiempo a la solidaridad y la paciencia, sin que la receta sugerida implique arriar ninguna bandera.

   De lo contrario, las víctimas seguirán victimizándose entre sí.
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