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 miércoles, 08 de febrero de 2006  
EDITORIAL
Rosario y un cambio positivo

Una simple broma de Roberto Fontanarrosa fue el disparador de la atípicafiesta que lo recibió con motivo del premio que obtuvo en Colombia, queemocionó al humorista y escritor hasta las lágrimas. Tan merecida generosidad debería extenderse hacia otros fenómenos y referentes: para ello, la ciudad debe dejar de depender de criterios ajenos y creer de una vez en sus propias fuerzas.

Días atrás, en esta misma columna se hacía referencia a la insoslayable dosis de oculta verdad que se escondía detrás de la ironía lanzada por Roberto Fontanarrosa cuando agradeció el importante premio que recibió en un congreso de escritores realizado en la ciudad colombiana de Cartagena. El inefable “Negro” no pudo con el genio y lanzó entonces la frase que a esta altura ya forma parte de la historia rosarina: “Seguro que en mi ciudad la gente salió a las calles para festejar el premio”. El creador de Boogie impactó con esa broma —no fue más que eso, una simple humorada— en uno de los puntos más débiles de la urbe situada junto al Paraná: su escasa estima por la producción de sus propios creadores. Pero algo y muy importante está cambiando en Rosario: la idea surgió espontánea, se convirtió en realidad y así la fiesta que Fontanarrosa vislumbró como utopía lo estaba esperando en verdad a su regreso, a tal punto que un matutino porteño describió la situación en su portada de la siguiente manera: “El escritor fue recibido como un héroe”.

   ¿Habrá comenzado Rosario a cambiar, a partir de la feliz ocurrencia surgida entre los amigos del inventor de Inodoro Pereyra? Sin dudas que sí y el progreso debe ser valorado, pero al mismo tiempo debe aseverarse que aún falta un largo tramo por recorrer en ese camino. Es que la proximidad física con la metrópolis porteña en poco contribuye a reforzar la identidad propia: Buenos Aires, aunque en grado mucho menor que en el pasado, continúa siendo el centro de difusión y legitimación cultural casi monopólico de la Argentina.

   Pese a ello, la ciudad ha sabido consolidar un perfil propio y hoy día ya no se percibe el cerrado provincianismo que la asfixiaba hace dos décadas. Si hasta es posible afirmar que ciertos ámbitos remiten a imágenes cosmopolitas. Pero lo que resta es crucial y se vincula con el plano ideológico más que con el material: la ruptura con los lazos de dependencia ideológica que subsisten con la Capital Federal.

   Es que todavía existe un círculo que parece casi imposible de romper: para que en Rosario se le destine masiva atención a un fenómeno cultural o a un referente propio, éste deberá haberse consagrado con antelación en Buenos Aires. Pareciera ser que muchos rosarinos aún no pudieran creer que caminando junto a ellos por las mismas calles y tomando café a su lado en los mismos bares pueda haber talentos de proyección nacional e internacional, al menos hasta que se lo confirmen desde afuera.

   Ya es hora de madurar definitivamente. Y dejar atrás —también definitivamente— a la “ciudad de pobres corazones” que pintó Fito Páez para transformarse en la madre más generosa que pudieran concebir sus hijos.
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