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domingo,
05 de
febrero de
2006 |
La perla del Tapajos
Daniel Molini
Desde hace meses, muchos, no llueve en la cuenca del Amazonas. Desde hace años, muchos, los hombres y sus máquinas están creando calvas en el mágico entramado forestal del Amazonas. Sin embargo, ni uno ni otro, ni la climatología adversa ni la avaricia desforestadora puede con la grandeza del río Tapajos, que anuncia el color que lleva en sus entrañas a muchísimos kilómetros de la desembocadura.
Nuestro viaje nos lleva desde Cabo Verde a Manaos, en un crucero donde el mar océano se continúa con la pasión fluvial, donde olas y profundidades dejan paso a remansos y camalotes. Cuando el mapa de a bordo señala que estamos aproximadamente a 100 millas de la costa de Brasil, el agua comienza a adquirir un tinte amarronado. Los sedimentos que transporta el Amazonas tienen la capacidad de oscurecer el blanco de la espuma, como si los restos orgánicos, ese barro de vida imparable, pretendiese trascender el destino de río antes de morir, conservando todas las propiedades que lo hicieron grande, dulce y el más caudaloso del mundo.
Incorporados a su cauce al norte de Belén, no nos alcanzan los ojos para ver, desde el privilegio de un barco confortable, las costas y orillas, donde una batalla vegetal de verdes y ocres pugna por llegar lo más alto posible.
Alguna casita, construida sobre pilones de maderas ociosos, aparece de pronto en algún claro, para demostrar que siempre existen osados, aún en los sitios más recónditos. Tras un día y poco de navegación río arriba, el horizonte, embotado de selva, se abre dando sitio a una ciudad, Santarém, en el estado de Pará.
De lejos parece un gran centro industrial donde muelles y silos adquieren protagonismo. De cerca, a pesar de las cúpulas celestes de la catedral y otras que recuerdan tiempos de colonia, se confirma la primera impresión, reforzada por el trasiego continuo de cargueros y máquinas pesadas.
Conocida -por quienes la quieren bien- como la "Perla del Tapajós", Santarém es la segunda ciudad en importancia del estado de Pará, tras Belén, capital situada a 710 kilómetros. Erigida prácticamente en el centro geométrico de lo que fuera patria de los indios tapajós, Santarém se emparenta con los ríos Amazonas, el propio Tapajós, Arapiuns, Curua Una, Moju y Mojui, y aunque parezca prisionera de agua proclama biodiversidad a los cuatro puntos cardinales.
Muy cerquita de su emplazamiento se produce un fenómeno interesante: el encuentro de los ríos, la unión de las aguas verdes esmeralda del Tapajós afluente con las marrones y lodosas del Amazonas. Lejos de producirse una mixtura automática ambos cauces conviven sin mezclarse, componiendo, durante largo tiempo y trayecto, un hermoso lecho a franjas. La gente llega de otras zonas de Brasil, y también de países limítrofes, a ver este capricho natural, que se repite en la zona de Manaos con un nuevo protagonista, el río Negro en lugar del Tapajós.
En rigor a la verdad, no todos los visitantes llegan sedientos de geografía, algunos lo hacen persiguiendo el tucunaré, pez muy bravo y predador que se convierte en un trofeo de lujo para los aficionados a la pesca. Otros, adoradores del sol y los baños templados, aprovechan las playas.
En el centro de la selva
Algunas veces al año, cuando llega un crucero, Deyna se coloca una camiseta que tiene dibujadas tres banderas de Brasil y cambia su profesión de estudiante durante unas horas. Convertida en guía turística se instala en la parte delantera de una barca de pescadores, y utilizando un micrófono que a veces se acopla, nos pone al tanto de las cosas que quiere. "Santarém, con 340.000 habitantes, tiene 5 universidades, 2 de ellas federales y 3 privadas donde se puede estudiar ingeniería, medicina, derecho, fisioterapia, administración empresas y educación física. Los egresados consiguen trabajo fácilmente, porque en la región existe gran demanda. Gracias al aeropuerto internacional recibimos turistas de Guyana, México y Venezuela. Sin embargo, no estamos bien comunicados, no existen vuelos directos a ciudades importantes de Brasil. Las comunicaciones por tierra son muy malas, a veces pensamos que Santos, Recife y Río no quieren que se desarrolle nuestro puerto..."
Deyna nos conduce al río Maica, para mostrarnos como viven esas personas sin zapatos que a veces salen en documentales. El río nos enseña su debilidad: márgenes con raíces desnudas, riberas antes cubiertas de agua y que ahora la miran desde arriba, animales domésticos flacos, chozas levantadas del suelo como una precaución que, en tiempos de sequía, parece desmesurada.
Mientras muestra una piraña y frutos tropicales, Deyna sigue explicando: "Al no llover el caudal del río está afectado, el oxígeno de las aguas no se renueva y los peces mueren. En este bosque el clima es ecuatorial húmedo, caracterizado por altas temperaturas, de 22º C a 36º C todo el año. El régimen de lluvia es de noviembre a mayo, pero este año no ha llovido. Nunca llueve de junio a octubre, por supuesto, tampoco este año. ¿La causa?, no las sabemos, pero hay que decir que miles de hectáreas han sido sustraídas a la selva. El 47 por ciento de la masa forestal, en el estado de Pará, ha desaparecido, y en su lugar se cultiva soja, arroz, frijoles. Existe tala ilegal, pero no la podemos controlar; sólo hay 3 técnicos, y sin helicópteros, sin barcos, es poco lo que se puede hacer."
Con el alma arrugada regresamos a Santarém, para ver el interior de la catedral, el mercado de pescadores y sobre todo la gente, agradable, buena, resignada, haciendo colas interminables para adquirir un número de lotería u otra más corta, enfrente del correo, donde un "escribidor" profesional redacta cartas a sus clientes.
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