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domingo,
05 de
febrero de
2006 |
Reflexiones
Los verdaderos pobres, los anestesiados
Carlos Duclós / La Capital
El modelo argentino de muchos años, de décadas, a este presente es de pobreza. No sólo de pobreza económica o para mejor decir de pobreza financiera -que el sistema pretende disimular a veces- sino, sobre todo, de pobreza cultural en el sentido extenso de la definición, de pobreza espiritual. Podría decirse que hay, en una buena parte de la sociedad argentina, una pobreza formativa cuyos resultados se observan cada día, a cada momento, en el entorno más inmediato.
La degradación de los valores es preocupante y aun cuando deba aceptarse que tal realidad es propia hasta de sociedades más desarrolladas (desde las que solemos importar los argentinos modas y costumbres) no puede dejar de considerarse el trascendente aspecto de que en un grupo social sometido por el hambre y la injusticia, ciertos modelos terminan sumiendo a las personas en la tragedia cotidiana. Sin acudir al ejemplo paradigmático y harto frecuente de la diaria violencia física a la que es sometido el argentino por vía del delito, puede tomarse como señal de lo que se dice dos extremos, uno puntual, el otro genérico. Uno es trascendente y grave, el otro no por ser más cotidiano y tolerable no es menos importante. En uno de los extremos se encuentra el reciente y alevoso crimen de Ariel Malvino cometido en Brasil por muchachos correntinos. En el otro, la notoria y progresiva irascibilidad que se advierte en las calles argentinas, especialmente en aquellos que tienen a su cargo la conducción de vehículos que muchas veces se tornan en peligrosas armas mortales. De hecho lo han sido como lo testimonian las diversas muertes que ocurrieron y siguen ocurriendo no por "accidentes" de tránsito, sino por el desprecio que en ciertos casos se tiene por el ser humano que camina.
Si se repasa la crónica de los últimos años, los rosarinos encontrarán casos dolorosos de chicos muertos porque la insensatez conducía pesadas armas que arrollaron sueños y esperanzas. De pobreza cultural y espiritual podrían concederse infinitos ejemplos que van desde la falta de pan y de letras de los literalmente pobres y marginados que concurren a una escuela para tomar un vaso de leche, pero que nada aprenden y en poco se educan, hasta la falta de ese pan que alimenta el espíritu y que torna a los poderosos en seres más solidarios.
Hechos causales
Claro que este modelo de pobreza material y espiritual que impera en el país desde hace mucho tiempo no es casual. Este modelo ha sido instaurado hace muchísimas décadas y se basó en el ocultamiento de una buena parte de la verdad por parte del sistema dominante y en la forma de hacer creer que se formaba a los espíritus cuando en realidad de a poco, pero sin detenimiento, se fue degradando la tarea educativa y cultural en sus diversos aspectos. Y como el egoísmo de los gobernantes ha sido proverbial, según fuera la ideología del poder así serían los principios sustentados en la tarea de formar al ser humano. Durante los gobiernos de derecha de las últimas décadas, por ejemplo, fue extirpado del liderazgo educativo todo aquello que tuviera signo de izquierda y, asimismo, la discriminación durante gobiernos progresistas fue de igual magnitud. Aquí muy pocas veces el poder estuvo liberado de su ceguera ideológica y pensó no en su interés, sino en lo provechoso para el ser humano. El egoísmo, el resentimiento y hasta el odio y la venganza estuvieron y siguen estando presentes y naturalmente sobre esos pilares difícilmente pueda construirse una sociedad que crezca.
Pero estas condiciones sociales que no fueron casuales, sino causales y fatales para el hombre común, fueron y son de gran beneficio para el poder nacional que gobernó o gobierna y para el internacional que lo sustentó o sustenta. Nada mejor que conducir hacia el sur proclamando el norte a una sociedad desinformada o informada sólo en los principios que al poder le interesa que se conozcan.
Gato por liebre
En mucho tiempo de la historia argentina la desinformación ha sido devastadora y el sistema logró que allí donde hubiera gato se lo tomara por liebre. Además, se ha adoptado lo normal como virtud grandiosa y es por ello que causa impacto positivo hoy -dígase al pasar- que el presidente, que debería ser un estadista, se siente con los supermercadistas chinos a arreglar el precio del arroz o la polenta o que un intendente de cualquier pueblo de la república convoque a las cámaras para decir que pintó la plaza o desparramó ripio sobre la calle de tierra, o que un gobernador arme un escándalo mediático porque en su provincia se hizo alguna obra de infraestructura. Cuando se observa la otra realidad: la de los pobres, la de la angustia y el enojo justificado de la clase media que debe hacer bilibirloque para sobrevivir, la del prójimo sin agua en el norte, la de los hospitales y escuelas públicas devastados, la de los asesinados diariamente por el delito que aumenta, la de la desocupación, la de la falta de inversión, de salarios dignos y de derechos retaceados, y tantas otras que podrían enumerarse como la ira que enfrenta a unos contra otros todos los días y a toda hora o los jóvenes profesionales sin rumbo porque no hay horizonte, no es posible dejar de preguntarse ¿No es acaso un indicio esto de lo mal que se está y del engaño al que se sometió durante décadas al ser humano?
"La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente", decía un socialista genial llamado George Bernard Shaw; claro que si el hubiera estado en las circunstancias de la mayoría argentina hubiera añadido: "...claro que incompetente por la perversidad del sistema que la privó falazmente del conocimiento y la formación que llevan a la verdadera libertad".
Una figura controvertida
Es esa mayoría que frente al Cabildo, hace tiempo, quiso saber de que se trataba pero que, en realidad, jamás pudo enterarse. Esa mayoría que le cantó al "gran maestro" gloria y loor durante generaciones, mientras el buen hombre escribía en el diario El Progreso: "Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara (diputados y senadores) ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota". El sistema siempre se cuidó muy bien de resguardar la figura histórica de un hombre que a su hora festejó que Malvinas estuviera en manos del imperialismo inglés. Debe, no obstante, reconocérsele una obra positiva, especialmente en cuanto a cierto aspecto educativo, aun cuando esta obra estuviera basada más que en el amor por el pueblo en la desconfianza con que miraba a la enseñanza religiosa de su época. Y así como a Sarmiento un sistema lo preservó de sus errores, así también otro sistema justificó la violencia del Restaurador de las Leyes. Tal parece que la Argentina es una historia de desencuentros, egoísmos y venganzas entre poderes que, ¡eso sí! han logrado unirse en las últimas décadas para defender sus intereses y para no dar al pueblo no más que aquello que es útil a sus propósitos. Mientras tanto el dolor campea en la sociedad como consecuencia de una enfermedad que históricamente fue curada con anestesia.
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