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domingo,
05 de
febrero de
2006 |
Interiores: la verdad
No deja de ser curioso que para hablar de la verdad acaso haya que empezar con una mentira. Es que la verdad oculta algo esencial y es que por lo que se ve no hay "la verdad". Se trata de un singular que esconde el plural en el que consisten las verdades. La diferencia es más que importante, ya que si la verdad es una sola, entonces alguien la tiene y ese alguien es el que la administra. El problema es que estamos demasiado acostumbrados a que nos administren la vida todo tipo de ministros. Con lo cual se hace necesario visitar el sentido que tiene la verdad de acuerdo a nuestro magno diccionario de la lengua, en especial las tres primeras entradas:
Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.
Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa.
Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre sin mutación alguna.
La primera definición sorprende por todos los costados desde donde se la mire ya que sin ningún pudor anuncia que la verdad es la adecuación de las cosas a la mente y no a la inversa, con lo que los académicos llevan lo subjetivo más lejos que el propio psicoanálisis. La segunda entrada nos habla de la verdad como lo contrario al "doble discurso", es decir como la adecuación de lo que se dice con lo que se piensa.
La tercera definición profundiza la cuestión desde un punto de vista clásico, ya que sitúa la verdad como lo que no cambia, o más todavía, la verdad como lo que no se altera. Estas tres versiones de la verdad tienen una circulación cotidiana, conviven en los centros y en los rincones de la sociedad, y lo que es más importante, conviven en un mismo individuo, es decir en cualquiera de los presentes, de los ausentes y de los por venir, ya que es el repertorio básico, el pack con que provee la sociedad a sus integrantes.
Estirando el análisis de la primera definición lo que se plantea es la doble dimensión de la verdad, en este caso quizás se podría decir la doble dimensión de la realidad en tanto y en cuanto tendríamos "las cosas" por un lado, y la conformidad de estas cosas con la mente por el otro. En suma, la realidad por una parte y lo que en psicoanálisis se conoce como realidad psíquica. En este sentido una fantasía tiene un nivel propio de realidad en la psiquis: el temor de que algo "malo" nos suceda, o le suceda al ser querido, ya tiene cierta realidad en la psiquis, ya que de algún modo está sucediendo, aunque no suceda en la realidad real.
La segunda definición de la verdad tiene que ver con una de las grandes aspiraciones humanas: la coherencia. Pero el humano no es un ser demasiado coherente. Siempre más o menos atrapado en un conglomerado de contradicciones, siendo esta una palabra muy ejemplificadora de la cuestión ya que nos habla de las contra dicciones que tenemos respecto de lo que decimos. Con el resultado de que muchas veces o bien no se piensa lo que se hace, o por el contrario no se hace lo que se piensa.
La tercera definición tiene implicancias mayores ya que sitúa a la verdad en un plano muy especial en el mundo humano: en el del culto a lo inmutable (lo que sin embargo no impide el hastío por la rutina). No se trata aquí solamente de una certeza bastante difundida, en el sentido del poco crédito que se le da al otro respecto de que las cosas puedan cambiar, o más todavía de que alguien pueda ser o estar distinto. Pero hay que decir mucho más: si algo o alguien se altera, no sólo deja de ser verdadero, sino que puede pasar a ser enfermo, ya que el enfermo después de todo no deja de ser un "alterado" en la visión del "normal", pues el normal detenta estabilidad y cierta inmutabilidad, siendo por lo tanto portador de la verdad. De un modo muy clásico la verdad tiene como su oponente tradicional a la mentira, de la cual de chicos se nos decía que aparecían reflejadas en unas manchitas blancas en las uñas, o bien en el chasquido característico que se produce al estirar las coyunturas de los dedos. Dichos signos corporales vendrían a denunciar al mentiroso, que junto a la idea de que las "mentiras tienen patas cortas", prometen y aseguran que se descubren y que la verdad sale a relucir. Lo que no siempre es así, ni mucho menos, pues es más que posible que la práctica de la mentira esté mucho más extendida que el hábito de decir la verdad, sobre todo en el ámbito de la política, o acaso en los negocios, pero también en el terreno del amor, donde los amantes traviesos ocultan sus travesuras (o cosas más graves) con el expediente de que se tratan de mentiras piadosas. Es decir que si las susodichas manchitas blancas y los ruidosos chasquidos cumplieran su cometido, más de uno y más de una andarían tapándose las uñas y haciendo sonar las coyunturas en rincones ocultos.
De todas las mentiras, me parece que la más grande es la que dice que la verdad es lo que no cambia, o no se altera. En suma lo que es inmutable. En este sentido el escritor Edmond Jabés cuestiona los discursos habituales en torno a la oposición entre la verdad y la mentira, al decir que no hay tal oposición. A la verdad, sostiene, se le opone otra verdad. Es decir que la verdad no es única. Radicalizando aún más la cuestión agrega que toda idea se vuelve mentira desde que se la fija, desde que se la muestra como ejemplar.
Es verdad. En la base de los regímenes totalitarios y en la superficie de las democracias diet las verdades son inalterables y los cuestionamientos están prohibidos o mal vistos. Lo que lleva a pensar que las verdades esencialmente son renovables, en cambio las mentiras, en definitiva, son las de siempre.
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