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domingo,
29 de
enero de
2006 |
Lecturas: Después de la noche
Osavaldo Aguirre / La Capital
La última dictadura militar dejó marcas en el lenguaje. Efectos de sentido que aunque parezcan retraídos se mantienen latentes en la circulación cotidiana de la lengua. Hay palabras que cambiaron desde entonces, que reavivan en quien las escucha la circunstancia en que "fueron forzadas a que dijeran lo que ninguna boca humana habría debido decir nunca", según señaló George Steiner a propósito del nazismo. "Noche", como se lee en "El golf", es una de esas palabras con connotaciones ominosas.
En "Aspectos del paisaje", el poema que abre el libro de Sandro Barrella, se pide "un paisaje que no sea una aldea". Pero lo central parece ser aquello que el texto inscribe tácitamente, desde sus primeros versos, como un tiempo pasado, un horizonte de referencia: "¿Volverían los dioses/ a tomarnos en serio?". Es el momento en que "una mañana/ de invierno/ regresa en la flecha/ lanzada por el tiempo". Pero la noche que la precede todavía se extiende en la luz mortecina del nuevo día, en la niebla y los espejismos que conforman lo existente; la noche no se retira sin dejar un estado de confusión y de incertidumbre que también afecta a la lengua, ya que hay "palabras de niebla/ en el campo de golf" y entonces se trata "de raspar en la punta/ de la lengua/ otra lengua".
Esa otra lengua que Barrella elabora evita las afirmaciones y se formula como una interrogación incesante. Por eso, la serie de autorretratos que propone resulta paradójica desde un punto de vista convencional: lo que se describe no es la propia imagen sino la de otro, aunque un otro por cierto familiar (el padre, la abuela, el hijo). El autorretrato es indirecto, en el sentido de que el poema da un rodeo -o es exclusivamente ese rodeo- para sugerir algo acerca del sujeto que lo enuncia.
El libro, en cinco partes convergentes, sigue un recorrido circular en el que se fusionan partes de una experiencia personal y fragmentos de historia, los espacios familiares y un exterior vacío, envuelto en una atmósfera densa y cuya imagen persistente es la del campo de golf. Otro rasgo singular consiste en que los poemas, en versos y estrofas breves y de medida intensidad, se traman unos con otros en una especie de red que parece sostenida en un interrogante sometido a múltiples variantes.
Lo extraño del recorrido consiste también en su circularidad. Los poemas de "Ultimo regreso al golf" se encuentran en el final del libro pero remiten al principio, a lo no dicho en el principio: el advenimiento de la noche, percibido notablemente como "un experimento con la luz". El canto de las sirenas, un motivo poético emblemático, revierte en lo siniestro: son las sirenas policiales, ahora, las que suenan mientras todos tapan sus oídos, aterrorizados. Y las cosas se vuelven del revés, "de los procedimientos/ de la luz// la noche// es eficaz como ninguno". El último poema, "La repetición", dice el texto del primero, pero modificado por las resonancias de los poemas anteriores.
En su primer libro, "El álbum de Pascal" (1996), Sandro Barrella (Buenos Aires, 1967) acudió a una cita del pensador francés para plantear su desconfianza hacia la expresión "belleza poética". En "El golf" repite ese gesto con otra frase de Pascal que parece proponer cierta idea de la poesía: contra las etiquetas sociales y las actitudes exhibicionistas, "las gentes universales no quieren insignia, y no establecen diferencia entre el oficio de poeta y el de bordador". Ese saber de artesano, que no quiere llamar la atención sobre sí mismo, es el poderoso impulso de esta poesía.
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