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domingo,
29 de
enero de
2006 |
[rimera persona]
Alberto Giordano: Las escenas del ensayista
Acaba de reeditar "Modos del ensayo", una lectura rigurosa y apasionada de textos centrales de la literatura nacional. "No tenemos una ciencia ni nada que se le parezca", dice
Matias Piccolo
Alberto Giordano cultivó desde el lugar del ensayo una relación con la literatura que logra conjugar los avatares del estudio crítico con la emergencia de la subjetividad y la experiencia autobiográfica, todo esto con la voluntad persistente de allanar el camino para establecer el recorrido factible de un saber comunicable. Desde allí, como profesor de la Universidad Nacional de Rosario e investigador del Conicet, mediante seminarios y publicaciones, ha ido presentando los escenarios de su intervención ensayística de la literatura y, a la vez, de la intervención que la problemática literaria operó sobre su carrera de escritor ensayista.
A fines del año pasado Beatriz Viterbo Editora publicó una reedición corregida y aumentada de "Modos del ensayo. De Borges a Piglia" (la primera edición, del año 1991, iba de Borges a Masotta). El reciente libro, que reúne escritos que van desde 1987 al 2004, fue la excusa perfecta para charlar sobre la práctica ensayística y los rigores de la crítica.
-Me dio la impresión de que en la apertura del libro, deteniéndote en el Borges ensayista y en Bioy Casares, se traza un espacio de propuestas y procedimientos sobre cómo debería funcionar un ensayo. Pero después, cuando te ocupás de José Bianco, hay un cambio: comenzás a detenerte en los gestos, en los motivos, más allá de las propuestas.
-Efectivamente, en el ensayo sobre Bianco empecé a escribir pensando primero en el tipo y en los gestos. Como en los ensayos que escribo después, el de Cortázar de la polémica, el de Viñas, el de Piglia, me detengo preguntando "¿qué quiere hacer este tipo?". Pero en los otros yo hablaba del ensayo como si estuviese en la perspectiva de mostrar los procedimientos, que es muy notable en el de Bioy Casares, en alguno de los de Borges. Era como que para armarme una imagen del ensayo me venían bárbaro. Ahora, en los otros, sí, efectivamente es como si yo pensara primero en el ensayista, y me apareció la idea de que el ensayo es como un teatro en el que el ensayista se mete y se pone en escena él, lo que se ensaya es él.
-Entonces interesa el modo de intervención, la materialización en el juego editorial del trabajo intelectual, más que el aporte teórico al sistema de una ciencia.
-Es que no tenemos una ciencia ni nada que se le parezca de movida.
-¿Y ciencia en el sentido de la construcción de un lenguaje y un horizonte común que compartir?
-Eso sí tenemos.
-¿Cómo se ajusta esto con lo que citás de Masotta, aquello de que a un objeto oblicuo sólo se puede entrar oblicuamente?
-Pero eso para mí nunca significa una renuncia ni a la comunicación ni al saber, sino al contrario: cómo planteárselo desde un lugar más exigente. Hay algo que ya es claro -y viejo-, que es la idea de "nos oponemos a la ciencia, a la teoría". Eso habría ya que olvidárselo, fue una batalla de hace treinta años, capaz que sesenta, y ya no tiene gollete. Ahora, la cuestión es ver en qué términos sabemos, cómo se procesa el saber. Para mí lo del ensayo tiene que ver con eso, no es una temática posmoderna, sino que te devuelve a los fundamentos de la modernidad. Tiene que ver con esta idea: el saber procede por ensayo, el vínculo entre ensayo y saber es indisoluble. El ensayo no supone una renuncia al saber, ni lo declarar imposible, salvo que eso le imponga al ensayo un rigor mayor que dar algo como posible.
-¿Y qué es lo que se necesita saber de la literatura?
-Depende de lo que se te presente. Hay cuestiones que se plantean en términos de conocimiento. Saber, para mí, es cómo funciona... En realidad, dar una respuesta me parece que es un error, porque habría que dar varias.
-Pero las respuestas sobre el funcionamiento parecerían estar ampliamente desarrolladas desde el punto de vista social y político.
-Lo que pasa es que la literatura tiene un funcionamiento social y político y evidentemente tiene otro funcionamiento u otros usos. Para mí es como que hay algo -más allá de que yo lo haya transformado por mi formación en una especie de artefacto teórico- que me atrae, que es la idea de que en la literatura habría algo que ni lo social ni lo político, ni la cultura, ni el lenguaje mismo, explican del todo. Y más allá de que a eso yo lo transforme en un valor teórico para polemizar, la idea evidentemente me gusta hasta para pensarla para mi vida. Ahora, de eso que se escapa, sólo tiene sentido hablar en la medida en la que uno pueda demostrar que escapa; si uno lo afirma sin más para introducir el valor, no tiene demasiada fuerza ni sentido. Si yo digo: "La obra de Puig excede el campo literario de la década del 60 y lo que hizo Puig no lo explica nadie hasta que aparece", lo digo porque lo puedo mostrar, puedo incluso en los textos ver ese desprendimiento.
-Y hay que mostrar qué es lo excedido, de qué se escapa eso que escapa.
-En realidad esa tensión entre exceso y horizonte se configura y se vuelve a configurar. Uno tiene la idea de exceso como un valor. Cuando digo valor, digo: "Me interesa la literatura porque excede la cultura", que es casi como un precepto religioso. Está bien, algo de eso hay. Después en el trabajo crítico convendría olvidarse de esos preceptos, si no seguramente uno va a encontrar, muy rápido, un exceso donde no hay nada. Yo diría que si en esto que llamamos el trabajo crítico intervino la subjetividad como factor de duda o incertidumbre, es probable que alguna relación con algún exceso se plantee, o no, no sé, habría que verlo.
-Pero podría pensarse que la "imposibilidad y la incertidumbre" como condición seductora para fundar la complejidad de la literatura proviene de la pretensión de pensarla como un tipo de patología de la escritura.
-Es eso y a la vez es un bien cultural. Si uno puede situarse en la tensión entre algo que es una patología y un bien cultural, por ahí aparece algo muy interesante. Hablando en términos de ética de la crítica, las cosas más atractivas son las que pueden mantener esa tensión: "Entre lo formal y lo social hay algo que se escapa". Lo que pasa es que si vos hacés una descripción formal, es probable que lo que te quede es la cuestión de la calidad: por qué esto me parece mejor que otra cosa. Y si vamos a suponer que la literatura sirve para algo, es para plantearte eso, sacarte de la indiferencia y plantearte la cuestión del valor y obligártelo a pensar en términos que no son los de ninguna moral. Porque lo típico es: "A mí me gusta más Saer que Aira y cómo carajo lo fundamento". Ahí aparece para mí el ensayo. Esto no lo voy a poder explicar por la teoría literaria, por ninguna metodología de análisis. La cuestión es cómo armar esa escena de la explicación-fundamentación; ahí uno va a apelar al saber, a la experiencia. Yo creo que se puede enseñar mucho en relación a eso, no es que quede librado al talento de cada uno; aunque en última instancia sí, lo que pasa es que como esa última instancia se cuida sola, no hay que estar ocupándose de ella. Yo tengo la idea de que se va a poder explicar aquello de lo que yo quiero hablar, y se va a poder hacer en términos que a lo mejor son complejos. Si se habla de alguna imposibilidad, sólo tiene sentido en la medida en que haya aparecido; es decir, que en un momento, por el mismo rigor de lo que uno está haciendo, aparezca algo que se escapa. Pero no como punto de partida, porque yo creo que ahí sí es una comodidad posmoderna, la de decir algo prestigioso, que queda bien y da tranquilidad. Si no hay nada de lo que se pueda saber, no hay nada de lo que se pueda decir algo cierto.
-¿Y lo de la "modestia irónica" que citás de Lukács?
-Tiene que ver con que el ensayista presenta su ejercicio como algo provisorio, como algo no concluido y sin pretensiones de cientificidad, pero también supone que hay más rigor en ese ejercicio y que está más ligado a lo que efectivamente es la producción del saber que el que detentan los sistemas o las teorías. Pero también situarse simplemente más allá de la erudición y de las morales académicas lleva a la banalización y a la estupidez. En mi experiencia prefiero correr los riesgos de asfixiarme de erudición que situarme en una especie de más allá que no sé muy bien qué es.
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"El ensayo no supone una renuncia al saber", dice Giordano.
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