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 sábado, 28 de enero de 2006  
Sábato diría: "¡Qué porquería!"

Cuando le hacían a Ernesto Sábato algún comentario acerca de los gastos perversos de quienes se dicen millonarios, entonaba la frase: "¡Qué porquería!". Si hoy leyera que en la próxima Punta del Este diez personas pagaron 14.000 dólares por una cena o que la cantidad de taxis aéreos privados aumentó aproximadamente un 20% compartiríamos la misma impotencia por tanta injusticia. Es la "mierdocracia", respondería Peter Sloterdijk. La FAO, en su informe sobre el "Estado de la inseguridad alimenticia mundial", da cuenta de la existencia de 852 millones de seres hambrientos. Quizás esta cifra no conmueva por sí misma, tampoco los seis millones de niños que mueren por año, aunque estén representados en la mirada de seres pequeños, que nos miran con ojos hundidos y manos supinas rogando y pidiendo por proteínas y sueños... Siento vergüenza cuando la prensa muestra y da cuenta de "inversiones" en diamantes y otras lujurias ambulantes. No comprendo el orgullo de quienes empachan el cuerpo y desnutren el alma participando en la etiología del hambre, la sed y el aborto educativo. Alguien debiera cambiar esta geometría y diseñar más formatos placentarios y placenteros, para que la infancia no aborte la "biológica" esperanza. Me gustaría rebautizar o adjetivar ciertos "lugares" del planeta, ("no lugares", diría Marc Augé), donde anida la indiferencia. La mayoría se encuentran en zonas "balnearias", donde el compromiso con la vida se dilapida y desecha. Para cumplir con las metas del milenio, que propone Naciones Unidas para el 2015, podríamos comenzar investigando "in-situ" la zona emocional del cerebro de ciertos sujetos, que tienen en sus manos la economía del mundo. La actual tecnología permite visualizar el formato de sus hipocampos, cuerpos mamilares y amígdalas. Hipotetizo que aunque la prensa los categorice como "ricos", son pobrísimos, al menos, en las ramificaciones neuronales de sus cerebros.

Mirta Guelman de Javkin

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