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domingo,
22 de
enero de
2006 |
Lecturas: en un mundo irracional
Carlos Roberto Morán / La Capital
El exitoso Ian McEwan ("Expiación", "Amsterdam") retorna ahora con una novela de temática actualísima, con la que pretende reflexionar sobre lo que le ocurre a Occidente, más estrictamente a un occidental adulto, de clase media consolidada, que se ve de pronto asediado por los profundos cambios que registra el mundo luego de los atentados a las Torres Gemelas.
McEwan (1948) no es un autor ligero ni sencillo y sus reflexiones no buscan abaratar y hacer más liviana su ficción, sino que las desarrolla ubicando a "Sábado" en el territorio de la literatura "alta".
El título refiere a un día específico; el sábado 15 de febrero de 2003, jornada en la que centenares de miles de británicos salieron a protestar contra la por entonces anunciada invasión a Irak, movilización que pese a su notable capacidad de convocatoria, bien es sabido, Tony Blair no tomó en cuenta.
Henry Perowne, el protagonista de la historia, es un connotado neurocirujano que a los 48 años vive una vida exigida pero también satisfactoria, casado con una profesional a la que ama, Rosalind, y con dos hijos jóvenes y brillantes. El sábado aludido Perowne no se propone participar de la marcha -tiene hacia Irak, Saddam, Bush y Blair sentimientos ambivalentes, al igual que McEwan-, sino que lo ha proyectado como una jornada de esparcimiento y de reencuentro familiar, por la noche. Obvio es decir que las cosas no ocurrirán así porque a McEwan no le importa narrar una novela rosa sino, ya que de neurocirujanos se trata, hundir el escalpelo en lo profundo de una más que confundida sociedad.
Esta, la londinense y por extensión la europea, nos dice el narrador, es una sociedad "vivible", más allá de sus fallas e injusticias. A esa sociedad, añade, la está acosando el fantasma del fundamentalismo islámico, la intolerancia religiosa, el enemigo que puede presentarse en cualquier momento, de la manera más inesperada y terrible.
Un día clave
Algo malo, en consecuencia, le ocurrirá a Perowne en ese día clave: "McEwan disfruta dibujándonos un mundo feliz que infecta con un virus emocional extraño para que asistamos al espectáculo narrativo de su sutil envilecimiento", advierte con justeza Javier Aparicio Maydeu en el diario El País, de Madrid. Y esa "maldad", suerte de metáfora de lo que hoy ocurre, se hará presente cuando a raíz de un accidente de tránsito sin graves consecuencias el médico se relaciona con Baxter, un marginal enfermo que se propone, y en gran parte logra, dañar su existencia.
La novela, aunque lineal en su desarrollo, se permite algunos "saltos" -a través de los pensamientos y recuerdos de Perowne- para hablar del entorno del protagonista, incluyendo a su madre reducida por el Alzheimer, una partida de squash que con su inesperada violencia y agresividad gratuitas parecen anticipar lo que sin dudas va va a venir, y los "ecos" de la movilización con la que Perowne no termina de ponerse de acuerdo.
Para describir, como bien lo hace, diversas operaciones quirúrgicas y lo que vendrían a ser los pensamientos propios de un neurocirujano, que incluyen sus conocimientos científicos, McEwan pasó los dos últimos años prácticamente al lado de un especialista en el tema. Incluso, asistió a complejas operaciones y así se nutrió de los respectivos conocimientos específicos.
La novela es ágil y persuasiva, aunque no ha terminado de satisfacernos cierta lectura un tanto esquemática de la actual compleja realidad que efectúa el novelista desde una posición de poder y de "realización" que -lamentablemente- Occidente aún niega a muchos de sus habitantes. Y que, sin justificar, en parte parece explicar las reacciones irracionales que el propio Occidente hoy padece.
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El tema. McEwan, ahora sobre la guerra.
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