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 domingo, 22 de enero de 2006  
Historias de pibes que vienen de muy abajo y aprenden un oficio
Pertenecen a los barrios más humildes de la ciudad y, aun ante la adversidad, optaron por la capacitación

"Yo me enganché por mi viejo", dice Leandro Fernández (20) poco antes de recibir su diploma. Es uno de los 198 jóvenes capacitados en oficios por el Programa Rosario Hábitat que el jueves participó del acto que la Municipalidad organizó en el Patio de la Madera. El pibe de la Villa Itatí (Pueyrredón y Centeno) siente la esperanza de que, tras tres meses de pasantía en una fábrica como soldador, conseguirá un trabajo fijo, como ya muchos de sus compañeros lo lograron. Sabe que el tiempo que le dedicó a esta oportunidad empezó a marcarle un rumbo, a modificar un cachito de su vida y, por eso, no será en vano.

Como no lo fue para Cristian Gentini (21). En una semana será papá primerizo y tiene un sueldo para enfrentar ese otro desafío que no piensa soslayar. Quedó efectivo "laburando" en la carrocera Sudamericana donde suelda piezas para colectivos. Si no se hubiera anotado, habría estado hoy buscando trabajo...pero "por dos pesos", señala. Porque, para Cristian, "si se quiere entrar a una empresa, hay que tener escuela".

Los jóvenes fueron capacitados en gastronomía, carpintería, instalaciones eléctricas, tornería, confección de indumentaria, carnicería, panificación, pastelería y soldadura de estructuras, entre otras cosas. Pero además, un alto porcentaje de ellos fue contratado por las empresas en las que se desempeñaron y donde pusieron en práctica los oficios aprendidos durante los cursos.

La vida de los chicos que contaron sus anécdotas, miedos y vivencias a La Capital, no es fácil. Inmersos en un contexto de falta de oportunidades y enmarcados también dentro de la problemática de la delincuencia como una línea directa para conseguir dinero, están igualmente convencidos de que hay un modo verdadero de salir a flote.

Carlos Gentini (22), el hermano de Cristian, también aprendió a soldar y lo demostró en una firma de Ocampo 3656. "Antes agarraba lo que venía, pero ahora sé que me gusta trabajar de soldador y voy a seguir con eso". Confiadísimo de que prosperará, quiere obtener un empleo fijo. Mientras tanto, agradece esta posibilidad. Llegó hasta "séptimo grado", expresa, refiriéndose al primero de los cursos del tercer ciclo de la EGB. Después, sobrevino la incertidumbre respecto de su futuro laboral. Sin embargo, en la actualidad hay más certezas que dudas. Y ni hablar si toma el ejemplo de su hermano menor, el chico que logró cobrar como empleado de planta 600 pesos por quincena.

No obstante, y en rigor, decenas de muchachos dejaron pasar su oportunidad de cambio. Varios de quienes se anotaron sólo comenzaron la capacitación y desaparecieron, quizás después de que la droga accionara para envalentonar un robo y, luego, caer presos. Para estos pibes, el camino del delito es más fácil, pero no termina bien.

A Leandro se lo nota emocionado y algo nervioso. Probablemente jamás se animaría a deslizar una lágrima ante sus compañeros de curso. Aunque se lo evidencia sensible cuando se refiere a su papá. El hombre sufrió una atrofia cerebral; está ciego. "Lo hice por mi viejo, lo tengo enfermo", cuenta.

A su lado, Federico Fernández (18) se anima a relatar algunos pormenores del ambiente fabril: "Al principio, entrás asustado, te miran raro porque algunos creen que les vas a sacar su trabajo y, a veces, te mandan a hacer cosas que no tenés que hacer".

Son los gajes del oficio. Con el tiempo, los trabajadores de una misma planta se van conociendo y hasta frecuentándose fuera de ahí. Tanto lo siente así Cristian Godoy (16), el más chico del grupo, que sueña con volver a la fábrica de evaporadores y condensadores para equipos de refrigeración. "Me pidieron los datos, me gustaría quedar", confía.

Ninguno de los cinco muchachos le pone obstáculos a sus ilusiones. Apuestan a ellas, las agigantan, esperan, anhelan. "Y por qué no tener mi propio taller con gente trabajando para mí", dice Carlos. No va por mal camino.

P.R.P
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