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domingo,
15 de
enero de
2006 |
OPINION
Un árbol cayendo en un bosque solitario
Hernán Lascano / La Capital
Es una vieja historia que sigue dando que hablar porque propone preguntas profundas sobre la relación entre los sucesos, los testigos y la verdad. Como historia es mucho más concisa que sus presupuestos y respuestas posibles. Dice así: si un árbol enorme cae en el bosque generando un gran estruendo, y nadie está allí para contemplarlo y oirlo, el árbol ¿hace o no hace ruido?
La foto que ilustra esta nota fue tomada a principios del año pasado en la ciudad de Santa Fe. Muestra a un oficial jerárquico cargando combustible en un auto particular. Lo hace en una estación de servicios que es proveedora oficial de las patrullas de la policía provincial. Es un acto de fuerte presunción ilegal por la sencilla razón de que el vehículo, evidentemente, no es un patrullero. Es, también, una imagen de un fenómeno histórico, de cuantiosas variantes y muy conocido: el fraude con combustible oficial.
A mediados de la semana pasada se conoció el decreto por el cual el gobernador Jorge Obeid dejó cesantes a los policías que mantenían notoria actividad gremial y que protagonizaron, el año pasado, resonantes actos reivindicativos. También canalizaron variadas denuncias de corrupción institucional. El gobierno los echó por acciones de indisciplina interna. Algunas de esas acciones parecen de reproche inobjetable, como el autoacuartelamiento del 13 de abril pasado, que privó de seguridad a Rosario durante 20 horas. Dos policías fueron despedidos por dar reportajes a los medios sobre situaciones conflictivas internas de la fuerza. Los máximos referentes de los gremios no oficiales descabezados con las cesantías, Apropol y Adepol, adujeron rápidamente que la medida era una represalia por ventilar la corrupción policial.
Todos estos argumentos contradictorios entre sí no comparecen en un paisaje prolijo. Como la realidad es polifónica y controversial puede ser útil volver a mirar la foto. Esa imagen fue tomada en enero de 2005 por uno de los policías echados por el decreto gubernamental. Apropol dijo que era la prueba del robo sistemático de combustible. La primera reacción del gobierno provincial fue calificar tal cosa como un absurdo. Días después, cuanto tuvo que relevar al jefe de Santa Fe, el gobierno dio una brusca patinada. Varios policías, forzados a guardar silencio, revelaban ante el juez detalles del histórico fraude. También lo contaron los playeros. Un oficial de Santo Tomé no solo habló de las maniobras: también detalló como los jefes de la Unidad Regional I no habían querido oírlo comentar los fraudes porque, según dijo haber comprobado después, ellos mismos lo auspiciaban. Sólo a la sombra del escándalo el gobierno relevó al jefe de policía de Santa Fe.
Los miembros del informal gremio policial dieron muchos pasos en falso, incurrieron en actos de indisciplina objetados expresamente por la ley orgánica de la fuerza y al autoacuartelarse resquebrajaron el principio de autoridad, lo que es inadmisible para una institución vertical.
Pero no fue lo único que hicieron. También denunciaron prácticas corruptas que describen informalmente incluso los policías no agremiados. Hablaron de los bienes suntuosos de muchos oficiales jerárquicos de inexplicable obtención por sus ingresos regulares, de maniobras históricas con partidas para pagar adicionales y del fraude con combustible. Solamente de esto sacaron una foto.
El ministro de Gobierno, Roberto Rosúa, dijo que era una "estupidez" vincular esas denuncias de corrupción con las cesantías. "Los hechos de corrupción se investigan", subrayó.
A esta altura, cuando no hay una sola medida que haya esclarecido un hecho de corrupción institucional -y no digamos el pedido de coima de un agente de bajo rango en un barrio suburbano- la declaración del ministro luce bastante erosionada. Así lo diga convencido, parece un ademán extraído del repertorio de un libretista de habilidad notoria, pero cuyas series ya no generan efecto en el público, porque la televisión las ha repetido demasiadas veces.
La foto de esta nota muestra el árbol cayendo en el bosque solitario. Hay una curiosa conducta con la corrupción al más alto nivel policial: una idea de que si nadie la señala con un cúmulo de pruebas certificadas por escribano su condición es de factibilidad dudosa o nula. El efecto es que, entonces, se la tolera. Pasó con el jefe de Santa Fe, al que el gobierno corrió de su puesto pero le asignó inmediatamente otro destino. Hay decenas de ejemplos semejantes.
Los gremialistas policiales, que fueron un grano para el gobierno, están fuera de la policía. Cometieron infracciones y sobreactuaron. Pero también sacaron una foto y se obstinaron de asegurar que pueden tomarse muchas otras. Sólo hay que asomarse al bosque. La cuestión del árbol proverbial, entretanto, rige en la provincia de Santa Fe. Nada existe si no hay nadie allí para verlo.
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Fotos
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La foto de la causa de presunto fraude con combustible, tomada por un afiliado a Apropol.
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