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 domingo, 15 de enero de 2006  
Los secretos de esa habilidad prodigiosa
Relató que un entrenador de Fisherton le transmitió el dominio de la bocha

Lucha conserva intactas las ganas y la felicidad cuando pisa una cancha, sin importar qué clase de compromiso tiene por delante. Pero aclara que "algunas cosas extraño, como jugar con mi hermana (Cintia), algunas amigas con las que compartí diferentes equipos, y entrenadores como el Rata (Jorge Mallo), que lo tuve desde chica en Fisherton y ya falleció".

La simple mención del técnico sirve para que Lucha devele los secretos de ese dominio prodigioso que expone en la cancha. "Fue el Rata quien me transmitió esa habilidad. Empecé a jugar en Fisherton a los 8 años. Entrenaba y después permanecía horas y horas en el club junto a mi hermana y lo volvíamos loco. Entonces, él se quedaba para enseñarnos el dribling y a levantar la pelotita. Hoy es algo normal, pero antes no era muy común. El Rata era un jugador habilidoso y por eso le gustaba que aprendiéramos esas cosas", cuenta.

El fanatismo de Lucha por el hockey lo trasladaba a su casa y eso tenía sus consecuencias. "A mi mamá no le dejábamos nada sano. Jugábamos en el garage o en el jardín y rompíamos las plantas o las paredes", dice.

Las exigencias no cambiaron su manera de sentir el hockey. En cambio extraña el vínculo con jugadoras que formaron parte de su pasado y no ve tan seguido, aunque continúan siendo amigas. No se olvida de ellas, entre otras sus compañeras del colegio secundario Stella Maris, ni de los primeros tiempos, cuando en Fisherton eran apenas "cinco jugadoras y entrenábamos en un espacio que no era más grande que mi jardín".

"Como en Fisherton no había luces, los padres encendían las luces de los autos, entre ellos mi mamá, para que pudiéramos practicar. Eso demuestra las ganas que teníamos de jugar, y también el aguante de los entrenadores, realmente unos apasionados del hockey para enseñarnos bajo esas condiciones y en una superficie desastrosa, porque eran canchas de fútbol".

Mientras refresca sus vivencias, el rostro se le ilumina y se ríe de algunas situaciones, como cuando tenía diez años y se trasladaba para jugar algún partido junto al resto del equipo "en un camión frigorífico que era de la familia de una de las chicas. Apenas había un agujerito por el que podíamos mirar para saber cuando llegábamos".

A los 15 años su familia se asoció al Jockey y decidió que cambie de club. Pretendían que no quemara etapas, porque en Fisherton ya jugaba en primera. "Era muy flaquita y la diferencia física con las otras jugadoras era grande. En ese momento hacía goles, no sé después qué me pasó", bromea.

"La adaptación en Jockey me costó un año. Venía de Fisherton que era una gran familia, donde todos se conocen, y encontré una institución que es un monstruo. Estaba en plena adolescencia, una etapa complicada, siempre fui tímida y encima no quería cambiar de club. Como no tenía amigas, a la hora de estar entrenando me rateaba. Ponía cualquier excusa y me iba, hasta que un día me dijeron: «Si vos querés jugar en la quinta A tenés estas responsabilidades, de lo contrario, andate». No tuve otra y de a poco pude integrarme al grupo".
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