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 miércoles, 28 de diciembre de 2005  
Tienen un barcito y un cliente se dejó un bolso con la plata
Encontraron 67 mil dólares y se los devolvieron a su dueño
Mary y Walter trabajan de sol a sol y no les sobra nada, pero ni por un momento pensaron en quedarse con el dinero ajeno

Cuando La Capital entró al barcito de Paraná y Córdoba, Mary y Walter se miraron. "Un cliente del bar llamó para contar que ustedes encontraron un bolso con 67 mil dólares y se lo devolvieron a su dueño, ¿eso es verdad?", preguntó este diario. La pareja se puso nerviosa. "¿Quién fue?", "¿Habrá sido César?, ¿quién más estaba?", murmuraron entre dientes. Al final, con el grabador apagado como prueba de que nadie más que ellos decidiría si hacerlo público o no, un acuerdo de confianza ablandó el diálogo. El miércoles pasado, Guillermina María Matorras -Mary- y su marido, Walter Cicarelli, estaban como todos los días al frente del bar, donde trabajan sin ayuda de 7 a 2 de la mañana. Hacia las 11.30, un cliente abandonó una de las mesas y en la silla quedó su bolso. Mary lo guardó, como siempre que un parroquiano deja algo olvidado. Rato después, al tropezar con él, Walter lo abrió: adentro había nada menos que 67 mil dólares.

Eskorpio es un típico bar de taxistas, algún que otro vecino y gente que anda de paso. Ocupa una esquina del barrio, que tiene un moderado nivel de actividad comercial. Adentro es muy pequeño, con pocas mesas, un pool y un par de ventiladores de techo que le dan un aire siestero. El bar trabaja casi de sol a sol, entre las 7 y las 2, atendido sólo por sus dueños, Mary y Walter, desde hace 15 años.

Por eso el miércoles pasado empezó como cualquier otro día. Primero limpiar el bar, después servir café durante toda la mañana, alguna comida rápida al mediodía, vino y cerveza a partir de la tardecita. Sin embargo, a las 11.30 un hecho que no figuraba en agenda les alteró la rutina.

Un parroquiano que no es habitué, pero frecuenta cada tanto una mesa del bar, dejó olvidado su bolso. Mary lo tomó -"era un bolsito común de tela", comenta- y lo tiró al piso detrás de una de las barras. Ni volvió a pensar en el tema, convencida de que, como pasa siempre, su dueño pasaría a recuperarlo después.

Más tarde Walter se puso a arreglar un ventilador y tropezó con el bolso. "Me pareció que había roto algo porque lo pisé, entonces quise saber qué había adentro", recuerda Walter. Y lo abrió, nomás: adentro había cajas de remedios que efectivamente había aplastado con el pie, pero también otra cosa, gruesos fajos de dólares.

Mary y Walter quedaron petrificados. "Casi nos infartamos, pero no por el hecho de toparnos con el dinero, sino porque no sabíamos qué hacer", cuenta la mujer, que nació en Metán (Salta) y lleva 20 años casada con Walter. "Llegaba a pasar algo, a entrar un ladrón, y ¿qué hacíamos? Yo a ojo nomás calculé que había como 50 mil dólares", explica el marido.

El dinero les quemaba las manos. "Primero me lo llevé atrás, pero después pensé: ¿y si llega a entrar alguien y se va al fondo y encuentra un bolso escondido? Iba a ser lo primero en llevarse. Así que lo volví a tirar al piso, como si nada; mi señora cerró la puerta y yo me quedé sentado acá, de custodia", relata Walter.

Rápidamente, los dos hicieron memoria. El bolso era de un hombre "que compra y vende casas", al que ninguno de los dos quiso identificar para "no crearle problemas". Así, sólo decidieron esperar hasta que reapareciera.

Entre los pocos testigos del hecho había otro parroquiano, Marcelo Azanza, uno de los dueños de la empresa Indalsa que queda a una cuadra del bar. "Sinceramente, lo que yo vi en Walter y Mary, después del asombro, fue sólo una terrible preocupación porque el hombre volviera y supiera que su dinero estaba ahí", sostiene el empresario, que casi todos los días almuerza en el bar.


El hombre "sin cara"
Pero transcurrieron tres horas y media antes de que el dueño de los dólares regresara a buscarlos, después de "deambular por otros varios lugares donde creyó haberlos dejado". Cuando entró, el hombre "ya no tenía cara" de lo descompuesto que venía, recuerda Walter. Y lo único que dijo fue "gracias".

"A mí me parece que recién después se dio cuenta, porque más tarde vino a decirnos si no queríamos un regalo. Le contestamos que no, que no queríamos nada... Lo único que queríamos de verdad era no tener esa plata acá por el miedo que nos daba", relatan Mary y Walter.

-Pero con la mano en el corazón, ¿en ningún momento sintieron la tentación de quedársela o se imaginaron qué podrían hacer con tanta plata?

-No, desde que la vi dije "esta plata no es mía". Automáticamente, por un hecho de conciencia, no me corresponde. Y ya está. Sé que va a venir por otro lado, no sé si triplicado o diez veces, no sé. Lo que no es mío, no es mío y punto. (Mary)

-¿Quedarse la plata?, no. Y menos ella... (Walter)

Mary y Walter se miran. Trabajan todo el día y aun así no les sobra un peso, pero parecen seguros de lo que hicieron. Sin alharacas, ni un solo gesto de más.
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Mary y Walter llevan 20 años de casados y mantienen un perfil tan bajo que les costó contar su historia.

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"Es bueno saber que muchos pensamos así"



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