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sábado,
24 de
diciembre de
2005 |
Interiores: reflexiones
Jorge Besso
El humano es un ser más proclive a opinar que a reflexionar, y lo que es más complicado a confundir pensar con reflexionar. Es cierto que ambos se usan indistintamente para definirse mutuamente, pero también es cierto que se pueden distinguir y en cierto sentido se deben distinguir ya que los humanos no se llevan demasiado bien ni con los pensamientos ni con las reflexiones. El pensamiento constituye una suerte de patrimonio interior que alberga la riqueza o la pobreza de cada uno y, más precisamente, la mezcla de ambas cosas en todo el mundo y en todos los mundos.
Es decir que es más bien difícil pensar el pensamiento sin contenidos, como un continente vacío aunque en ocasiones más o menos frecuentes se hable del sentimiento del vacío o de tener la mente en blanco, pero en cualquier caso son ocasiones en que todo el pensamiento está barrido, tanto el continente como el contenido. En cambio la reflexión se puede pensar como una operación y un ejercicio en sí mismo, y en ese sentido con mayor contundencia que el pensamiento.
Por lo demás la reflexión supone una suerte de desdoblamiento por parte del sujeto reflexionante, capaz de poner en cuestión el problema del cual se trate y hasta lo que en ese momento el propio sujeto pensaba del mismo. Pero con relación al pensamiento, más allá de los diccionarios, es posible hacer una distinción más que hace al núcleo mismo de la diferenciación: el pensamiento es al mismo tiempo un escenario mental y un flujo indetenible de imágenes, representaciones e ideas en última instancia de muy difícil y, en ocasiones, de imposible gobierno.
Bastaría pensar qué sentido podría tener preguntarse cuántos pensamientos, ideas, prejuicios, opiniones, posiciones y demás productos psíquicos posee mi vecino o mi pariente, y acaso cuántos de esos pensamientos están referidos a mí que formulo una extraña e inútil inquietud. Este imposible gobierno del pensamiento coexiste al mismo tiempo con un rasgo aparentemente opuesto: muchas veces el pensamiento de alguien, o el de un grupo, o el de una institución, o el de un partido político se caracterizan por pensar siempre los mismos pensamientos, ese es el punto en que el pensamiento logra un milagro negativo: se trata de un pensamiento que no piensa.
Reflexionar sobre el pensamiento que no piensa es quizás la gran tarea que le cabe a la capacidad de reflexionar de cada cual. Buena parte de dicha tarea está referida a lo que Castoriadis llama el pensamiento heredado entendiendo el tesoro que implica la tradición filosófica, y demás tradiciones que el psicoanalista y filósofo griego dedica su vida a repensar. Dicho tesoro es la condición necesaria pero no suficiente para que podamos reflexionar sobre los determinantes de nuestra vida, porque en tanto pensamiento heredado es un pensamiento que nos piensa, y en este sentido nos construye como seres sociales que somos.
Una polémica actual en los EE.UU. nos puede ilustrar sobre cómo funciona el pensamiento heredado ordenando las posiciones y opiniones. En la tierra de los dueños del mundo se han puesto a polemizar (una vez más) sobre el origen del mundo, apuntando todas las críticas del poder que Bush preside a la teoría evolucionista de Charles Darwin, biólogo, estudioso y viajero que vivió lo largo de casi todo el siglo XIX dejando huellas tanto en la ciencia como en la filosofía de occidente.
Como dice la historia, don Charles, proveniente de las islas británicas, pasó mucho tiempo viajando por nuestras costas del sur, a bordo del Beagle, barco comandado por el capitán Fitzroy, dejando para siempre sus nombres en la geografía argentina, y legando también para siempre y para el bagaje de la humanidad su teoría evolucionista surgida a partir de una muestra impresionante de datos geológicos, botánicos y zoológicos recogidos en el sur argentino (y en islas del Pacífico) que lo llevaron a su formulación.
Dicha teoría habla de la evolución de las especies y de la selección de dichas especies reguladas por la primacía de las más fuertes. Primacía que sería la responsable de la adaptación de algunas y de la desaparición de las más débiles. Esto en un brevísimo resumen. Lo cierto es que desde el comienzo esta teoría y esta investigación chocó con la religión ya que sugería un origen diferente del mundo. Esta corriente tiene muchos pensadores, incluyendo religiosos que se ocuparon de tratar de integrar las ideas del evolucionismo para hacerlas compatibles con Dios.
En los EE.UU. actuales, capaces tanto de ir para adelante como para atrás, oponen al evolucionismo (prohibido en algunos institutos y escuelas) lo que han dado en llamar el creacionismo inspirado en una teoría que llaman el "diseño inteligente", en el sentido de que todo lo existente, tanto en el pasado como en el presente y en el futuro, sólo puede ser la creación de un ser superior, capaz de semejante diseño, y dicho ser superior no puede ser otro que Dios.
Demás esta decir que es una polémica abierta, razón por la cual, en cambio, no está demás reflexionar sobre los pensamientos puestos en juego. Fundamentalmente son dos:
u Los que piensan que para todo hay un autor.
u Los que reflexionan sobre las cosas que son sin autor identificable.
Dichos y cuentos populares, innumerables creaciones de las lenguas, uso y desuso de las palabras, son sólo algunos de los ejemplos de creaciones sin autor reconocible. Aun siendo posible la creación por parte de Dios, resulta imposible negar la capacidad creativa, y claro está también la destructiva de los humanos. Reflexionar en este punto implica al menos la posibilidad de invertir un pensamiento que forma parte de una herencia milenaria: en lugar del "creador", pensar a Dios como un creado.
Una creación humana sin autor a la vista, en algunos aspectos no de las más felices, en tanto es la responsable de engendros omnipotentes que van sembrando catástrofes en nombre de Dios.
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