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sábado,
24 de
diciembre de
2005 |
Yo creo: "Calaveras y diablitos navideños"
Ricardo Luque / Escenario
Navidad. Noche de paz, noche de amor. Lo escucho desde mi más tierna edad, en el Winco de la tía Marta, en los parlantes de la disquería Bigote's, en la cajita de música escondida en la panza de ese Papá Noel que mueve los bracitos incesantemente en la vidriera del todo por dos pesos de enfrente del Monumental. Y, como si eso fuera poco, ahora me persigue a sol y a sombra en los ringtones de los celulares de los chicos que andan por la calle sin mirar a donde caminan porque están concentrados en escribir mensajitos de texto. La melodía es insoportable. Tan dulzona y pegajosa como un frasco de miel artesanal. O peor, como un Don Nadie tratando desesperadamente por llamar la atención con la loca idea de que así puede ganarse sus cinco minutos de fama. Y, cómo todo el mundo sabe, aspirantes a celebrities hay a montones, más en las vísperas del fin de año, cuando las fiestas se multiplican hasta el paroxismo. Una tontería. Igual se codean por salir en la foto, por un lugar en el VIP, por una invitación a esa fiesta exclusiva de la que todos hablan pero nadie fue o peor a la que los que fueron no se divirtieron nada. Cómo en la cena de Navidad. Nadie lo pinta mejor que Tim Burton en "El extraño mundo de Jack". Si no fuera por el bueno de Jack, que en su afán de disfrutar un poco de ese espíritu navideño que enciende sonrisas en los niños, emoción en los adultos y nostalgias en los ancianos, secuestra a Papá Noel y se hace cargo de dejar los obsequios en el arbolito. Nada de corbatas, medias ni pañuelos. Nada de autitos, pelotas ni muñecas. Sus regalos son escalofriantes, terroríficos, horrorosos. Víboras ponzoñosas, calaveras voraces, paquetes explosivos. De lo mejor, pero lo más importante es que son asombrosos. Como la vida misma. Y eso es lo que hace que la Navidad, que hasta ese momento había sido puro amor y paz, claro, de publicidad de seguro de retiro, sea una fiesta. Como Halloween, o todavía mejor, como la celebración del Día de los Muertos en México. Tequila y baile hasta que se ponga el sol. Una tortura para un inspector municipal socialista. Nada de "jingle bells", ni paz, ni amor para la tribuna. Calaveras y diablitos. Para todo el mundo.
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