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sábado,
24 de
diciembre de
2005 |
Consagrados. El atardecer se repartió entre flashes y charlas
La trastienda de la ceremonia de La Capital
Un toque de formalidad y mucha simpatía para un encuentro entre los rostros más destacados
La gala de La Capital denota sobriedad. Afuera hace calor y todavía falta para que caiga la tarde a pesar de que ya casi es la hora 19. Los personajes van llegando y, de a poco, ascendiendo al primer piso del edificio central del Jockey Club, en Córdoba y Maipú. Allí irán, entonces, acompañados por parientes, asesores y secretarios para escuchar por qué son los referentes de la ciudad que los cobija.
Es hora de balances, pero también de no pasar por alto qué hay que seguir haciendo. Al menos así lo entienden los personajes quienes, obviamente, también merecen y necesitan su momento de distención.
A pesar del clima algo solemne del encuentro, se respiran charlas amigables y camaradería.
El señorial salón donde sobresalen tres enormes arañas empieza paulatinamente a llenarse. Primero, los invitados se ubican desparramados mientras las camareras ofrecen exquisitas vituallas. Luego, se colocan en semicírculo para escuchar y ver la presentación de cada uno de los nominados.
La miniceremonia se inició con la entrega al por entonces arzobispo de Rosario, Eduardo Mirás (el primero debió haber sido el intendente Miguel Lifschitz, pero se retrasó y arribó a las 20). Las plaquetas fueron entregadas por los directivos del diario Sergio Ceroi y Orlando Vignatti.
Y a medida que avanzaban los nombres, los aplausos iban in crescendo y el paisaje comenzaba a notarse distendido.
La presencia de la rubia altísima Romina Lanaro se destacaba entre los grises, azules y negros de los ambos masculinos. Bella, la joven que vive en París, estaba acompañada por su mamá, una señora no menos elegante del barrio Echesortu.
Otra madre se mostró radiante de contenta; Evelyn, la de Kevin Stralla, el nene que este año junta agua para enviar a la careciente población chaqueña de Castelli. La mujer se desplazaba a sus anchas por la sala del Jockey; en su casa, en cambio, hay bidones por todos lados.
Otra mosca blanca fue Pablo Pino, de Cielo Razzo, con su onda informal que, sin embargo, no desentonaba al llevar implícito el sello de ser un músico joven y del palo del rock.
Algunos no podían creer haberse convertido en íconos del año que se despide. Como los posadolescentes Juan Lorenzi y Eriberto Roveri, verdaderos rosarigasinos ganadores de las olimpíadas de física. Eso sí, ataviados como serios facultativos de las ciencias duras.
Tras observar a Guillermo Zalazar Boero de Terminal Puerto Rosario, el oncólogo Oscar Dip, o el presidente de la Bolsa de Comercio, Federico Boglione, entre otros, llegó el turno del escritor y periodista Fabricio Simeoni. Se llevó los más encendidos aplausos; se lo veía feliz desde su silla de ruedas.
Como a Mario D'Agostino, quien seguro comparó los bocaditos de la ceremonia y los que se sirven en su bar, El Cairo.
Los médicos Juan Sylvestre Begnis (también político de raza) y José Luis Sgrosso no paraban de charlar. Hacía varios años que no se veían, por lo que se pusieron al día. Minutos más tarde, el flamante diputado nacional embromaría con la moza que ofrecía delicias de chocolate al querer robarle la bandeja. Y también elogiaría a Ruth Schuman, la rosarina que encontró 50 mil pesos en Bariloche y los devolvió.
Simeoni aprovechó para contar sus nuevos proyectos: Hacer un CD de música electrónica con Fabián Gallardo y en el que participaría Luis Alberto Spinetta. "Lo conocí y casi me muero; es regrosso", dijo sobre el flaco. Y contó también que tiene otro libro en mente. Un éxito.
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