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viernes,
23 de
diciembre de
2005 |
Un estudio de Periodismo Social destaca la importancia de los espacios recreativos
Tiempo de vacaciones: el valor del juego
El receso escolar permite otras posibilidades de estimulación en los chicos
El juego es tan esencial al desarrollo de todos los niños y niñas como la salud, la educación y la alimentación, y desempeña un papel igualmente decisivo en la inclusión de sectores de la población infantil que sufre la vulneración de derechos considerados más básicos, en especial en la época del verano en la que las vacaciones escolares permiten otras posibilidades de estimulación de los chicos.
La conclusión anterior es una de las tantas que propone un informe especialmente preparado por Periodismo Social, una ONG que propone una visión diferente de los niños y adolescentes en las noticias. El estudio fue difundido por estos días, a poco de iniciarse el receso escolar de verano (www.periodismosocial.net).
En el mismo también se acuerda que el tiempo libre de la obligación de cumplir con tareas organizadas como las que impone la escuela a lo largo del año lectivo pone de relieve la necesidad de transformar ese tiempo cotidiano sin deberes en tiempo para jugar, para el crecimiento individual y social y para el desarrollo sociocultural de los chicos.
¿Y por qué esta premisa? Porque el juego es un componente básico del desarrollo físico, emocional y de la personalidad del niño. Mientras juegan los chicos investigan, conocen y aprenden a relacionarse con el mundo y con sus pares. El juego posibilita la comunicación y el aprendizaje, favorece los vínculos interpersonales y grupales, la exploración del mundo y constituye una de las actividades educativas esenciales porque juega un rol fundamental en el desarrollo de la inteligencia, explicaron los especialistas consultados.
"Además, tiene un claro valor social porque contribuye a la formación de hábitos de cooperación, compañerismo y solidaridad, de enfrentamiento con situaciones vitales y por tanto a un conocimiento más realista del mundo", afirma Virginia Guardia, coordinadora del programa de Juegotecas Barriales del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y una de las especialistas consultadas.
Defender el derecho a jugar es tan importante como hacerlo con los de la alimentación, la identidad, la educación o la salud, porque se relaciona con el desarrollo integral de los niños y niñas. Pero a pesar de su valor, es un derecho que también encuentra obstáculos para su ejercicio.
Los derechos humanos de los niños son interdependientes, no hay jerarquías entre ellos. Por ello la recreación debe entenderse como parte del entramado de derechos interdependientes e indivisibles enunciados en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, incorporada a la Constitución Nacional en 1994.
Aún cuando los chicos prefieren jugar al aire libre, las calles, las plazas y los parques fueron dejando de ser espacios tradicionales de juego ganados por los propios niños porque se perciben cada vez más como inseguros, una primera barrera para ejercer ese derecho.
"La calle, las plazas, los parques fueron perdiendo la imagen de niños jugando porque se volvieron poco seguros para el despliegue del juego, y en otros casos fueron ocupados por privados con el desarrollo de emprendimientos comerciales", explica Guardia.
A su vez, con el final de las clases, para muchos niños, niñas y adolescentes, se interrumpe la posibilidad de participar en espacios recreativos y de compartir actividades con otros chicos. En algunos casos, por falta de recursos de los padres, por falta de tiempo o por el desconocimiento de la importancia que representa el juego en la vida de todo ser humano.
"Es muy importante que los chicos puedan continuar con sus actividades durante el verano porque eso les abre un mundo nuevo, les permite seguir socializando con otros chicos y valorarse", declara Verónica Gutiérrez, de Fundación IPNA, una institución trabaja por la inclusión de los niñas, niños y jóvenes con discapacidad.
"Hay un vacío durante las vacaciones. Los chicos se quedan sin actividades y pierden el estímulo. Entonces, cuando empiezan las clases, es como si tuviéramos que empezar de nuevo", dice la maestra. Y "para los chicos pobres es peor -advierte-, porque los padres, preocupados por mantenerlos no tienen la posibilidad de llevarlos para que participen de actividades recreativas y muchos chicos se pueden pasar todo el verano delante del televisor".
Sin embargo, no se trata de reemplazar unas actividades por otras. Los especialistas coinciden en postular que lo ideal es que el juego pueda desarrollarse en todos los ámbitos, en la calle, la plaza, la casa: que sea libre y espontáneo y que no esté todo dirigido por adultos, para que el chico puede crear y establecer sus propias reglas.
"Aún cuando no existen reglas al respecto, todo niño debería jugar al menos entre dos y tres horas diarias, jugar eligiendo él a qué, dónde y cómo, no porque en la escuela le dicen jugá", opina Beatriz Caba de la Asociación Internacional por el Derecho del Niño a Jugar (IPA Argentina).
Agendas completas
La percepción de inseguridad en los espacios públicos fue limitando el juego al ámbito privado pero éste también se fue reduciendo en sus dimensiones. Las familias se fueron empobreciendo y las casas son más chicas y no contemplan un lugar para que el niño juegue.
"Las alternativas son el juego autónomo y en general silencioso, donde el chico compite con máquinas y no ya con sus pares. Esta situación, por extraña que nos parezca, es común en los barrios más acomodados y en las barriadas populares", explica Guardia.
A la falta de espacios aptos se suma la ausencia de tiempo, de chicos y grandes, que también representa un obstáculo importante para el juego. "Hoy nos encontramos con chicos con agendas completas, escuelas absolutamente académicas, niños sobrecargados de actividades, sin tiempo libre", alerta Caba.
Las escuelas también fueron perdiendo los espacios para jugar. Los chicos juegan más fuera que durante el horario escolar y se menosprecia el valor de lo lúdico como herramienta educativa, coincidieron los especialistas.
Caba considera que las limitaciones para jugar en la escuela, en algunos casos, se relacionan con la ignorancia de maestros y directivos, pero en otros tiene que ver con que el juego brinda protagonismo y decisión, y a veces "eso preocupa". "Hay algo de desconocimiento pero también de no permitir el juego porque el que juega es protagonista de su vida, tiene ideas propias y toma decisiones", dice.
El tiempo del juego también se fue limitando. En algunos casos, los chicos pasan varias horas diarias frente al televisor, en otros están sobrecargados de tareas y, en muchos, se ven empujados a trabajar. A su vez, padres y madres pasan mucho más tiempo fuera de hora trabajando y tienen menos oportunidades de jugar con sus hijos.
Pero también hay una desvalorización del juego a nivel social y del mundo adulto en general, que sobrevalora la "tarea productiva" al "ocio improductivo" y entonces vemos niños con agendas casi tan ocupadas como los adultos y sin tiempo libre.
"Este diagnóstico se agrava con la crítica situación económica y el empobrecimiento de las familias, que llevan cada vez a más niños a trabajar, cambiando los juguetes por elementos de trabajo o bien asumiendo responsabilidades dentro del hogar propias del adulto", apunta Guardia.
La realidad les ofrece a los chicos en situación de pobreza muchas menos opciones para jugar. "Para muchos chicos de pocos recursos, el juego pasa a ser un tiempo robado arriba del carro cuando están cartoneando en la búsqueda de la supervivencia", dice Caba. "Muchos proyectos sociales dan de comer, pero se olvidan que los chicos tienen que jugar para desarrollar su subjetividad", resume la especialista.
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Mientras juegan, los chicos investigan, conocen y aprenden a relacionarse con el mundo
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