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domingo,
06 de
noviembre de
2005 |
Lecturas
Confesiones de un cazador de talentos
<b>El observatorio editorial</b>
de Jorge Herralde.
Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004. 218 páginas. $ 24.
María Angélica Scotti
"La labor de un editor literario no consiste en vender productos sino en descubrir a los mejores escritores de su tiempo y editar libros de la forma más cuidada y exigente posible". Esta consigna, ciertamente admirable en la actual mercadocracia, aparece enunciada en "El observatorio...", un libro de peculiar interés para escritores o aspirantes a escritores y para todo aquel que quiera conocer los entretelones del quehacer editorial. Su autor es el fundador y director del ya mítico sello español Anagrama. Es decir, no se trata de un editor convencional sino de un genuino "cazador" de talentos literarios, un apasionado "aventurero" de las letras, como lo define en el prólogo el escritor argentino Rodrigo Fresán.
Anagrama es una de las pocas -y heroicas- editoriales independientes en esta era del imperio de las grandes multinacionales. Ha publicado más de 2.300 títulos a lo largo de 35 años, desde su surgimiento en 1969. En su catálogo figuran narradores y ensayistas europeos de la talla de Samuel Beckett, Antonio Tabucchi, Javier Marías, Carmen Martín Gaite, Julian Barnes, Martin Amis, los norteamericanos Truman Capote, Norman Mailer, Paul Auster, Patricia Highsmith, Paul y Jane Bowles, Grace Paley, y también algunos latinoamericanos como Alfredo Bryce Echenique, Augusto Monterroso, Carlos Monsiváis y Sergio Pitol. Varios de ellos fueron "descubiertos" por Herralde cuando aún eran autores secretos o escasamente difundidos, y luego se convirtieron en escritores de culto e incluso en best sellers, como fue el caso del español Enrique Vila-Matas o el del polaco Ryszard Kapuscinski.
Sobre tales aventuras o cacerías literarias se explaya "El observatorio...", que es, en esencia, una recopilación de notas periodísticas escritas en su mayoría entre 1999 y 2004. Uno de los capítulos más jugosos es una entrevista concedida por Herralde acerca de la literatura latinoamericana: allí afirma que "el boom Borges" tuvo su plataforma de lanzamiento en París en los años 60 y, asimismo, alega que las literaturas en lengua hispánica persisten en sus compartimientos estancos, sin mayor comunicación entre sí, salvo los grandes nombres.
Otros capítulos significativos son el I y el XV, donde Herralde cuenta cómo se fue relacionando con "nuevas voces" o "escritores emergentes" en los 80, para gestar sus colecciones de narrativa hispánica y de narrativa extranjera. Hay capítulos centrados en determinados autores, como el que aborda al ensayista italiano Claudio Magris, quien pondera la "utopía corregida por el necesario desencanto" y condena los estragos del siglo XX, "con su monstruosa simbiosis de barbarie y racionalidad científica".
Uno de los primeros capítulos se halla dedicado al novelista chileno Roberto Bolaño, cuya muerte (en 2003) ha sido, desde el punto de vista de Herralde, "el mayor dolor de toda mi vida de editor"; la lucha de Bolaño, ya enfermo, para poder concluir su última y monumental novela, "2666", trae reminiscencias del caso, tan similar, del recientemente desaparecido Juan José Saer. Otros autores tratados en particular son Vladimir Nabokov, con todo el despliegue de su ingenio ("Soy un escritor norteamericano, nacido en Rusia y educado en Inglaterra, donde estudié literatura francesa, antes de pasar 15 años en Alemania"), Raymond Carver ("un clásico del siglo XX", a pesar de que, por los acosos del alcohol y por sus penurias económicas y conyugales, no escribió más que cinco libros de cuentos) y los argentinos Copi (un personaje provocativo y versátil, que alternaba la escritura con el dibujo y el teatro en París, donde murió de sida en 1988), Ricardo Piglia ("el más subrayable" e "imprescindible" como narrador y como ensayista, convertido ahora en "escritor de culto", aunque "sus fans" se quejan de que "escribe poco") y Alan Pauls (galardonado en 2004 con el Premio Herralde, sobre el cual se prodigan abundantes detalles).
Según Herralde, en su relación con los autores que publica, se ciñe a la norma habitual de no recibirlos antes de leer sus manuscritos. Señala que cada libro publicado es, para él, una verdadera apuesta, a veces "excitante y arriesgada", y aclara que no privilegia a los escritores españoles por sobre los de otros países: "el único patriotismo de Anagrama es el de la calidad literaria".
En su catálogo se evidencia cierta predilección por los autores transgresores y polémicos, y hasta revulsivos o "salvajes" como Charles Bukowski (de quien publicó los títulos "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones", "La máquina de follar" y "Escritos de un viejo indecente") o la audaz Colette ("inconformista, escandalosa, gloriosamente amoral y de sensualísima prosa"). "El observatorio..." habla además sobre editores (en particular sobre Francisco Porrúa, "un atleta de la edición", y en general sobre los exiliados españoles que crearon en la Argentina sellos fundamentales como Sudamericana, Losada o Emecé), sobre premios de novela, sobre Ferias del libro ("Sólo hay dos razones para no ir a Frankfurt: estar arruinado o estar muerto", según dictamina un colega) y sobre agentes literarios (como Carmen Balcells, "la Mamá Grande").
Resulta peculiarmente ilustrativo de su pasión de editor el capítulo XIV, donde expone paso a paso su jornada de trabajo: la inicia a las 10 y 30 de la mañana y continúa sin pausa hasta la noche en medio de informes, consultas con colaboradores, reuniones de prensa, presentaciones, y, al fin, después de cenar, "descansa" leyendo textos de memorias o diarios de vida, que constituyen su "vicio nocturno".
Sin ser una autobiografía, "El observatorio..." incluye algunos trazos de la historia personal de Herralde: sus tempranos estudios, sus lecturas de formación, sus tropiezos con la censura en la época de Franco, sus aversiones y entusiasmos literarios. Cabe destacar que este libro del editor de Anagrama ha sido publicado en otra editorial independiente (en este caso argentina: Adriana Hidalgo), que apuesta también por los buenos escritores.
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Fotos
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Alan Pauls y Ricardo Piglia, dos autores argentinos editados por Herralde.
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