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 miércoles, 07 de septiembre de 2005  
Las últimas monedas para pasar una noche tranquila

Jenny Portis, de 34 años, amontona una moneda encima de otra. Con paciencia pone en pie 34 torres con 336 monedas de cuarto de dólar, hasta que la bolsa de plástico por fin queda vacía.

Para conseguir los 84 dólares del mostrador, que es lo que cuesta pasar una noche en un hotel, Jenny, su novio John Johnson, de 30 años y su hijo Michael, de 13, tuvieron que pasar dos noches en las calles de Houston pidiendo limosna. "Quería que después de una semana, Jenny durmiera otra vez en una cama de verdad", dice John casi excusándose.

Mientras los padres están pagando, el niño de 13 años está sentado en el suelo, indiferente. Desde hace una semana, lo único que hace Michael es sentarse por cualquier sitio. Primero se sentó en un tejado, cuando el agua inundó hasta el techo la casa de la familia Portis en Nueva Orleáns.

Después, se sentó junto a su abuela enferma, para que no fuera pataleada en medio del caos del Centro de Convenciones, uno de los dos grandes refugios de emergencia, en cuyo suelo reposaba la abuela. Más tarde, Michael estuvo dos días sentado en el coche, cuando la familia se hizo cargo de su propio rescate y consiguió llegar a Houston en autostop.

En su odisea, la familia Portis tuvo que trasnochar en el intervalo de una semana más que otras personas en toda su vida. "Permanecimos sentados dos días en un tejado. Sin agua y sin comida", relató Jenny. "Nadie nos ayudó, nadie nos dio de comer. Tash, la vecina de enfrente, permaneció agarrada dos días enteros con las dos manos al cable eléctrico sobre el tejado. Por miedo, porque no sabía nadar. Cuando fue rescatada, debido al agotamiento, se cayó hacia atrás. Todos se ahogaron", dijo Jenny.

El tiempo en el Centro de Convenciones, en el que en algunos momentos hasta 30.000 personas buscaron refugio, lo describe John como "un infierno". "Al cabo de un día te dabas cuenta de que ya no eras una persona, sino un animal. Sin agua, sin comida. Sólo un paquete de galletas para todos nosotros. En nuestra sala éramos 12 personas. En el suelo pusimos el mantel blanco de la mesa y lo utilizamos como sábana. Nuestra sala estaba enfrente de los servicios. El agua de los retretes no funcionaba. Cada uno hacía sus cosas en algún lugar del suelo. El hedor era infernal. Teníamos que contener la respiración y taparnos la cara con la mano", narró John.

Jenny, John y Michael quieren dormir una noche entre sábanas limpias y blancas, solos en una habitación con ducha para cobrar nuevas fuerzas y después retomar la búsqueda. Desde el huracán han perdido toda pista de sus hijos mayores, de 17 y 14 años, porque los chicos se encontraban visitando a su tía.

Con la inundación, la familia Portis perdió su casa, así como todo lo que tenía algún valor material y sentimental. Como Jenny, John y Michael no tienen nada aparte de la camisa, el pantalón y los zapatos que les fueron regalados, deben mudarse a un albergue para refugiados. Ninguno sabe qué va a ser de ellos después de la noche en el hotel. "Es que no puedes pasarte la vida pidiendo limosna", dijo John desamparado.
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