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 domingo, 24 de julio de 2005  
Rosario desconocida
Don Hilarión, el maestro

José Mario Bonacci (*)

En tiempos de escuela primaria, un proceso natural y continuo hacía de la maestra una verdadera segunda madre. Le confiábamos cosas que quizás no transmitíamos a la familia inmediata. Era una verdadera protectora de nuestras vidas. En el colegio secundario, ya adolescentes listos para ingresar a un estadío superior, algunos profesores remplazaban a la lejana maestra primaria y devenían consejeros de la vida que comenzaba a sorprendernos en ese difícil paso a la adultez. Entonces elegimos una carrera e ingresamos a la Universidad.

Descubrimos que siempre se necesitan referentes de apoyo en la marcha hacia el futuro, se esté donde se esté o se tenga la edad que se tenga. Supimos que algo de aquella necesidad de niños se guardaba para siempre en nuestros pechos. Esto significa comprobar la afirmación de quien expresó que "el hombre es de adulto, lo que era de niño". Esos primeros años de vida, fijan actitudes que habrán de marcar la existencia hasta el final. Lo decimos con estricto sentimiento personal, sin imponerlo a nadie. Cada uno transita los carriles que su corazón le marca.

Hemos tratado en oportunidades temas y hechos acaecidos en la Facultad de Arquitectura de la ciudad. Esos recuerdos y marcas dejadas en nuestra memoria son indelebles y preciosos. Nos regalan paz y nos convencen que el niño del principio y el hombre del final son los mismos.

De nuestros profesores no podemos olvidar a Francisco Bullrich, Juan Manuel Borthagaray, Jorge Borgato, Hilarión Hernández Larguía, Gastón Breyer, César Benetti Aprosio, Flavio Bella y Alfredo Molteni... Enseñaron, condujeron, aconsejaron, protegieron. Sus marcas fijadas a fuego en nuestra memoria guían el camino. A ellos están sumados docentes integrantes de cada cátedra no citados sólo por tiranías de este espacio.

Si un patriarca es aquel que por edad y sabiduría ejerce autoridad moral en un grupo, familia o colectividad, entonces Don Hilarión Hernández Larguía fue uno de ellos. Nació en Buenos Aires en 1892 y pasó su infancia en el campo. En 1916 se graduó en Buenos Aires como arquitecto y en 1924 llegó a Rosario y se asoció con Juan Manuel Newton.


Los recorridos
Entre 1924 y 1930 su gran cliente es el Banco Edificador Rosarino. En las décadas de 1930 a 1950 se sucedieron producciones adheridas a un cierto eclecticismo creador y a los adelantos disciplinares. Esto se supeditó a la labor de concebir y solucionar problemas profesionales según necesidades y modalidades locales propiamente nuestras.

Esos períodos, respetando a ultranza la concepción, muestran en las obras claros mensajes visuales gestados en la base intelectual del estudio. El art decó está presente en el conjunto para el Banco Edificador en Pasaje Monroe y sus vecinas Callao, 9 de Julio, Ovidio Lagos y Estanislao Zeballos. También en los edificios de Laprida y Urquiza (suroeste) e Italia y San Lorenzo (sureste), orlados con estilizaciones de íconos egipcios en columnas, pilastras y cornisas.

El racionalismo es contundente en los edificios de San Lorenzo y Paraguay (noroeste), y en Córdoba al 1700. Está presente en una de sus obras más emblemáticas, como lo es el Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino.

En 1926, Don Hilarión escribió su artículo "Pareciera que el peatón no existe para los urbanistas del momento". El contenido se apartaba de concepciones corbusieranas para el nuevo urbanismo por nacer con grandes proyectos e ideas del maestro francés. Sin embargo, al proseguir la profesión con Rufino de la Torre desde 1950 luego de la separación con Newton, realizan "La Mercantil Rosarina" en San Lorenzo y Mitre (noreste). Fachada con parasoles fijos en la primera y móviles en la segunda, son instrumentos de interés técnico y estético que controlan asoleamiento e iluminación.

Le Corbusier, al frente de su equipo, los había empleado ya en el Ministerio de Educación de Río de Janeiro y Oscar Niemeyer, por primera vez, en la "Casa do Berço" (casa cuna) frente a la Lagoa Rodrigo da Freitas, ambas obras de 1937.

En los años 60, un albergue para empleados de Acindar y casas para directivos de Marathon Argentina, obras en Villa Constitución, se adscriben a influencias del finlandés Alvar Aalto. Lo mismo ocurre con la planta de Cindor en Carcarañá, la casa Albanese en Hernández y Maciel de barrio Alberdi y especialmente con Aricana en Buenos Aires 931. Hall y visuales de gran valor y solución de patios escalonados sobre espacios de la biblioteca ubicada por debajo de ellos de acuerdo con sus jerarquías, alcanzan los tonos más altos. La materialidad, la satisfacción de estrictas necesidades de cada tema, la nobleza constructiva a ultranza y el tratamiento de la luz, son la precisa identidad de solvencia profesional.


Extensiones
Don Hilarión recorrió todo el espectro del aporte social a la comunidad. Fue primer director del Museo Castagnino; intervino en cuanta asociación cultural funcionó en la ciudad; protegió ideológicamente a la Escuela Serena de las hermanas Cosettini; integró comisiones de tipo profesional; intervino en la gestación de la Ley Araya de honorarios profesionales; fue autor del código municipal para regir las construcciones en la ciudad; alentó la actitud de creación en bellas artes, poesía, música, teatro... Y quizás una de sus obras maestras haya sido la construcción de su propio núcleo familiar. Casado con Doña Lucía Correa Morales, trajo hijos al mundo y convirtió su hogar en un lugar de encuentros y amistad al quedar su compañera postrada por razones de salud.

Así don Hila, como cálidamente gustábamos llamarlo, alentó los comienzos de un joven Gary Vila Ortiz poeta, Jorge Riestra escritor, Rubén de la Colina y Rubén Naranjo artistas plásticos, y de muchos otros que convirtieron reuniones en verdaderos momentos de paz y contracción a sensibilidades de pensamiento y creación. Y también lo continuaron sus hijos: Iván Hernández Larguía es otro de los queridos docentes en la actualidad, profesor emérito de la Universidad Nacional de Rosario; Cristián Hernández Larguía, famoso en lugares del mundo, es el creador del Coro Estable y del Pro Música de Rosario.

Toda su labor como docente, maestro y director, la cumplió Don Hilarión en la entonces Escuela de Arquitectura funcionando en la Facultad de Ingeniería de avenida Pellegrini 250. Idéntico sitio en donde obtuvimos nuestro diploma profesional. En 1966 murió su esposa y él se alejó de la casa donde había creado su universo familiar y cultural.

Quien desee empaparse con capítulos de vida contenidos en la existencia de nuestro maestro, debe recurrir al libro "Hilarión Hernández Larguía -1892-1978" editado por la Facultad de Arquitectura de Rosario en 1993. Allí se integran testimonios de su familia, colaboradores profesionales, docentes, alumnos, ciudadanos.

Don Hilarión era tan amplio en concepciones de vida y cultura que siendo alumnos nos informó un día que al siguiente ocuparíamos el horario de clases en analizar, discutir y conceptualizar el mensaje del film "Rocco y sus hermanos". Esa fue ocasión primera de realizar semejante experiencia en un taller de trabajo. No sólo aprendimos arquitectura. Analizamos una estructura social, una concepción política, variantes de personajes, realidad de la posguerra, fin de una época y otros significados que con los años valorizamos como ejecutores de la disciplina que habíamos elegido para construir la vida...

Reservado, activo, con su sonrisa chaplinesca, aportando, impulsando, con su eterno traje gris y la corbata de moño... Se fue en 1978 montado en el aura monumental que suelen construir los viejos sabios. La casa-estudio que atesoró su íntimo cosmos de amor, vida, amistad y cultura, persiste en San Luis 448 como si lo esperara. Aún hoy suele parecernos escuchar sus pasos entre tableros, por aulas y pasillos de nuestra Facultad.

José Mario Bonacci / [email protected]
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Hilarión Hernández Larguía dejó huellas y enseñanzas que aún persisten.

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