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 domingo, 24 de julio de 2005  
El viaje del lector
Una odisea en Brasil

Estaba todo listo. La valija con la ropa, algunos regalos que no hicieran mucho bulto; algún toallón y toalla y esas cosas "por si acaso". En el bolso puse los zapatos, sandalias, un libro con letras de tangos para cantarles a mis amigas brasileñas, alfajores santafesinos y muchos regalitos, uno para cada una de las personas que iba a conocer personalmente y con quienes venía chateando desde hacía dos años.

A las 4 de la mañana me pasó a buscar la traffic que me llevaría a Ezeiza, donde tomaría mi avión derecho a Sao Paulo a las 11. Tres horas después estarían las chicas esperándome en Guarulhos. Silencio sepulcral en la traffic. Nadie hablaba.¿Cómo iba a hacer para estar sin hablar hasta las 2 de la tarde?

Intercambié unas palabras con el chofer y al llegar a unas cuadras de casa recogimos a otra pasajera que fue charlando con el chofer hasta el parador donde desayunamos.

¿Te molesta si me siento al lado tuyo?, le pregunté a la última pasajera que ya se había servido un suculento café con leche con medialunas. "Sí, por favor, sentate", me dijo. Inmediatamente nos pusimos a charlar y allí me contó la historia de su vida. Yo por supuesto le conté la mía.

Y llegamos a Ezeiza. Pasé mi valija y mi bolso por la Aduana donde les pusieron sus etiquetas y me senté a esperar la hora de partida. Después de masticar chicles, comer varios caramelos, leer revistas para viajeros y tomar otro café con leche (qué caro todo en Ezeiza), llegó la hora de partir. Me acomodé plácidamente en mi lugar y cuando desperté ya estaba en Sao Paulo. Allí estaban mis amigas Sonia y Celinha esperándome. Nos reconocimos inmediatamente y entre abrazos, gritos, exclamaciones, saludos y bienvenidas partimos en un auto hasta la casa de Sonia en el centro de Sampa.

Al llegar me esperaban su madre y su tía y allí otra vez las exclamaciones, los saludos, los besos y empezaron a alimentarme como si quisieran engordar un pavo para Navidad.

Allí recordé que tenía regalitos en mi bolso. Abrí el candadito y el cierre hasta que comenzaron a aparecer zapatos con perlas celestes, sandalias con brillos dorados, bolsas con remeras que yo no había comprado para nadie, osos de peluche, remedios extraños que yo nunca había tomado y una bolsita de cuero misteriosa con un aparatito más misterioso aún.

Estas cosas no son mías, grité. Alguien me las cambió el bolso en el aeropuerto. Sí, tenía un cartelito con mi nombre y apellido y era mi bolso, pero adentro no había ninguna de las cosas que yo había colocado.

Creí morir de desesperación. ¿Qué había ocurrido con mis cosas? Ahora qué me iba a poner en mis pies. No podía pasear por las calles de Sao Paulo con las sandalias de brillo dorado y los zapatos con perlas celestes que, encima, eran un número menor al que uso. ¿Qué les iba a dar de regalo a mis amigas?

"No se preocupe", dijo Sonia en portugués. "voy a llamar al aeropuerto, tengo un amigo ahí".

Después de deliberar y romperme la cabeza pensando qué habría ocurrido, me di un baño. Abrí la valija para buscar algo para ponerme y creí morir otra vez cuando ví que no tenía la ropa interior. No lo podía creer, recorrí en segundos con mi mente todo lo que había guardado y me dí cuenta que tenía que salir urgente a comprar de todo o de lo contrario debería pasar mis quince días de vacaciones casi casi, como Dios me trajo al mundo. Fue una noche interminable.

A la mañana siguiente, Sonia llamó a su amigo, quien al enterarse de lo ocurrido, sólo atinó a decir: "si le cambiaron las cosas del bolso, es porque seguramente pusieron droga en el otro. Tu amiga va a tener problemas". Me imaginaba esposada en una cárcel de Brasil, sin bombacha, sin corpiño y descalza tratando de explicar que sólo traía regalos, zapatos y otras cosillas.

Desesperada empecé a revisar otra vez el bolso; alguna pista tenía que encontrar. En ese momento se me ocurrió leer el prospecto de los remedios que estaban allí y pude ver que decía con letras bien grandes "Insulina, mantener en la heladera". Eran las cosas de mi compañera de café con leche y medialunas, la diabética. Y el aparatito extraño era el que usaba para inyectarse. Ahí fue cuando comencé a llorar.

Ahí me dí cuenta que al tomar mis maletas de la traffic, yo misma había sacado mi valija y un bolso exactamente igual al mío. En ese momento, fue también me di cuenta de que mi bolso estaba en Chile así como el de la otra chica, en Brasil. Esta mujer necesitaba su medicación urgente. No quería ni imaginar que tuviera un problema de salud por culpa mía por atolondrada, por tomar un bolso confiada en que era el mío.

Inmediatamente llamé a mi familia por teléfono a Rosario y por suerte todo se pudo solucionar. Llevar el bolso hasta Guarulhos nuevamente y despacharlo por la empresa de aviación chilena fue toda una odisea, pero ellos mismos, gentilmente, me mandaron mi bolso desde Santiago de Chile al Aeropuerto de Fisherton donde mi hijo lo fue a retirar.

Por supuesto que para poder pasar las vacaciones decentemente y disfrutar de las bellezas brasileñas, tuve que reponer mi guardarropas de prendas íntimas y comprarme algún par de zapatillas y sandalias.

Al llegar a Rosario y entrar a mi casa, pude ver mi querido bolso negro y marrón, exactamente igual al otro, con el cierre roto pero con todas las cosas adentro. Hasta los alfajores santafesinos estaban intactos. El viajecito tuvo sus inconvenientes, claro, no lo voy a negar, pero haber compartido esos días con gente tan maravillosa es algo que siempre llevaré en mi corazón.

Virginia Guida (Ganadora de esta semana)
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San Pablo se convirtió en centro de enredos y sorpresas de un viaje muy charlado.

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