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domingo,
24 de
julio de
2005 |
Editorial
Dignidad y trabajo
Una de las peores consecuencias de la devastadora crisis económica que golpeó al país fue la instalación de la cultura de los subsidios, tan necesarios en su momento como peligrosos si terminan destruyendo la predisposición laboral. Numerosas historias abonan la posibilidad de reinsertarse felizmente en la sociedad de la mano del tesón y la confianza.
La edición de ayer de La Capital daba cuenta de dos hechos tan cercanos como aleccionadores en relación con la crisis: tanto el caso de una miniempresa de confección de ropa liderada por dos mujeres en el barrio Belgrano Sud como las historias de los emprendedores de Cáritas Rosario que expusieron anteayer sus productos en una feria realizada en la plaza San Martín se erigen, en efecto, como ejemplos del camino a seguir en medio de las graves dificultades. En ambas situaciones, la receta utilizada fue simple y efectiva: primero, recuperar la confianza; después, poner manos a la obra.
El desastre económico que asoló al país como consecuencia de la implementación de un modelo que privilegió la especulación financiera sobre la capacidad y aptitud productivas dejó huellas profundas, pero la principal herida infligida al tejido social fue la pérdida de valoración sufrida por el trabajo. Hoy día, la cultura del subsidio continúa haciendo estragos: mucha gente, simplemente, carece de un oficio y también -y esto es lo más grave- del interés por aprenderlo.
La coordinadora general de la muestra de emprendedores apadrinados por Cáritas expuso con claridad el objetivo número uno: "Hay que dejar de lado la pasividad de ser receptores de subsidios y recuperar la cultura laboral", apuntó, y remató con un ejemplo extraído de su experiencia cotidiana: "Hay madres que creían que ya ni tenían la capacidad de darles de comer a sus hijos, y ahora encontraron la forma de hacerlo y de conseguir mucho más".
Parecido en su esencia es el relato de las dos mujeres que, en este caso con conocimientos de corte y confección, se decidieron a tomar el toro por las astas en uno de los momentos más dramáticos de la historia reciente de la Nación, a principios de 2002. Con ayuda estatal, lograron instalar en la casa de una de ellas un humilde taller que hoy les sirve de plataforma de lanzamiento para el despegue de nuevos sueños.
Las lecciones a extraer son varias: la primera de ellas, sin dudas, es cuán importante resulta la ayuda material, pero mucho más si se la direcciona con inteligencia. Aunque la segunda resulta aún más crucial: la recuperación de la dignidad personal pasa por luchar contra la resignación y reconstruir los lazos con la sociedad a partir de la vital inserción que significa el trabajo. No es sencillo, pero existen muchos caminos que pueden empezar a transitarse de la mano de la solidaridad activa.
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