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 domingo, 24 de julio de 2005  
¿Ahijados del padrino o polluelos atrevidos?

Carlos Duclós / La Capital

Cuando los gobernantes no guardan compostura en sus dichos, se revela incoherencia y existe una clara incompatibilidad entre lo que se hizo, se hace y se dice, entonces los ciudadanos bien pueden preocuparse no sólo por su presente, sino por su futuro. Cuando la disputa por el poder político prevalece, cuando los funcionarios se desvelan por una interna partidaria y se lanzan definitivamente a una campaña electoral mientras al mismo tiempo reconocen que el ser humano vive en un infierno ¿Qué puede aguardarse para la nación que tiene a tales protagonistas como conductores?

El presidente Kirchner no ahorra palabras cada vez que debe referirse a Eduardo Duhalde para cuestionarlo. Y cuestiona justamente a su mentor, al hombre que lo llevó a la presidencia de la Nación. Hace pocos días en el marco de unos de los tantos actos que se están realizando en la provincia de Buenos Aires, y en los que se reparten obras a diestra y siniestra, el presidente dijo en clara alusión al hoy adversario político que "me entregaron un despacho y unas llaves de una Argentina prendida fuego, se trató de llegar a las elecciones como se pudo, pero no se solucionó ninguno de los problemas fundamentales del país". Es decir, el primer mandatario se quejó porque su antecesor le dejara la banda presidencial y el territorio nacional poco menos que arrasado. Es curioso, pero las primeras medidas adoptadas por el presidente, entonces, fueron confirmar en sus cargos a muchos de los mismos ministros de Duhalde, los mismos que, se supone según se deduce de las palabras presidenciales, con sus políticas devastaron la Nación. Así, Kirchner confirmó al titular de Economía Roberto Lavagna, por ejemplo; al titular de la cartera de Salud, el doctor Ginés González García, y a otros funcionarios de la anterior administración como el propio ministro del Interior, Aníbal Fernández, otrora fuerte lugarteniente del caudillo bonaerense.


Las dos argentinas
Pero las cuestiones no terminan allí. A poco que el lector comience a hacer un poco de memoria recordará que Felipe Solá, hoy gran kirchnerista, fue funcionario de Carlos Menem y que llegó a la gobernación de la provincia de Buenos Aires de la mano de Eduardo Duhalde. La falta de memoria y gran desinformación de los argentinos permite que sucedan estas cosas, estas olas de deslealtades e hipocresías que poca importancia tendrían si afectaran a los actores, pero que se tornan graves porque angustian y sumen en la desgracia y la pena al público que presencia la escena. ¿Cómo no recordar que el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, era socio político de Cavallo?

Mientras el gobierno nacional está en campaña en todo el país, pero especialmente en la provincia de Buenos Aires a la que observa con ojos agudos de felino agazapado listo para dar el salto y sojuzgar a la presa, hay dos países: el del campo y de las industrias exportadoras, que conforman un sector que, sin lugar a dudas, creció de la mano de Lavagna, el hombre elegido por Duhalde para hacerse cargo de la Economía, y el país de la clase media y de las clases más pobres que no han podido resurgir de las profundidades y quién sabe si podrá. La clase media debe hacer frente, como siempre, al pago de tributos excesivos, servicios pésimos y caros y soportar aumentos de precios y alquileres tremebundos. Y también debe tolerar una ignominia histórica cual es la de que a un aumento de salarios corresponda de inmediato aumentos de toda laya en el costo de la vida, con lo que el panorama siempre es el mismo. ¿La economía creció? Sí, es cierto. ¿Pero para cuál de los dos países en realidad? ¿El desempleo bajó? Es cierto ¿Pero los sueldos que perciben los nuevos empleados para qué sirven, qué necesidades satisfacen? El grave problema es que la distribución de la riqueza sigue siendo absolutamente injusta.


Padrinos y ahijados
Mientras se advierte que la inflación sube y que las declaraciones se esmeran por justificarla con disfraces grotescos, mientras los productores ya amenazan con desabastecimiento si efectivamente se aplican las retenciones a las exportaciones de productos lácteos (retornando a la repudiable e histórica costumbre empresarial argentina de defender sus intereses cueste lo que cueste, aunque en ello vaya la vida del prójimo que a veces es un niño pobre), mientras los alquileres suben, el delito se incrementa y el poder real del salario es una entelequia; es decir, mientras por una u otra razón en la otra Argentina, esa que mira con la ñata contra el vidrio el hermoso escaparate preparado para la Argentina recuperada y dichosa, la angustia sigue ufana y pavoneándose impune, el partido gobernante (¿es propio llamarle peronismo?) se debate en una interna feroz.

A tal grado de ferocidad llega la disputa que la primera dama, una mujer patagónica, que conoce como nadie la provincia de Santa Cruz, pero que por las necesidades, que vaya a saberse si son las del pueblo, concurre como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, no guardó munición gruesa a la hora de disparar contra Duhalde y sin más lo comparó con el personaje de la famosa película "El Padrino". Claro, la metáfora utilizada por la primera dama es riesgosa porque puede interpretarse de diferentes formas. No hay dudas de que si la interpretación es netamente política, el poderoso caudillo bonaerense -cuya inteligencia le aconseja que se mantenga en silencio ante tanto embate del adversario- es un auténtico padrino político porque, como queda visto, protegió y ayudó a crecer a muchos "ahijados" que, tal parece, ahora quieren hacerse del poder absoluto.

Alguien, con sapiencia y gran observador de la política, dijo que el plan es convertir al peronismo en una serie de "pymes" políticas, atomizarlo y después mandarlo al fondo del mar, pero añadió proféticamente: "No van a poder, porque el peronismo siempre renace como el ave fénix y termina devorándose a los polluelos atrevidos".
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