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 domingo, 24 de julio de 2005  
Una campaña a media luz

Mauricio Maronna / La Capital

La grisura que merodea las vísperas de las internas abiertas, obligatorias y simultáneas puede resultar tentadora para reverberar el sonido de la demagogia a la hora del análisis. Sin embargo, por encima de la llanura de las propuestas, la chatura de los discursos y la maratón de actos y actitos debe agradecerse que, salvo alguna que otra excepción, los rosarinos no deban someterse a un vendaval de insultos cruzados ni descalificaciones al por mayor, como sí sucede en otros distritos.

La pequeña madre de la batallita está centrada en el Frente Progresista, donde la gran incógnita a develar es si el candidato de la escudería oficial, Horacio Ghirardi, logrará desplazar del mapa a Jorge Boasso, quien se lanzó sin el más mínimo miedo escénico a galopar entre las trincheras de la alianza socialista-radical defendiendo el escudo y las banderas del radicalismo, hoy estrujado por el dolor de ya no ser cabeza de león, pero, al menos, intentando sumar diputados nacionales y concejales bajo la gran revelación política de estos últimos años: el Partido Socialista.

Algo comienza a tomar forma en las huestes antisocialistas de la ciudad: ir a votar el domingo 7 de agosto por la lista que encabeza el indomable concejal radical que le puso pimienta a la campaña con sus afiches (ciertamente poco sutiles) de galeones dispuestos a cañonear la entente, y con la simpática idea de regalar relojes para que "la conciencia de la UCR despierte de la modorra".

En verdad, los relojes de plástico de Boasso deberían funcionar como elemento rupturista del sueño de campaña que atraviesa a los rosarinos independientes, que descargan menos adrenalina a la hora de sufragar que un adolescente ante un fresco de Tita Merello.

Como una rareza de la historia preelectoral santafesina, no existen encuestas confiables (habría que reformular la tesis y preguntarse: ¿alguna vez hubo sondeos con rigor científico?).

"Lo que dice Boasso no me va ni me viene", le respondió a La Capital el eficaz intendente Miguel Lifschitz, quien, pese a esa declaración, sabe desde lo más profundo de su ser que, sin él al frente de la campaña, a Ghirardi le costaría mover el amperímetro.

Al margen de opiniones interesadas, y de latiguillos opositores explicables ante la inminencia de una parada electoral, la gestión de Lifschitz no merece demasiados reparos. La ciudad ha cambiado para bien en muchos aspectos, la salud pública es un ejemplo y un tesoro incalculable para quienes continúan hoy con sus bolsillos raídos por el desempleo o por la injusta distribución de la riqueza, que siguen mandando a buena parte de los ciudadanos al fondo de la pirámide. Y esto pese a la vocinglería mediática nacional que proclama las "espectaculares bondades del cambio de modelo kirchnerista".

Para ellos, solamente un párrafo: el salario promedio de la economía se ubicó en mayo en 720 pesos, un 6,6% inferior a los 771,73 pesos del precio de la canasta básica total, que mide la línea de pobreza para una familia tipo.

Si se comparan estas cifras de la economía del día a día con las que indican un espectacular crecimiento macro (superior al 10% desde mayo del 2004 hasta el mismo mes del 2005) se arribará a la conclusión de que, al margen de la noventofobia dominante, todo se reduce a esperar el efecto derrame, que por ahora únicamente se produce en los sectores vinculados al agro, que cruzan los dedos para que los commodities se mantengan y que las retenciones no se conviertan en la barrera utilizada para frenar la espiral inflacionaria que vuelve a amenazar la obispal armonía de Roberto Lavagna.

Volviendo a la campaña rosarina: la nueva ley electoral les quitó histeria a los procesos que se incubaban bajo el sistema de lemas, pero no ha logrado mejorar un ápice la oferta cualitativa de candidatos. Si se repasan los nombres de los postulantes a concejal (dentro de unas semanas llegará el momento de evaluar a quienes pugnan por una diputación nacional), se arribará a la misma conclusión: ni una orquídea se asoma entre la hojarasca.

Si los ciudadanos independientes optan por pasar el domingo 7 de agosto bien lejos de un cuarto oscuro los resultados de las elecciones dependerán exclusivamente del peso de los aparatos políticos y sindicales. Que, aunque no los veamos, siempre están.

En el justicialismo la campaña transcurre (en forma inédita) sin golpes bajos, sin adjetivaciones hacia los "compañeros" que integran otras listas y con un curioso hecho que derrumba todas las lucubraciones y pronósticos que ponían a María Eugenia Bielsa entre la hoguera y la guillotina. Esteban Borgonovo, Osvaldo Miatello y Walter Palombi (los tres principales candidatos peronistas) se encargan de difundir todas y cada una de las apariciones en sus actos de la cada vez más atildada vicegobernadora.

El actual secretario de Promoción Comunitaria y el administrador del aeropuerto de Fisherton son dos buenos dirigentes a la hora de ofertar sus postulaciones. El primero es un hombre moderado a la hora del discurso, previsible, que no despierta grandes pasiones pero tampoco frontones de ira. Borgonovo parece estar errándole en su eje de campaña: como autor de la única innovación en materia de reforma política (la reducción de ediles en el superpoblado Concejo Municipal), debería hacer hincapié en el beneficio que esa iniciativa les deparó a los rosarinos.

Cuando los que se eligen son 11 ediles no hay demasiado lugar para impresentables, arribistas, fronterizos o dirigentes que quieren una banca para hacer negocios sucios. Y, si los hay, en poco tiempo quedarán en evidencia.

El único manchón de la campaña vino del lado de un personaje impensado: el competente director de Comunicación Social de la Municipalidad, Daniel Canabal, denunciado por haber amenazado a una periodista que, al parecer, puso en aprietos con sus preguntas a Ghirardi en uno de los tantos programas de actualidad que pululan en los canales de cable.

La cuestión de fondo (y esto es algo en lo que sí deberá reparar Lifschitz) es el reparto de pautas publicitarias sin límites. "Si sos político, nunca le pagues a un periodista porque siempre habrá alguien que le pague más", dijo alguien, hace mucho tiempo, advirtiendo el decurso de los acontecimientos. Hoy, la pauta publicitaria es una mordaza o un ventilador, según cuáles sean los objetivos del encargado (municipal, provincial o nacional) de firmar una factura a cambio de algún "servicio periodístico".

El intendente deberá tomar el toro por las astas y, a modo de ejemplo, preguntarse: ¿cuál es el share de Plus Satelital en Rosario?, ¿por qué tanta pauta publicitaria en ese canal de cable porteño atiborrado de periodistas "progresistas", sí, pero también de bajísimas mediciones?

Citando a Jorge Asís (y mal que les pese a algunos), hoy por hoy uno de los más mordaces analistas de la realidad: la pauta publicitaria es un caramelo de madera levemente edulcorado con azúcar impalpable.

Mientras la campaña electoral en Rosario ingresa en su tramo final, Hermes Binner y Agustín Rossi ya han dejado la marca de sus estrategias. El rosarino parece haber internalizado que cuando se está al frente de la voluntad popular los mensajes agresivos se convierten en un bumerán y, antes de volver a meterse en la pelea cuerpo a cuerpo, prefiere salir de Rosario y recorrer pueblo por pueblo la provincia, una especie de falsa escuadra a la hora de unificar el voto.

Rossi intenta nacionalizar su campaña, pegar su figura a la del presidente y rogar que no se repita la secuencia de las elecciones a gobernador del 2003. Allí Kirchner se columpió entre Binner y Obeid, al tiempo que desde algunas usinas de la Casa Rosada mostraban sin pudor las preferencias hacia el socialista. Para el actual presidente del Concejo algo es urgente: recorrer la provincia y lograr que su nombre sea conocido por mayor cantidad de santafesinos.

Las elecciones a diputado en Rosario no tendrán mayores sorpresas: Binner ganará sin grandes sobresaltos. El Frente para la Victoria deberá repetir el esquema que desde hace más de 20 años mantiene al peronismo al frente del poder político estadual: abroquelar el voto en la capital provincial y en el resto de la bota.

Lo demás son interrogantes: ¿el jefe de campaña será Juan Carlos Mazzón, quien además de armar la lista a diputado acaba de derribar de un plumazo a dos candidatos a concejal del PJ de la capital santafesina? ¿Carlos Reutemann se pondrá la campera roja o elegirá un tono algo más neutro? ¿Jorge Obeid le pondrá tercera a la caja de velocidad de su gestión? ¿El radicalismo dejará de desgarrarse los intestinos y priorizará de una vez por todas lo importante sobre lo trivial?

Dentro de tres meses, el 23 de octubre, esas preguntas quedarán desnudadas por la realidad. Falta demasiado tiempo como para que las hipótesis sean consagradas hoy como una verdad revelada.
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