|
domingo,
24 de
julio de
2005 |
Interiores: el aburrimiento del ser
No está del todo claro si la gente aburrida se aburre, o si más bien, sin aburrirse va por el mundo desprendiendo aburrimiento. En algunos lugares se cuenta el caso de un señor que producía una especie de epidemia de aburrimiento en todos los sitios en que recalaba. Lo cual se constataba por los bostezos sincronizados que se podían observar y al mismo tiempo padecer en ocasiones en que contactaba con alguna persona, encuentros que cada vez le resultaban más difíciles pues su fama se había extendido considerablemente.
Seguramente no debe ser cierto, o en todo caso tan cierto como las leyendas, o las historias que se oyen, tanto por aquí como en el viejo continente, en la que (por caso) la joven muerta en circunstancias trágicas aparece en determinadas noches justamente en la curva en la que se produjo el accidente fatal. Historias para matar el aburrimiento. Probablemente cuando no hay historias para contar, pero mucho más que eso, para seguir creyendo, aunque más no sea en algún pliegue del alma que se puede volver de la muerte. Es muy posible que también sea muy difícil volver del aburrimiento, al menos del aburrimiento crónico.
No es seguro que los animales se aburran, a pesar de ciertas apariencias que podrían hacer pensar lo contrario. Una de esas es la de los gatos, bicho que dedica mucho tiempo a la quietud y que por lo tanto puede dar la impresión que de tan aburridos ni siquiera son capaces de obedecer. Muy lejos de tal derivación, los gatos viven en su complacencia que es su esencia. Su ser habita en su majestuosa serenidad y en su imponente hermetismo, salvo las llamadas del celo u otros vericuetos del instinto que los llevan por los techos.
Los perros tampoco parecen aburrirse, aún en sus bostezos. O son felices por que tienen amos a quienes reciben con el rabo erecto, o despliegan todo su ser en una espera que vaya a saber si en ocasiones no les resultará interminable. En caso de no tener dueño fatigan por encontrarlo, y en otros casos renuncian a lo que no tienen para conservar su esencia de callejeros y así poder seguir ladrando a esos seres tan perturbadores que son los humanos con sus autos. Cualquiera de esos canes están muy lejos de aburrirse.
El aburrimiento parece un fenómeno más bien de los humanos, tanto grandes como pequeños, conformando unos seres que en cierto sentido vendrían a ser el extremo opuesto a los bipolares. Seres mesetarios, exentos de los altibajos tan característicos entre nosotros que parecieran haber logrado la apatía con la que soñaban los estoicos hace más de dos mil años, pues ya desde entonces se veía a la falta de emociones como la condición del equilibrio, siempre tan buscado, y a la vez tan esquivo.
Con todo, las definiciones más precisas con respecto al aburrimiento hablan de "cansancio, tedio, fastidio, originados de molestias o disgustos, o de no contar con algo que distraiga y divierta". Vale la pena examinar más de cerca la definición de los académicos de la lengua, ya que cuenta con elementos específicos y con otros que no lo son.
Por ejemplo el cansancio no es específico del aburrimiento, ya que hay muchos cansancios que hasta son gratos como todos aquellos vinculados a la producción o al ejercicio del placer, y que en tal caso vendría a ser lo opuesto al aburrimiento (donde sí hay cansancio es en el cansancio de no hacer nada).
Por su parte el fastidio, si bien es un estado que se puede reconocer como formando parte dentro del síndrome del aburrimiento, por lo general sobreviene a causa de algo que sale mal o en todo caso se debe a alguna de las tantas variedades de disgustos que azotan la vida cotidiana. Nos queda el tedio caracterizado como un aburrimiento extremo que viene a dar cuenta de una posición subjetiva patológica, aunque sea sin síntomas a la vista. El individuo con tedio configura un ser impenetrable al que no le entra nada y no le sale nada: una extraña mezcla de soberbia e impotencia que negativiza todo lo que lo rodea y a todo los que los rodean.
La clave de tal posición (de la que en principio no estamos exentos) se encuentra en la última parte de la definición en la que podemos leer que el fastidio o el tedio del aburrimiento es consecuencia de no contar con algo que "distraiga o divierta". Es interesante ver que semejante punto de vista parte del supuesto de que el mundo debe entretenernos y divertirnos. Por su parte el mundo no cuenta con nosotros. Sigue su marcha con sus evoluciones y sus involuciones, en ocasiones registrando nuestra participación y en todas ignorando nuestra ausencia. La sociedad y sus diversos mundos cuentan en cada encendido diurno de los mundos (que en rigor nunca se apagan del todo) con millones de seres que todos los días repiten lo que tienen que hacer. Otros millones ni siquiera tienen la posibilidad de cumplir con su deber y en el mejor y en el peor de los casos sólo podrán violar la ley.
El aburrido habita en su ego, en consecuencia no ve ni el árbol, ni el bosque, y consume su tiempo y su turno tratando de paliar la falta de reconocimiento con la complacencia de sí mismo. Patología esencialmente de la riqueza, pero de la riqueza externa, aquella que compra felicidad en forma de objetos que se compran. Con el riesgo más o menos inevitable de que dichos objetos impregnen al sujeto y en cierto modo lo hagan desaparecer. Pues así como el perro se parece a su dueño, el dueño termina pareciéndose y exclavizándose a sus objetos.
El mundo no está para nosotros, en todo caso estamos para el mundo, aceptarlo, criticarlo, tratar de dejar algo y en lo posible modificarlo y ahorrarle horrores pasados y actuales a alguna generación.
enviar nota por e-mail
|
|
|