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domingo,
12 de
junio de
2005 |
El último tramo del Paraná
El Tigre, un recreo entre islotes y largos senderos de agua
Seductora de poetas, anclada en la historia e inspirada en la Belle Epoque, la zona se consolidó como espacio de esparcimiento
Paola Irurtia / La Capital
El Tigre es una de las pocas localidades del país en la que la vida de todos sus habitantes se construyó en estrecha relación con el río. El Paraná, padre de las aguas, llega a su tramo final deshilachado en riachos y arroyos que conforman un delta tan amplio como la superficie de la ciudad de Buenos Aires.
En esa dimensión, más de 350 cauces surcan las islas y se convierten en las pasarelas que transitan habitantes y viajeros. El serpenteo de los arroyos y riachos y la frondosa vegetación le dan un marco inigualable de colores y texturas que mudan en cada estación del año. Este centro turístico, que visitan diariamente personas de todos los países del mundo, se encuentra a 300 kilómetros de Rosario.
El Tigre es una de las ciudades más viejas del país, con más de 400 años de historia, en la que cementerios indígenas dan prueba de sus antiguos habitantes. Nació como poblado ligado a las rutas comerciales, con historias de navegantes y de piratas. Recibió las tropas porteñas que resisiteron la invasión inglesa a Buenos Aires y al virrey Sobremonte cuando con su esposa asistieron a la fundación de la loma de San Fernando, un mirador de las islas nombrado en honor al futuro rey de España, cuando la Corona gobernaba en estas tierras.
Fue inspiración de escritores y políticos como Marcos Sastre, Domingo Faustino Sarmiento, que levantó allí su casa de descanso y de Leopoldo Lugones, que se quitó la vida en una casa sobre el más ancho de los ríos del delta, el Paraná de las Palmas.
Centro recreativo
El Tigre se consolidó como centro de recreación en los últimos tramos del siglo XIIX. Las familias adineradas de la aristocracia porteña fijaron allí sus residencias alrededor de clubes deportivos, los pioneros en remos, y recreos que sumaron edificios inspirados en la Belle Epòque a la urbanización de la ciudad y las islas.
Esas historias dejaron huellas que ahora guardan los museos, monolitos y monumentos y se descubren en las calles de la ciudad, tentadoras para caminar.
Por tierra
La vieja estación del ferrocarril Mitre es el punto de llegada de la mayoría de los visitantes. Se trata del edificio original de la línea ferroviaria, reciclado para dar lugar a oficinas -entre ellas la secretaría de Turismo- y sitios en los que se pueden contratar excursiones, paseos, alojamiento en la ciudad o las islas y medios de transporte. Pero las ofertas vuelven a tentar sobre la costa de los riachos, en los embarcaderos o en el mercado. Un mapa es indispensable para pasear por la ciudad que tiene callecitas curvas y cortadas que llevan hacia las orillas de los ríos Luján, Tigre y Reconquista.
Sobre las márgenes de los ríos se encuentran los edificios de clubes y las casas de aire francés de principios del 1900. El puente Sacriste, a la salida de la estación de trenes, cruza el río Tigre hasta la calle Lavalle. Un pintoresco bulevar, salpicado de restaurantes y bares, permite la vista hacia los embarcaderos y tradicionales clubes de remo. Al final de la calle, el monumento al Remero y el río Luján marcan el comienzo del turístico Paseo Victorica. Sobre la calle se encuentran el club de Regatas de la Marina, el Museo Naval de la Nación y el Centro Naval, parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Al final del camino, el edificio del ex Tigre Club, donde funcionó hasta 1933 la primera ruleta argentina y futura sede del Museo Municipal de Bellas Artes.
El museo de la Reconquista, ubicado sobre la calle Pirovano - apenas antes de llegar por la costa al ex Club Tigre- está emplazado en el mismo lugar en que Liniers desembarcó para organizar las tropas antes de enfrentar a las fuerzas inglesas, en 1805.
El recorrido de la calle Lavalle hacia el lado opuesto lleva hacia el viejo Camino Real. Su inicio se encuentra junto al final del puente Salas, el segundo sobre el río Tigre. Un viejo almacén resalta sobre la calle, antes de llegar al cruce con Liniers. A metros de ese lugar se levantan la Parroquia de la Inmaculada Concepción, de 1770, y la antigua aduana.
En el agua
Los riachuelos forman una trama que aparece como incomprensible para cualquier viajero. En los muelles de la ciudad, lanchas y catamaranes ofrecen paseos con distintos circuitos y duración -entre 45 minutos y tres horas los más comunes-. Los recorridos más cortos pasan por los ríos Reconquista y Sarmiento, con vista a clubes costeros, residencias acondicionadas como alojamientos turísticos y el museo Sarmiento, en el cruce del río del mismo nombre y el arroyo de los Reyes.
Pero el circuito se puede hacer en transportes más pequeños y autónomos como canoas y kayacs, que pueden recorrer riachos inaccesibles a los medios de mayor porte: se internan en los canales más estrechos, desaparecen entre los árboles. Los sitios que facilitan estos medios ofrecen guías y una instrucción básica para pilotearlos. En épocas más cálidas son frecuentes las ofertas para navegar de noche. Otra opción es contratar un barco con alojamiento para pasear por donde los lleve el capitán.
Junto a los medios de paseo y deporte nagevan las lanchas de correo y aprovisionamiento para los isleños, y las lanchas colectivo, que los transportan hacia la costa, las escuelas o cualquier otro destino. Varias líneas realizan esos servicios, indispensables para los viajeros que quieran quedarse una o más noches en los alojamientos de las islas. Aunque los hospedajes suelen contar con un servicio adicional de transporte.
Las casas isleñas tienen muelles y sistemas de contención y tracción para sus embarcaciones. Las más típicas están construidas sobre pilotes, pero otras están sobre el suelo, generalmente rodeadas de jardines y más o menos poblados de animales y árboles.
Las dificultades que opone el río, las móviles fronteras de las islas y el transporte influyeron en que los habitantes consoliden redes solidarias que facilitan el traslado, las compras, la concurrencia a clases y el entretenimiento también.
El follaje tupido de los árboles en verano, los colores del atardecer sobre el río, la variedad de amarillos y marrones en otoño, o las ramas desnudas de los árboles caducos en invierno, son parte de ese paisaje móvil. Las raíces desnudas de árboles centenarios, que se mantienen de pie en las orillas de las islas muestran que en ese territorio, el suelo se mueve bajo los pies.
Para quedarse
Los alojamientos de las islas están desperdigados por todos lados. Algunos están más cerca de la costa de tierra firme, sobre el mismo río Luján o los hilos de agua que se desprenden a sus costados. Otros se internan por el río Sarmiento, el arroyo Correa, el San Antonio, o más adentro, como en la rivera del Antequera o en canal Honda.
El otro paisaje posible lo ofrece el Paraná de las Palmas, a una hora y media en lancha, o tres para los deportistas que se animen a remo. Es el río más ancho en esa zona del delta, el único que se permite ver durante la estadía los buques que se encaminan hacia el Paraná. En su recorrido se encuentra el recreo "El tropezón", una edificación de 1928 que la muerte de Lugones convirtió en el museo que lo recuerda.
Los nombres de los ríos son huellas de la historia o la geografía. El Paraná de las Palmas tomó el suyo de las palmeras Pindó que crecen a lo largo de su recorrido. Los troncos de esos árboles fueron el sostén de las luces de la ciudad de Buenos Aires. El Sarmiento se llamaba Abra Nueva antes de ser renombrado en homenaje al escritor que levantó su casa a la orilla de su paso. El Tigre es en honor al Jaguareté, o Tigre Americano, al que suponían un viaje desde el norte sobre camalotes y otras plantas en épocas de crecida. El arroyo Fulminante quedó bautizado con la explosión de un vapor que tenía ese nombre, en 1877. En esa misma época los vecinos suponen que un tal Gamba le legó su apellido al arroyo que desde entonces se conoció como Gambado. El arroyo Gallo Fiambre quedó caracterizado por una preparación en base a carne de gallo viejo, hervida y fileteada para hacerla tierna, que preparaban las monjas del convento de los padres franciscanos. Sobre ese curso de agua funcionó a principios del siglo XX la fábrica de sidra Marca Real, preparada con las frutas de la zona. Pero tras una década de crecientes que barrió las plantaciones la firma se mudó al Alto Valle de Río Negro.
De las frutas, y no de la santa, tomó su nombre el arroyo Santa Rosa, ya que en sus costas fructificaban las ciruelas de esa clase.
Otros cursos quedaron nombrados por sus características, como en Angostura, o el Espera, que quedó marcado por las colas que hacían los buques cargueros que aguardaban la creciente para alcanzar el calado.
El Mercado
El Mercado de Frutos y Verduras ocupa un gran predio en la que se pueden encontrar muebles, cueros, tejidos y artesanías junto a los más variados productos de las islas.
El lugar fue construido en 1933 para transportar frutas y verduras de las quintas isleñas. Con los años, el complejo perdió competitividad, pero los comerciantes y productores isleños crearon ese sitio que combina tranquilidad, naturaleza y diversión. En el interior del predio hay plazas de compras, galerías, juegos, sanitarios y kioscos.
Las calles internas del mercado tienen nombres de árboles y se dividen entre las dársenas, donde salen lanchas de paseo, y de servicio para los isleños.
En los alrededores del mercado se concentran fábricas de muebles y objetos realizados en mimbre, caña y otras fibras o maderas de la comarca isleña. Estas manufacturas atestiguan la importancia que los cultivos de fibras vegetales alcanzaron en las islas.
El parque de la Costa y el Casino de Tigre, con 70 mesas de juegos y más de 1500 máquinas tragamonedas, concentra tanto a locales como visitantes.
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Fotos
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El Tigre Club es una de las construcciones emblemáticas de la zona del delta.
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