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miércoles,
08 de
junio de
2005 |
Reflexiones
Algo más sobre la II Guerra
Jaskel Shapiro
Los medios de comunicación suelen ahogar el sentido de algunos acontecimientos (...) recuerdan para hacer olvidar mejor. "Es que los testigos -que fueron- van desapareciendo y los acontecimientos se desdibujan y confunden", dice un periodista de Le Monde Diplomatique, refiriéndose al tratamiento que se ha dado a los 60 años de la terminación de la guerra más cruenta y devastadora, que dejó 55 millones de muertos, más heridos, más desaparecidos, más terribles destrucciones.
¿Qué se quiere hacer olvidar? El Pacto o Acuerdo de Munich, firmado los días 29 y 30 de septiembre de 1938, que protagonizaron Chamberlain, entonces primer ministro de la poderosa Gran Bretaña y Daladier, primer ministro de Francia, ambos personajes principales del período.
Fue un pacto de la vergüenza, también llamado de apaciguamiento, por el cual se convalidaba la política expansionista del imperialismo alemán, la anexión de Austria y de parte de Checoslovaquia. Es decir, la política que Hitler preanunciaba en su libro de cabecera "Mi Lucha", donde sostenía que las fronteras no son un don divino sino que las hacen los hombres, y prometía seguridad de subsistencia para Alemania en el próximo milenio (hoy esa doctrina de seguridad, su fundamento, el gobierno de Bush la empleó para invadir Irak).
Después vendría la ocupación de toda Europa occidental (menos España, Portugal e Inglaterra). Antiguas potencias fueron atravesadas por los ejércitos alemanes invasores, como Bélgica, Holanda e incluso Francia, firmante del Pacto de Munich, vio la mitad de su territorio ocupado en un mes y, humillada en su honor nacional, firmó su rendición en el mismo vagón ferroviario donde 20 años antes, 1918, Alemania derrotada había firmado su rendición. Virtualmente, toda Europa occidental se entregaba al dominio del nazifacismo y con ello lo mejor de lo que hoy llamamos Primer Mundo: maquinaria bélica, industrias, tierras, la producción de alimentos y tanto más.
Las derechas, las altas burguesías, los restos monárquicos, lo que se llamó la quinta columna, colaboracionistas de todo pelaje, facilitaron, abrieron las puertas, las fronteras y entregaron sus países casi sin lucha. Italia, bajo Mussolini, que había invadido Albania (y Abisinia) firmaba con Alemania un pacto, anticominter (anticomunista).
Después vendría la invasión a Polonia -el 1º de septiembre de 1939- y en junio de 1941 los ejércitos de Hitler se dirigieron con su enorme poderío a ocupar la Unión Soviética. Hasta el 6 de junio de 1944, el peso principal de la guerra fue sufrido por la Unión Soviética, ya que los ejércitos hitlerianos entraron profundamente en su territorio, donde hubo 25 millones de muertos y ciudades y aldeas arrasadas (de ida en la ofensiva y de vuelta en la derrota del ejército alemán).
Casi tres años después de la invasión al territorio de la URSS, ese día de 1944, se produce la apertura del reclamado Segundo Frente, con el desembarco de 156 mil soldados norteamericanos en Normadía, Francia. La acción guerrillera, obra de los pueblos, que obstaculizó con enorme heroísmo al ejército invasor, ha sido otro aspecto dejado virtualmente de lado en la información rememorativa de los medios. La Resistencia de Francia -liberó París-, los partisanos en Italia, en Yugoslavia, en Grecia y también en el extenso frente oriental. La brevedad del espacio no permite decir mucho más. No obstante agreguemos que ha sido objeto de discusión el pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, firmado el 23 de agosto de 1939. Digamos que el mismo fue una respuesta y consecuencia del anterior, el Acuerdo de Munich, firmado un año antes. Y una última cuestión insoslayable, el despliegue de una acción popular antifascista pluralista, de gran amplitud, que se expresó en nuestro país. Acción popular que también tuvo un fuerte protagonismo en la solidaridad con la República Española por el alzamiento del franquismo, anticipo de lo que lo que luego vendría: el nazifascismo.
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