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miércoles,
01 de
junio de
2005 |
EDITORIAL
Donar órganos es dar vida
El reciente y dramático accidente de tránsito ocurrido en Oroño y Gálvez, en el cual perdieron la vida dos jóvenes, dejó más allá del lógico dolor de la tragedia la lección brindada por los progenitores de Ariel Ramiro Molina, quienes decidieron de inmediato donar los órganos de su hijo fallecido. Desde esta columna se ha hecho hincapié en reiteradas ocasiones en la importancia que reviste la solidaridad concreta de tal acción, cuyo fruto es trascendente: nada menos que la salvación o el mejoramiento de otras vidas humanas.
Sin embargo, y debido a temores, prejuicios o aprensiones que acaso puedan ser contemplados como comprensibles, son muchos los que todavía rehúyen adoptar esa resolución. Anteayer se celebró el Día Nacional de la Donación de Organos y acaso sea útil recordar el motivo por el cual esa fecha resultó elegida: fue en un día similar que nació el hijo de la primera mujer que recibió un trasplante de hígado en un hospital público de la Argentina. Obviamente -pero no por ello es menos remarcable-, si no hubiera sido porque alguien decidió donar no se habría salvado la vida de la madre y entonces ese niño no hubiera nacido. ¿Puede acaso ser más cristalina la importancia del gesto?
En la provincia de Santa Fe la crítica situación que constituye la carencia de donantes cadavéricos parece, por suerte, estar modificándose. Aunque en realidad no es debido a la fortuna que tal positivo cambio comienza a plasmarse, sino a la indudable y creciente toma de conciencia de la población, hecho que merece el elogio.
Pero las cifras son aún muy lejanas de las necesarias y deseables. De acuerdo con datos brindados por el Incucai (Instituto Nacional Central Unico Coordinador de Ablación e Implante), apenas el 14% de las personas que fallecieron a causa de muerte encefálica en el país eran donantes. El mismo organismo precisó que para reducir a la mitad la lista de espera -compuesta en la actualidad por 5.749 personas- habría que triplicar ese porcentaje en un lapso de tres años.
El Papa Juan Pablo II era un fervoroso partidario de la donación de órganos, a la cual veía como uno de los gestos más grandes y nobles del ser humano. En consonancia con dicho pensamiento es que el Arzobispado santafesino manifestó de manera pública anteayer su apoyo y tal vez el resuelto respaldo eclesiástico contribuya a reforzar la toma de conciencia colectiva en torno de tema tan crucial. Donar órganos, cabe recordarlo, no es otra cosa que dar vida.
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