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miércoles,
25 de
mayo de
2005 |
Editorial:
El deporte y sus gestos
No conviene subestimar la importancia que tienen las disciplinas deportivas en la vida cotidiana del pueblo argentino. Sobre todo el fútbol, eje de históricas pasiones y prolongados enconos. Tampoco se debe olvidar la raigambre que posee -sobre todo en numerosas localidades del interior- el automovilismo, ni el fervor masivo que en otras épocas supo despertar el boxeo al compás de legendarios campeones. En los últimos tiempos, el tenis y el rugby también se han convertido en imán de multitudes. De allí que en el desarrollo de los acontecimientos deportivos no sólo pueda leerse lo específico sino también lo general, eso que atañe a comportamientos colectivos y modos de entender la vida en el país. El exitismo desmesurado y la caída estrepitosa de los valores del "fair play" deben, en tal sentido, generar preocupación porque reflejan una degradación de la ética social. Sin embargo, un hecho acaecido el pasado domingo en la cancha de Rosario Central merece adquirir una trascendencia mayor que aquella que le confirieron las crónicas.
Conocida es la profunda rivalidad que separa a las dos divisas rosarinas más tradicionales y poderosas. Central y Newell's o Newell's y Central -auriazules y rojinegros, leprosos y canallas- se enfrentan en territorios mucho más amplios que el rectángulo verde de la cancha de fútbol. En muchos casos, el saldo de esos choques ha sido lamentable y hasta trágico. La absurda y nefasta exacerbación del amor por la camiseta ha derivado en violencia y muerte.
Cuando un grupo de simpatizantes de Central reconoció con aplausos el último fin de semana al técnico de Colón de Santa Fe, el símbolo rojinegro Gerardo Martino, se comportó sin dudas de un modo tan inusual como elogiable. Muchos hubieran esperado una actitud exactamente opuesta, hostil o hasta abiertamente agresiva con el ex talentoso volante ñulista. Los aplausos sorprendieron y no merecen quedar en el olvido.
Desde esa clase de actitudes es que puede partirse para reconstruir una convivencia más sana en el ámbito del deporte de la ciudad, que no prescinda de la necesaria dosis de rivalidad y hasta de picardía, pero que al mismo tiempo incluya a la caballerosidad y erradique definitivamente los rasgos patológicos. Sería por el bien de todos.
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