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domingo,
17 de
abril de
2005 |
El viaje del lector
Trekking al Sinaí
Un apasionante recorrido por Egipto que invita a la aventura al mejor estilo de las películas
de Indiana Jones. La experiencia de escalar, de noche, el monte de Los Diez Mandamientos
Turbantes, galabeyas, calor, bullicio, aromas. Cuando uno llega a Egipto las imágenes de las películas de Indiana Jones acuden a la mente. Calles abarrotadas de mujeres cubiertas de pies a cabeza por negros chador y hombres con turbantes blancos y largas túnicas utilizadas para múltiples usos -mantel, toalla y pañuelo- en las cuales el paso del tiempo ha dejado sus marcas.
Tránsito pesado, congestionado. Transporte de tracción a sangre, vendedores ambulantes por doquier. Hacia el sur de El Cairo uno se encuentra con pastores acarreando rebaños o feluccas llevando leña, tejidos o personas de una costa a otra; mujeres con arados manuales roturando la ancestral tierra, chicos tirando de la manga a los turistas a cambio de unas monedas u ofreciendo un paseo en camello por el desierto.
Luego de transpirar, caminar, admirar durante 20 días las maravillas milenarias desde El Cairo hasta Abu Simbel, utilizando todos los medios de transporte a nuestro alcance (avión, bus, tren, barco y felucca) decidimos con mi esposa descansar unos días en el Mar Rojo, más precisamente en la Península del Sinaí.
Salimos de El Cairo en bus y luego de 7 largas horas llegamos a Na'ama Bay, a 5 kilómetros de Sharm El Sheik. Pero a los 2 días de esa vida placentera el bichito de la aventura comenzó a recorrernos el cuerpo. ¿Qué hacer? Cruzar a Jordania fue lo primero que se nos ocurrió. Así, con la guía en una mano y un mapa en la otra, comenzamos a planificar el viaje. Hicimos 250 kilómetros en bus hasta Taba, en la frontera egipcia-israelí, un par de horas en barco hasta Jordania, unos 300 km más en bus hasta Amman y a la mañana siguiente, temprano a Petra. ¿Visa? No es necesaria. ¿Problemas en la aduana jordana? Salvo que cruces por Israel, pero desde Egipto difícil que haya problemas.
Entonces a comprar los pasajes de bus. Primera desilusión: para cruzar a Jordania no se venden pasajes a turistas que vayan por su cuenta a la frontera "por la inestabilidad política de la zona en este momento" (mayo 2002), nos aclararon en la boletería. Entonces vamos con una agencia de turismo.
Segunda desilusión: cartel escrito a mano en un escueto inglés en la puerta de la agencia: "Por seguridad, los tours a Petra están suspendidos momentáneamente" ¿Y entonces? ¿Y si hacemos un trekking al Sinaí?, le comenté a mi mujer mientras leía de reojo un folleto. Al Sinaí, sí, pero a la luz de la luna...
Comienza la aventura
Diez de la noche. Estamos sentados en la vereda del hotel. Mi mochila pesa una enormidad, ya que donde nos hospedamos nos prepararon el desayuno de la mañana siguiente con frutas, medialunas, facturas y agua mineral. Llega una combi y preguntan por nosotros. Ahí se presenta como Whalid, nuestro guía beduino. Y arrancamos.
Otro hotel, otra parada. Una pareja de alemanes, padre e hijo. Otro hotel, una pareja de madrileños en su luna de miel. Otra parada. Natalie, una londinense que nos pide que le hablemos en español porque acaba de llegar de Perú trabajando seis meses para una ONG y se enamoró de nuestra lengua. Ahora sí, tour completo.
Traten de dormir, nos pide nuestro guía, no llegaremos hasta la base del Sinaí sino hasta las 2 de la mañana.
A medianoche me despierto por unos gritos y órdenes "secas". Enorme fue mi sorpresa de encontrarnos al borde de la ruta con un soldado afro-americano que nos apuntaba con su fusil. Sucede que después de la Guerra de los Seis Días, donde Israel invadiera Egipto y tomara posesión de la Península del Sinaí, es absolutamente normal encontrar retenes policiales egipcios y militares de la ONU esparcidos por toda la zona, controlando los pasaportes y cuidando la convivencia entre árabes y judíos.
Alrededor de las 2 de la mañana llegamos al pueblo de Santa Catalina, tomamos un café rápido, el guía nos reúne, nos da una botella de agua para cada uno (otra más), una linterna y nos pide que tratemos de no separarnos y de llegar a la cima del monte antes de la 6 de la mañana, ya que a esa hora amanece y nos perderíamos el espectáculo de ver salir el sol entre las montañas, catalogado por los expertos como el amanecer más espectacular del planeta.
Salimos en estrecha formación, nosotros y Natalie, volando, no vaya a ser que el sol se nos adelante en busca de la cima (2285 metros.) del mítico monte donde Moisés recibiera la tabla con Los Diez Mandamientos. Los alemanes risueños, últimos, con sus varas de trekking y los españoles... en camello, ya que argumentaban problemas respiratorios como para caminar tanto, pese a que fumaban como dos locomotoras viejas.
La sensación es difícil de describir. El cielo negro, negrísimo, tachonado de miles de estrellas, que en el frío de la noche y en el medio de las montañas desiertas parecen brillar aún más. Caminamos con la cabeza gacha, mirando el sendero iluminado por nuestras linternas, esquivando rocas y piedras sueltas, pero al levantar la mirada la sensación de soledad es tan inmensa. Sólo ves unos metros a tu alrededor y adivinás la sombra de la montaña, iluminada en parte por las estrellas y por el sendero serpenteante de linternas de otras doscientas personas que vienen subiendo.
El frío es inmenso. Si caminás al resguardo del viento terminás sacándote el gorro y la campera, pero a los 10 minutos, cuando el sendero dobla y el viento te da de lleno, el frío te cala los huesos. Cada 20 minutos encontrás una tienda beduina donde venden café caliente, el famosísimo té egipcio hirviente, chocolates y galletitas.
Al cabo de 3 horas llegamos a la cima, yo entero, mi esposa y Melanie, aferradas de las correas de la mochila, extenuadas. Son las 5.30, tratamos de acomodarnos entre las rocas, tapándonos con unas mantas alquiladas por unos beduinos en la cima. Pese a que estamos en plena primavera el frío es terrible, armo el trípode con la cámara para fotografiar el amanecer y los dedos se endurecen. Tratamos de acurrucarnos a reparo del viento, pero otras doscientas almas tiritantes como nosotros nos disputan los lugares.
La luz del sol
Ahora sí comienza a amanecer. Los murmullos de admiración son cada vez más altos. El sol lentamente va apareciendo entre los picos de las montañas vecinas... Cuando asoma por completo suenan los aplausos y los gritos de todos. Las cámaras fotográficas no descansan y aumentan las exclamaciones de sorpresa al ver cómo las montañas van tomando distintos colores a medida que el sol las ilumina: grises, rojos, ocres, toda la gama de colores imaginables. Las sombras juegan a esconderse entre las rocas según como las vaya iluminando el sol, otorgando una privilegiada y sobrecogedora vista sobre unas decenas de áridos picos.
Alrededor de las 6.30 decidimos templar nuestros cuerpos en una tienda beduina y cómodamente desparramados en unos almohadones bebimos unos espectaculares té egipcios.
Emprendimos el descenso para llegar alrededor de las 9 al monasterio de Santa Catalina, construido por la emperatriz bizantina Elena en el año 337 D.C., siendo una de las referencias cristianas más antiguas conocida y en cuyo interior se encuentra un retoño de la zarza ardiente de la cual Moisés escuchara salir la voz de Jesús, como también una pinacoteca, una biblioteca con 3.000 incunables, manuscritos griegos del siglo IV, y un sarcófago en mármol blanco de la mártir Santa Catalina de Alejandría (de allí su nombre). Allí ingresamos al monasterio por una puerta, cuya particularidad es la de tener un metro de altura para impedir el ingreso de soldados de a caballo y combatir a pie en igualdad de condiciones con los guardianes del lugar.
La última parte del descenso la efectuamos rodeados por chicos árabes de las aldeas vecinas repitiendo hasta el cansancio "bakchich, bakchich" (propina, propina) a quienes les íbamos obsequiando nuestras frutas y medialunas del desayuno que llevábamos en la mochila.
Luego regresamos al hotel durmiendo todo el trayecto en la combi y despertándonos para tirarnos a dormir nuevamente en las playas del transparente Mar Rojo con el bichito de la aventura finalmente saciado gracias a esa "agotadora noche" que habíamos pasado caminando bajo el cielo egipcio.
Diego Casadidio
(Ganador de esta semana)
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Fotos
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Los turistas inician el descenso.
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