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 domingo, 17 de abril de 2005  
[Lecturas] Edición de una novela premiada
Intriga policial y miserias del mundo de los artistas

Matías Píccolo

Narrativa. Reality, de Beatriz Vignoli. Editorial Municipal de Rosario, Rosario, 2004, 199 páginas

Poeta, crítica de arte y novelista, Beatriz Vignoli posee un estudio de literatura a la usanza de los grandes estudios de filmación. Pero no porque quiera significarse con esto que la tradición literaria que maneja esté apuntalada sólo por el cine, sino porque esa idea ayuda a figurar la impresión de un gran bastimento lleno de materiales y herramientas. Allí, precisamente, ha fabricado el set literario en donde se rodó la escritura de "Reality", el segundo premio compartido que la Editorial Municipal de Rosario ha editado como resultado del concurso Manuel Musto de novela 2004. Este "set literario", espacio material de desarrollo en donde se realiza plásticamente el discurso imaginario, lo da -en la incipiente novelística de Vignoli- la ciudad de Atopía, quizá una remodelación significante del helenismo que Tomás Moro, allá por 1516, utilizó para nombrar la idea de una república imaginaria.

Pero esta ciudad literaria, Atopía -en la carga léxica del nombre compuesto por una partícula privativa y el sustantivo "lugar" está el perfil de su imagen-, debería interpretarse más como una ciudad privada de energía, un sitio signado por la carencia, antes que como una escenografía que no tiene lugar o a la que se le niega esa posibilidad. Así es la Atopía en el mundo de "DAF" (2001), anterior novela de la escritora: una ciudad apabullada por la nadería, monótona y asfixiante. En el código estético y político Atopía es el doble poético y espiritual de Rosario, es la posibilidad discursiva para una literatura que quiera no sólo describir, sino nombrar y sentenciar su urbanidad.

Aquí, la Atopía de "Reality" sigue en la línea simbólica de ese nombramiento, pero ahora la transfiguración ficcional que imponen los realitys televisivos, bajo los efervescentes spots de las luminarias del estudio, arroja una experiencia enloquecida, resonante y sangrienta. En aquella timorata y tenue ciudad de "DAF", el director del reality literario tiene a cargo ahora materializar el montaje y la armadura de un guión más osado. En esta nueva novela Atopía se maquilla para brindar este argumento: "(en) una cuidad de un millón y medio de habitantes donde en materia de crimen no pasaba nada aparte de la actividad más o menos regular, más o menos predecible de los rateros, los vendedores de droga, los policías corruptos, los ex maridos enloquecidos y los concubinos demasiado apasionados, de repente en los últimos tres meses habían desaparecido un empresario local emparentado con el dueño del diario (El Atopiano) y dos obras de Goya: un óleo y un grabado".

Intriga policial combinada con las miserias del mundo de los artistas plásticos y el periodismo gráfico es lo que "Reality" entrega a la lectura. Allí, incluso, se podrán referenciar, para quien se aventure en las identificaciones, las personalidades de sendos ambientes locales. El comercio entre los artistas y los periodistas, entre la policía y los periodistas, funda ese régimen de relaciones en que los participantes son unos pequeños sujetos que no dudan en usufructuarse unos a otros en aras de alcanzar un premio que sólo los seduce si está vedado para los demás.

En este rumbo, el organizador de la novela y director del reality, hace lo que quiere con sus personajes cuyo núcleo fuerte está en los trabajadores del diario El Atopiano. Sin ninguna duda el más desfavorecido es el crítico de arte Rafael Carrara (especial ensañamiento con lo que representa su perimida figura); por otro lado, Walter, el cronista policial, quizá un héroe para la historia, es un personaje sutil, extraño a su vez, pero limpio en cuanto a sospechas éticas o morales; Puente, el jefe de redacción, quien sufre un abrupto y trágico destino, no es otra cosa que un solitario crónico, dislocado y gris.

El tono que realiza la novela es irónico y jocoso, salpicado de humor negro y de varias finuras que se tejen en las visiones de los personajes: "¡Qué difícil era ser pobre sin religión!", se dice el crítico de arte, actor encargado de exponer la visión desencantada, cínica, que desnuda el código berreta de un grupúsculo que se codea con lo artístico para adquirir algo de estatus social. En medio de esto la voz narradora va comentando, a veces notando una mueca, sesgando la perspectiva hacia una presentación desfavorable del mundo que tiene que presentar. Quizá pueda leerse un ajuste de cuentas que la escritora del reality se toma con el hábitat de la prensa gráfica local: "Puente la observó detrás de una barricada de libros sin reseñar...".

"Reality", en todo esto, se hace interesante, divertida, porque no neutraliza y se enloda en los menesteres rutinarios de los atopianos, encrudeciendo a veces la mirada, pero sin dejar nunca de lado el humor que da lucidez a la crítica y al juego del consumo cultural moderno. Es por eso, entonces, que la novela se torna ágil, y hasta exquisita: Vignoli puebla su novela con referencias al corpus de la plástica, la arquitectura, la música, la literatura, en una proposición discursiva que cuenta con una gruesa batería para el sostén socio-cultural de su escritura. Un comisario con nombre de arquitecto renacentista, asesinos que plagian la escena de un cuadro, un crítico de arte con apellido de un renombrado mármol, y seguramente varias claves más para aquel lector que tenga cierto backup en las filas de la plástica.

La reciente novela de Beatriz Vignoli llega con aires ensangrentados para revolver la brisa demasiado aquietada de una Atopía que ya bien puede quedar instalada como uno de los referentes necesarios para la construcción de una Rosario literaria.
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