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domingo,
17 de
abril de
2005 |
Sociedad: Recuperar la memoria
La destrucción del pasado o de los mecanismos sociales que vinculan al hombre con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos del siglo XX. Durante mucho tiempo la transmisión de la cultura parecía transcurrir con naturalidad. Las creencias, las costumbres, las historias e incluso los dialectos eran transferidos de padres a hijos, de abuelos a nietos dentro del ámbito familiar. Hoy en día, el devenir cotidiano con sus avatares pareciera interponerse entre el aquí y ahora y los acontecimientos pasados. Dice Hassoun en "Los contrabandistas de la memoria": somos depositarios y transmisores de la cultura, somos sus pasadores. En este proceso se da cuenta del pasado y del presente donde el niño, en su crianza, se va apropiando de la historia de los padres y de su cotidianeidad.
Todos los hombres son portadores de un nombre, de una historia singular inserta en una historia regional, de un país o de una civilización. En general, nadie puede recordar sus primeras palabras o sus días de clase, más que momentos o historias particulares que, por una u otra razón, quedaron marcadas en la memoria. Pero tampoco se podría plantear que las experiencias vividas, hayan desaparecido. Los acontecimientos vividos pasan a constituir huellas que, a menudo, se presintifican bajo la forma de recuerdos. Todas las inscripciones, conocidas o no por cada uno, vuelven de una manera a veces sorprendente.
El recordar es un proceso de historización subjetiva, dice Alicia Mezzano, cargado de múltiples significaciones conocidas, conscientes o inconscientes. Freud escribía en 1925 que la memoria libra una batalla psíquica para recuperar lo perdido-olvidado en tanto el recordar mismo es una vital y creativa función en cuanto recupero de ideas, representaciones y afectos. La emoción al volver al barrio de la primera infancia, el olor a una determinada comida, el apego a un objeto determinado son claros ejemplos de la necesidad de tener una historia.
El pasado está allí, muchas veces representado en una escultura o en un busto de un prócer olvidado o, mejor dicho, cristalizado. Romper con esa visión de la historia, con esa postura rígida ayudará a tomar conciencia de los sucesos transitados para otorgarle una nueva mirada al presente formando parte del entramado de la vida de una sociedad.
La transmisión es necesaria, es un imperativo constante que toda cultura debe sostener. Una comunidad que no valora su pasado, que rompe los vínculos entre las generaciones, es decir, entre el pasado y el presente, sólo formará sujetos egocéntricos, individualistas, desconectados entre sí, que ni siquiera podrán rescatar su propia historia. El relato de las biografías familiares, de los hechos históricos o de pautas culturales ayudará, en los pequeños actos cotidianos, a encontrarle coherencia a lo dicho y a lo no dicho, a encontrarle sentido el vivir en sociedad.
Aún hay tiempo de mirar para adelante, pero para ello hay que volver la mirada atrás. Sólo así se podrá construir un futuro mejor y más justo para todos.
Carina Cabo de Donnet / Cientista de la educación y profesora en filosofía
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