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 domingo, 17 de abril de 2005  
Rosácea, un rubor incontrolable

La rosácea, musa inspiradora en los cuadros antiguos, indica que el enrojecimiento facial no siempre es una cuestión de timidez. Es, en tal caso, el primer síntoma de una enfermedad cutánea, sujeta a metamorfosis en el transcurso de su evolución y a conceptos imprecisos que llevan a la confusión y, en ocasiones, a un diagnóstico erróneo.

Denominada "acné rosácea" hasta no hace mucho tiempo, hoy queda claro que si bien pueden coexistir, no van de la mano, sólo coinciden en que ambas se dan en el mismo territorio: la cara. Otro error es vincularla con el lupus. A diferencia de éste, no es infecciosa.

La rosácea se manifiesta mayoritariamente en mujeres, en especial, las de piel blanca, alrededor de los dieciocho años. Aunque se observan casos menos frecuentes, pero más serios, en algunos hombres. Si bien es extraño que los negros africanos o estadounidenses la padezcan, se registran cuadros aislados en gente de tez oscura.

Es una enfermedad crónica, vergonzante y, por tanto, potencia el rubor ante la mirada de los demás; sobre todo en las mejillas, la nariz, el mentón y la frente. Rara vez se manifiesta en otras zonas del cuerpo, como la espalda, el tórax, el cuello, los párpados o el cuero cabelludo.

Un rubor persistente, durante horas o días, en la nariz, los pliegues nasolabiales y las mejillas es el primer signo de alerta, seguido de un proceso inflamatorio que perdura varias semanas. El cuadro más severo, aunque el menos común se da con la aparición de nódulos. En casos extremos, acaban en los fimas, que llevan a la desfiguración del rostro.

Si bien muestra su lado visible en la cara, compromete otros órganos, como la visión.


Enigma existencial
El porqué se manifiesta la rosácea y adopta diferentes variantes, aunque con la misma esencia, sigue siendo un misterio para la ciencia, quien pese a los esfuerzos suma posibles causas, pero ninguna concreta. Se atribuye la patología a la predisposición genética, el factor hereditario, los trastornos gastrointestinales, las afecciones crónicas de vesícula, la hipertensión arterial y las emociones fuertes, entre otras.

La piel se torna más sensible. El calor, el frío, los perfumes, los cosméticos, las tinturas, los astringentes o el peeling pueden provocar la irritación, el malestar y el ardor, además de un edema facial y la hinchazón. Está comprobado que el sol daña las pieles enrojecidas.

En realidad, no existe un régimen específico para la rosácea, basta tener en cuenta ciertas bebidas o los alimentos que potencian el rubor, para evitarlos. No ingerir alcohol, bebidas calientes, té o café ni consumir especias, parecen ser la clave, pero no la solución definitiva.

Los antibióticos indicados para el acné suelen ser eficaces en el control de la inflamación, pero requieren de una supervisión médica. El metronidazol, por vía oral, causa furor en los Estados Unidos. En la Argentina, se prefiere en gel o en crema. Los corticoides no son recomendables. Lo que en principio cura, a largo plazo, trae mayores complicaciones. En los episodios moderados, los remedios caseros, como las compresas frías de manzanilla sobre la piel inflamada, son un buen complemento.


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