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miércoles,
13 de
abril de
2005 |
Editorial
La corrupción no está sólo arriba
Preocupantes resultados arrojó una encuesta realizada por una universidad privada en la Capital Federal entre un grupo de jóvenes en relación con un mal social que hace mucho tiempo aqueja a los argentinos. Más del cuarenta por ciento aseguró que no tendría problemas en participar de un acto de corrupción.
Cuando se hace referencia a la corrupción como uno de los principales males que aquejan a la sociedad argentina, habitualmente se alude a la falta de honestidad de las dirigencias. Sin embargo, son muchos quienes olvidan que por lo general las capas más altas de la pirámide social reflejan el comportamiento que se observa en las bases. No de otra manera deben interpretarse los resultados de un estudio realizado por la prestigiosa Universidad de Belgrano, en la Capital Federal, que reveló que el 41% de los jóvenes aceptaría participar sin remordimientos en un hecho de corrupción.
Con el plan de averiguar características y expectativas de una napa social decisiva, el Centro de Opinión Pública de la mencionada casa de altos estudios efectuó entrevistas a seis centenares de porteños menores de veintinueve años. Una de las preguntas realizadas se refería a la potencial inclinación a participar en actos de corrupción. La mayoría de los entrevistados (el 52 %) aseguró que no los cometería. Pero en contrapartida, un 41 % contestó sin dudar que sí.
Un especialista comentó: “El resultado dio tal como lo preveíamos. El 41% de los jóvenes entrevistados sería corrupto si tuviera la seguridad de que no será detectado. La cifra podría ser aún mayor, porque a algunos les da vergüenza confesar esto en público”.
¿Hace falta adjetivar aquello que se describe tan eficaz y dramáticamente a sí mismo? ¿Es posible reclamar un cambio drástico en relación con el pasado inmediato —la sombría década del noventa— cuando son tantos quienes admiten sin tapujos la más flagrante violación de una de las normas sociales básicas?
Otro de quienes trabajaron en la confección de la encuesta disparó una interpretación que preocupa: “La respuesta refleja los parámetros de la sociedad que hemos construido. Un ejemplo de algo que nos describe es cómo manejamos un vehículo. Hacerlo descuidadamente —algo de lo cual los rosarinos, en cuya ciudad se produce una cantidad de accidentes automovilísticos muy superior a la media, saben bastante— pone en riesgo la vida de otros”.
Si se entra en el terreno de las conclusiones, el elemento saliente es que son demasiados los jóvenes que perciben como natural a la corrupción, con la cual han convivido desde siempre. No será sencillo producir un cambio, pero dos cosas deberían quedar claras: cada uno de los argentinos es importante en esta lucha, donde no existen hechos “pequeños”. La decencia se construye y se transmite desde abajo, sobre cuando desde arriba tantas veces no llega el tan necesario y reclamado ejemplo.
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