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 miércoles, 13 de abril de 2005  
Un amigo de la Argentina

El presidente de la Nación recordó en estos días la gratitud que la Argentina debe al Papa Juan Pablo II: por su mediación en el conflicto de límites con Chile, que evitó una guerra fratricida de consecuencias imprevisibles para nuestros países. Consecuencias que hubiera padecido especialmente la provincia de Santa Cruz, de donde es originario nuestro presidente, por su condición geográfica. Cuesta entender, entonces, su ausencia en las exequias de alguien a quien él y la gran mayoría de los argentinos consideramos un gran amigo y benefactor de nuestra patria. ¡Sólo Dios sabe cuántas vidas le debemos a su valiente y oportuna intervención! En mi caso, tenía en esos momentos 21 años de edad, por lo que tengo derecho a creer que muy probablemente le deba mi vida a su providencial intervención. Pero además, como católico tengo una deuda de gratitud mayor aún hacia el Pastor Supremo, quien ha sido para los de mi generación, guía y ejemplo de vida. Algunas noticias aducen "razones de agenda", pero me pregunto si ante la muerte de un amigo a quien muchos de nosotros debemos entre otras cosas la vida y la paz, puede uno excusarse de acompañarlo en sus exequias por "razones de agenda". Ya lo dice el refrán: "Obras son amores, y no buenas razones". ¿Si el fallecido hubiera sido Fidel Castro -por citar a un gobernante hacia quien el presidente ha evidenciado su amistad- estaría ausente por las mismas razones, reservándose para la asunción de su sucesor? (para evitar malos entendidos, aclaro que no deseo la muerte de Fidel Castro, ni que se queme en el infierno). Pero más allá de simpatías personales, de la existencia de un conflicto pendiente con la Santa Sede por la destitución unilateral de monseñor Baseotto y de los cálculos políticos, el presidente de la Nación en ejercicio está representando a todos los argentinos y la inmensa mayoría de nosotros, incluidos muchos que no pertenecen a la Iglesia Católica, y hubiéramos querido estar presentes acompañando al Papa que nos salvó de una guerra para decirle: ¡gracias Juan Pablo! Para muchos de nosotros estar en Roma nos es materialmente imposible, pero hubiésemos querido que la Argentina estuviese representada por su mandatario. Creo que la muerte de un amigo tan querido, y un padre para muchos de nosotros, merece dejar de lado todo tipo de "razones de agenda".

Ignacio Moro


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