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 sábado, 09 de abril de 2005  
El lugar de la emoción y el de la reflexión

Hernán Lascano / La Capital

Una corriente de opinión muy afincada en la sociedad civil identifica el castigo más severo con el mejor remedio contra quien comete un delito y contra la inseguridad. En general a esta cosmovisión le importa menos la secuencia histórica de las cosas ocurridas que sus resultados. Y en definitiva exige, en la convicción de que eso es lo razonable, remover todo lo que aparezca como teñido de blandura. La menor misericordia, si queremos ser sensatos. La mayor dureza, si queremos ser justos.

La vida de una mujer joven, trabajadora, madre de un hijo pequeño y tesonera fue arrancada con violencia por dos chicos que pretendían algo que era de ella. Ponerse un minuto en la piel de la familia que pierde de modo tan injusto a un ser querido es insoportable. Se trata de solidaridad elemental. Cualquiera se identifica con ese dolor que entremezcla lo irreparable de la pérdida con la reprobación inmediata a los autores de tanta aflicción.

No hay por qué dudar de que esas sensaciones sean también propias de los tres camaristas que ayer atenuaron la calificación del delito cometido por los asaltantes de Carla Palma. Pero no por eso, ni para ganar el aval de aquellas opiniones que piden castigo a como venga, estos jueces le hicieron decir al expediente cosas que no dice. Nada probó, a lo largo del proceso, que los chicos hayan decidido matar para robar. Todo indica que la muerte fue una acción no deseada. Algo sí quedó probado: que esos menores cometieron un asalto y que la víctima murió por eso. Los jueces resolvieron, por consiguiente, que tienen que pagar por lo que hicieron.

En su último libro el ensayista francés Paul Virilio dice que el argumento medular de la política contemporánea es el pánico. Señala que los habitantes de los centros urbanos vivimos dominados por el miedo a la inseguridad y que tal cosa sofoca cualquier sentimiento de deber social y nos confina a seguir en el miedo. "Ese pánico anula el lugar de la reflexión y los medios se hacen cargo no ya de la demanda de reflexión colectiva sino de una demanda de emoción colectiva", dice Virilio.

Un castigo severísimo por lo que no se probó no tendría ningún poder reparador. No ayudaría a los responsables de la muerte de Carla a entender que la sociedad les reprocha lo que hicieron -más bien los dejaría pensando que se comete una crueldad con ellos- ni disuade a otros de actos semejantes. Ni tampoco permite salir de ese congelamiento de la emoción colectiva que pide la mayor pena sin discernir cuánto hubo de culpa en los que la reciben.

Los jueces de la Sala II no buscaron aprobación al costo de reñir con lo justo. Resolvieron con los elementos que tenían. La ausencia de Carla sigue siendo irremediable pero acaso, con esta decisión, haya algo menos que lamentar.
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