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 domingo, 27 de marzo de 2005  
Armaçao y Lagoinha do Leste: Un oasis para cuerpo y alma
Para los amantes de las caminatas y la aventura, Brasil tiene rincones poco conocidos de inmensa belleza

Hernán Maglione / La Capital

Brasil lo tiene todo: montañas, ríos, vegetación, mar, playas... Es por eso que cientos de argentinos eligen sus aguas cálidas y sus arenas blancas para vacacionar. Y aunque buena parte de sus destinos son conocidos también tiene lugares por descubrir, lejos del ruido y el gentío, donde la naturaleza invita a recuperar fuerzas y despejar la mente. Lagoinha do Leste es un oasis escondido en plena isla de Florianópolis que requiere de cierta dosis de energía para llegar y de los cinco sentidos totalmente alerta para disfrutar plenamente de este paraíso casi virgen, al que prácticamente no ha llegado la mano del hombre.

El mejor consejo probablemente sea: si usted no es amante del aire libre, las caminatas, un poco de esfuerzo y el contacto con la naturaleza, abandone de inmediato la lectura de este material y proyecte otro destino. La trilha de Lagoinha do Leste exige un mínimo estado físico (predisposición y "buen aliento") y simplemente ganas de llegar, ya que la promesa de que al final del camino espera uno de los lugares más paradisíacos que puede ofrecer la naturaleza obra como incentivo suficiente.

Es indispensable contar con buen clima para emprender el trayecto. En verano son habituales las lluvias (especialmente en enero) y la verdad es que no es aconsejable caminar los senderos bajo el agua. Con buen sol, zapatillas cómodas y abundante líquido, sólo queda por delante echarse a andar.


Un buen comienzo
El punto de partida es Armação, un pueblo de pescadores convertido al turismo, con escasa infraestructura. Se encuentra al sur de la isla de Florianópolis sobre el margen este, a unos 25 kilómetros del centro. Desde allí el trayecto debe realizarse a pie. Hacia el sur, luego de atravesar la playa de Matadeiro, comienza el camino por el morro, el típico monte de Brasil cubierto de mata atlántica que en ciertos tramos deja aflorar algunas formaciones rocosas. Un modesto cartel tallado en madera anuncia el inicio de la trilha ecológica y aconseja traer de regreso o lixo (la basura), un consejo que no todos tienen en cuenta, especialmente cuando son argentinos.

Si bien el primer tramo está precariamente asfaltado, cuando quedan atrás la docena de casas sobre las laderas es donde comienza la exigencia, pero la belleza natural del lugar hace olvidar todo cansancio. El camino, siempre bordeando el monte y a pocos metros de las cristalinas aguas del mar, se muestra rodeado por el frondoso matorral, así como de gran variedad de mariposas, pequeños roedores, iguanas de buen tamaño e incluso algunas víboras, las que suelen ser tan precavidas como para esconderse lo más lejos posible de los visitantes. Las aves de todo tipo, tamaño y color, suelen anidar en las rocas, pero quienes se llevan todos los aplausos son las gaviotas (no es inusual avistar especies de alas negras), que brindan un espectáculo único al dejarse llevar por el viento y prácticamente "flotar" junto al morro.

A medida que se avanza la copiosa vegetación comienza a ceder espacio a las grandes formaciones rocosas, mientras el mar se muestra imponente junto al sendero. Algunos sectores son más riesgosos que otros, pero el único requisito para llegar sano y salvo es tener respeto por los acantilados (no hay necesidad de asomarse al mar para lograr una buena foto) y precaución al apoyar los pies. La mayoría se lleva como "recuerdo" apenas algún raspón por culpa de los arbustos con espinas.


Caribe brasileño
Luego de aproximadamente una hora y media de caminata, cuando hasta el más estoico de los visitantes comienza a perder la paciencia, uno de los paisajes más monumentales se asoma tras el morro. Como una postal del Caribe, Lagoinha exhibe toda su belleza virgen allá abajo, entre el mar que golpea embravecido, las arenas casi blancas, las lagunas prácticamente besando la costa, el matorral verde que dibuja formas caprichosas entre la playa y los montes que coronan una vista de ensueño. Sí, primero hay que saber sufrir, pero todo tiene su premio y, probablemente, el lugar en el mundo para al fin andar sin pensamientos sea Lagoinha do Leste, aunque todavía quedan algo así como veinte minutos de descenso hasta refrescarse en las olas.

No es extraño sentirse un aventurero, un "adelantado" que llega a conquistar tierras desoladas. Los mil metros de playa suelen estar casi desiertos y la inolvidable instantánea que ofrecen las 453 hectáreas del Parque Municipal de Lagoinha do Leste invitan a estar en verdadero contacto con la naturaleza.

En esta zona el mar no ofrece muchas opciones, apenas dejarse mojar por las olas que rompen con violencia contra la arena. Sólo los más valientes se arriesgan a lanzarse a lo más profundo ya que la playa se interna abruptamente en el mar y deja poco espacio para "chapotear" en la orilla.

Pero está la "lagoinha", de aguas más cálidas pero imperturbables, con el río Matadouro que desciende al encuentro del mar y hasta alguna "cachoeira" (cascada) que se esconde entre la vegetación. Entre centenares de peces, pequeñas zancudas y los inofensivos cangrejitos que eligen enterrarse en la arena ante la menor amenaza, Lagoinha se convierte en un paraíso por descubrir.

Por lo demás, lo único que hay por hacer en este rincón del mundo es echarse a disfrutar, descansar y despejar la mente.

Quienes se atrevieron a acampar durante la noche aseguran que, con algo de suerte, se puede presenciar un show único: los corales se vuelven fosforecentes y, finalmente, la magia se hace realidad como en las películas infantiles, en forma de chispas que surgen del mar.

Si el regreso se hace por Péntano do Sul (un pueblito similar a Armação, al sur de la isla) probablemente encuentren un "oasis" junto al inicio del sendero: una carpa funciona como un humilde bar donde venden agua mineral, guaraná (una gaseosa producida con un fruto autóctono, que precisamente lleva el mismo nombre) y hasta algún bocado para darse fuerzas. Los precios son similares a los de Punta del Este.

El trayecto es muy distinto al que lleva a Armação: el mar queda a espaldas del caminante, cada vez más atrás, y el camino es prácticamente recto. Ventaja: no hay muchos rodeos y se llega más rápido. Inconveniente: es mucho más exigente. Al principio hay que subir por un sendero irregular y luego dar grandes pasos de piedra en piedra. A medida que se avanza y uno se interna en el morro, una vegetación más espesa hace que el paisaje parezca una instantánea de los expedicionarios de Hollywood.

Luego, el camino se vuelve cada vez más arcilloso y el clima muy húmedo. Si bien los "manuales" aconsejan visitar Lagoinha do Leste después de una lluvia (para poder aprovechar las pequeñas cascadas de agua fresca y cristalina), el trayecto hacia Péntano do Sul se hace dificultoso en la arcilla resbaladiza. Lo más aconsejable es ayudarse con algún "bastón". Una rama fuerte será suficiente, pero nada podrá evitar algún que otro resbalón. La recompensa es la vegetación del lugar: cañas, flores increíbles de todo tamaño y color, y un follaje que tiñe de verde todo lo que se alcanza a ver, apenas con unos "hilos" de sol que se escurren entre los árboles.

Todavía entre la frondosa mata atlántica de a poco empieza a escucharse el sonido de las olas rompiendo y las voces de los lugareños, siempre afectos a comunicarse a volúmenes enérgicos. Recién después de una hora y media de caminata y algunos cientos de metros después de volver a escuchar los sonidos de la "civilización", los primeros techos de las casas de Péntano anuncian una pronta llegada.

Lagoinha do Leste es un desafío para el cuerpo pero también un regalo inolvidable para el espíritu. Y si usted todavía está leyendo esta nota entonces es de los que creen que los dos, cuerpo y espíritu, se merecen un agasajo semejante.
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Copiosa vegetación rodeada de rocas y el azul del mar, una combinación perfecta.

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