| domingo, 27 de marzo de 2005 | Educación: Tarea compartida ¿Quedan esperanzas de mejorar la educación de nuestros hijos y jóvenes? En algunas circunstancias, una penosa desesperanza pareciera gobernar. Tanta reforma, tantas expectativas, tantos presupuestos y los resultados no son todos los esperados.
Veamos uno de los factores que podrían detonar una educación deficiente. Podría ser que dos fuerzas que deberían unirse y potenciarse una con otra se contrapusieran obteniendo un resultado diametralmente opuesto al deseado.
Pongamos el caso hipotético en el que una de esas fuerzas, que es la familia, postergara no sólo la atención material de sus hijos sino también el cuidado emocional. Ocasionalmente, podría pactar con el atajo o el encubrimiento, recurriría a amenazas de desprestigio hacia quienes delegó la educación de sus hijos para consentirles la falta de esfuerzo o respeto.
Por otro lado, la otra fuerza, que es la educación sistematizada (siguiendo el ejemplo hipotético) podría centralizar su energía en la cuidadosa redacción de normativas, proyectos institucionales, planificaciones o informes para dar nombres de algunas documentaciones imprescindibles en el campo educativo.
Esporádicamente, algunas instituciones podrían centrar tanto su atención en la forma, que postergarían el trato diario del aula. Tanto en ese quehacer cotidiano del aula como en el del hogar es donde se construyen los valores que hacen grande a una persona, a una escuela, a una patria. Por tanto, no se lo debería relegar a últimos planos sino que se lo debería priorizar atendiéndolo con esmero.
La reforma educativa sólo en letra es incompleta. Se necesita humanizarla para que sea posible darle a la educación la forma apropiada para que llegue a promover "el desarrollo del hombre en toda la perfección de que su naturaleza es capaz" (Kant,I.). Es necesario que las familias deseen y trabajen para fomentar valores honorables en el seno mismo de su hogar, con el propio ejemplo y sin anhelar contravalores ajenos.
Son necesarias aquellas escuelas que privilegien a niños o jóvenes como seres completos, que requieren ser educados con respecto a su cuerpo, a su inteligencia y a sus emociones.
Familia y escuela deberían hablar el mismo lenguaje. No se debería llegar a casos extremos en los que la desesperación ahogue por falta de apoyo de algunas de las dos partes. En estos casos padecen todos: educandos, docentes, familia y en un efecto dominó, la comunidad. Se pierde la energía vital para conseguir el objetivo común que es el educar, que es buscar el bien para niños y jóvenes. Se niega o se posterga el diálogo y si se llega a hablar es sólo para descargar agresiones. No se debería olvidar que cuando la educación se quiebra lo hace también toda la sociedad.
Por fortuna, muchas familias luchan para ayudar a sus hijos pese a circunstancias adversas, ya sea, injusticias, corrupción, desempleo, subempleo, discriminación. No se dejan doblegar por situaciones límites y unen sus esfuerzos a los docentes.
Problemáticas sociales Muchas escuelas se interiorizan por problemáticas individuales y sociales de sus alumnos ofreciendo soluciones a su alcance y buscando de otras fuentes los recursos con los que no cuentan para dar respuesta a las carencias de quienes se les ha confiado.
En los casos en que tanto la familia como los docentes acompañan a niños y jóvenes propiciando las mismas actitudes positivas por acuerdos verbales y aún tácitos, esos niños y jóvenes potencian sus aptitudes, se sienten más seguros de sí mismos, tienen ideales más altos.
Digámosle no a la desesperanza. Miremos a aquellos que logran mejores resultados en la educación de sus hijos, de sus alumnos. Rescatemos la esencia de la educación. Desarrollemos lo mejor de cada ser humano para la propia realización y para el enriquecimiento de su comunidad.
Alicia Caporale
Licenciada en educación
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