| domingo, 27 de marzo de 2005 | El obispo de un país empobrecido y violento Los salvadoreños conmemoran 25 años del crimende monseñor Oscar Romero, asesinado en una misa En horas de la tarde del lunes 24 de marzo de 1980, un balazo en el pecho le arrebató la vida al arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, mientras celebraba misa en la capilla del Hospital de La Divina Providencia.
La sociedad salvadoreña conmemora ahora el vigésimo quinto aniversario del asesinato de monseñor Romero, para unos un obispo revolucionario y socialmente comprometido; para otros sólo un sencillo hombre tradicional de la iglesia afín a la doctrina ortodoxa que preconiza la defensa de los pobres.
Conocido por muchos como San Romero de América, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez fue arzobispo de San Salvador entre 1977 y 1980. Su llegada al episcopado coronó una vida marcada por tempranas inclinaciones religiosas que lo llevaron a ingresar muy joven al Seminario Menor de San Miguel con los padres claretianos.
Natural de Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, donde nació el 15 de agosto de 1917, fue ordenado sacerdote en Roma, en 1942. Un año después se licenció en Teología en la Universidad Gregoriana, tras lo cual se desempeñó como párroco en varias localidades de San Miguel.
A los 53 años, en 1970, Romero ascendió al episcopado como obispo auxiliar de monseñor Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador. Cuatro años más tarde, se le asignó el obispado de la Diócesis de Santiago de María, hasta que en 1977 fue nombrado titular de la Arquidiócesis de San Salvador. Desde su prominente posición episcopal, sus homilías dominicales se fueron convirtiendo en alegatos apasionados a favor de los pobres y denuncias del estado de violencia que imperaba en El Salvador, lo cual le acarreó muchas amenazas de muerte. El que quiera apartar de sí el peligro perderá su vida.
La última homilía Su postura -cada vez más comprometida con la situación convulsa imperante en El Salvador y que desembocaría en una guerra civil- comienza a ser valorada en el contexto internacional.
Así en 1978 Romero fue nombrado doctor honoris causa de la Universidad de Georgetown, EEUU; en 1979 se lo nominó al Premio Nobel de la Paz y en 1980 fue investido doctor honoris causa de la Universidad de Lovaina, Bélgica.
En el año del asesinato del prelado, 1980, el país centroamericano atravesaba por un momento especialmente convulso, en el que monseñor Romero como representante de la iglesia hacía sentir con pulso firme la voz de la institución.
La iglesia calculó que, entre enero y marzo de ese año, más de 900 civiles fueron asesinados por fuerzas de seguridad, unidades armadas o grupos paramilitares bajo control militar.
Fueron estas denuncias las que prepararon el clima para el asesinato del 24 de marzo cuando cuatro desconocidos relacionados con grupos de ultraderecha irrumpieron en la capilla donde el prelado celebraba la eucaristía.
Romero fue asesinado en 1980 y el proceso para su canonización comenzó 14 años después de su muerte, a sólo dos años del fin de la guerra civil salvadoreña (1981-1992).
También a dos años de la muerte del ex mayor de ejército Roberto D'Aubuisson, acusado de haber ordenado el asesinato del arzobispo aquella tarde en la que él llamaba a "meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige".
En sus últimas palabras, celebrando misa por el aniversario de la muerte de Sara de Pinto, Romero agregó: "El que quiera apartar de sí el peligro, perderá su vida. En cambio, al que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, éste vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere".
Y dijo: "Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por doña Sarita y por nosotros". En ese instante sonó el disparo. (BBCMundo.com) enviar nota por e-mail | | Fotos | | Romero proponía "meterse en los riesgos de la vida". | | |