| domingo, 20 de marzo de 2005 | Los niños colombianos caminan seguros tras el desminado rebelde Hugh Bronstein Micoahumado, Colombia. - Los niños de Micoahumado nunca tuvieron que inventar excusas para estar lejos de la escuela. Ellos no tenían ese lujo. Los infantes fueron aterrorizados para caminar entre sus casas y la escuela en esta parte casi olvidada del norte de Colombia, por la misma razón que impedía a los agricultores mover sus productos y los obligaba a paralizar la economía local. Los caminos de Micoahumado fueron sembrados con poderosas minas capaces de arrancar piernas, destruir ojos e introducir metralla profundamente en el abdomen.
Las cosas comenzaron a cambiar hace tres meses, después de que la comunidad, harta de la negligencia del gobierno, convenció a los guerrilleros izquierdistas que habían plantado las minas, para que las que desactivaran. Ambas partes dicen que es una clara muestra de como el diálogo regional puede ayudar a terminar el conflicto interno de cuatro décadas en el que cada año mueren miles de civiles en medio de la confrontación entre rebeldes, paramilitares y las fuerzas de seguridad.
Hasta hace poco Micoahumado era una de las zonas más minadas de Colombia, que tiene el cuarto número más alto de víctimas en el mundo por estos artefactos, después de Chechenia, Afganistán y Cambodia. Muchos de los 600 colombianos que murieron o quedaron mutilados por las explosiones eran niños.
Micoahumado, en el sur del departamento de Bolívar, es una de muchas regiones de Colombia a la que el gobierno nunca le ha prestado atención. Existe mayor posibilidad de que un visitante vea con más facilidad a un guerrillero uniformado y con su fusil de asalto que a un policía. La carencia de salud, educación y carreteras pavimentadas hace de esta zona un lugar de pocas perspectivas y la coca aún creciente, que es usada para producir la cocaína, no da dinero suficiente a la gente de la región para vivir dignamente.
Sueño casi imposible Una joven de 15 años se sienta en una cantina de Micoahumado, mientras espera a su padre, un agricultor de coca, terminar su cerveza. La mujer, que tiene los talones maltratados y sus pies sucios, dice que un día quiere ser enfermera, pero no tiene ni idea cómo lo conseguirá.
Más arriba en el camino se encuentra el Ejército de Liberación Nacional (ELN), cerca de una granja en donde los cerdos y pollos vagan libremente. El comandante Pablo, jefe en el área del ELN, dijo que quitaron 50 minas durante los últimos tres meses, incluyendo las del campo de fútbol de una escuela cercana, que fueron sembradas con la intención de impedir que los helicópteros del ejército aterrizaran. "Esto es un gesto que muestra nuestra buena voluntad de terminar el conflicto de Colombia", dijo el comandante Pablo, mientras sus ojos de águila destellaban por encima del pañuelo con el que cubrió su rostro.
El alcance de un acuerdo de paz no será fácil. El ELN quiere que el presidente Alvaro Uribe libere a sus combatientes prisioneros en las cárceles colombianas y negocien un cese bilateral al fuego. Uribe sostiene que el ELN, que se financia del secuestro de civiles, unilateralmente debe declarar un cese de hostilidades como una condición previa para el inicio de conversaciones de paz.
Mientras el grupo guerrillero más grande de Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y los escuadrones paramilitares se han enriquecido con el enorme negocio de la cocaína, el ELN ha jurado no estar implicado en el tráfico de drogas. Esta situación deja al grupo rebelde que cuenta con unos 5.000 combatientes en una fuerte desventaja financiera y con serias dificultades para conseguir dinero en efectivo.
Es un estado lamentable que puede anticipar que el ELN seguirá los pasos del M-19, que en 1989 negoció un acuerdo de paz y entregó las armas.
El comandante Pablo y sus hombres visten uniformes robados del ejército. El jefe guerrillero asegura que es una demostración de su poder militar. (Reuters) enviar nota por e-mail | | |