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 domingo, 06 de marzo de 2005  
Un rosarino en los Balcanes
Guillermo Vergini trabajó con niños refugiados en la ex Yugoslavia

La crueldad de la guerra no reconoce fronteras. Hoy, en cualquier lugar del mundo, mucha gente muere o sufre constantes vejaciones debido a la condición y maquinaria bélica de la propia humanidad. Actualmente, el número de personas que han tenido que optar entre la violencia y el desarraigo asciende a más de 17 millones en todo el mundo; en su gran mayoría mujeres y niños.

Guillermo Vergini tiene 33 años, es rosarino y licenciado en Comunicación Social. Viajó a Europa en 1998 con la intención de ver el Mundial de Fútbol de Francia y debido a varias circunstancias se fue quedando. De aquel campeonato no pudo presenciar ningún partido por el costo que tenían las entradas en la reventa. Sin embargo, con el correr del tiempo, se fue olvidando del fútbol y comenzó a trabajar de manera voluntaria en la ONG Servicio Civil Internacional.

"Con ellos estuve trabajando la mayoría de los años que viví allá. Hacíamos trabajos voluntarios en distintas organizaciones y agrupaciones; nos dedicábamos a la animación para chicos y ancianos. También realizábamos tareas de agricultura ecológica", dice Vergini. La ONG surgió en la década de 1920 y su fundador fue un suizo que se negó a hacer el servicio militar y concibió, como alternativa, un servicio civil.

Vergini deja el pocillo de café a medio tomar y su voz aflora lenta en la tórrida mañana rosarina. "Antes de volverme tenía ganas de hacer una experiencia distinta. Entonces, después de la última guerra, surgió la idea de ir a Kosovo, donde esta ONG tiene varias bases de trabajo. A mí me destinaron a la ciudad de Gjakova, muy cerca de la frontera con Albania. Allí lo que hicimos fue trabajar en la animación para los chicos que están en campos para refugiados pero dentro del propio país".

La tarea distaba mucho de ser sencilla. "Nosotros íbamos a distintas bases que estaban en las escuelas o en los lugares que no habían sido destruídos por las bombas. Ahí trabajábamos en módulos de dos horas; una primera media hora de juegos, fútbol y esas cosas como para romper el hielo. Después una media hora de teatro y la última hora la dedicábamos a las manualidades y a los dibujos". Guillermo Vergini termina su café y hace una pausa. Desde el fondo de las pupilas surge un diminuto reflejo. Se tira para atrás, se acomoda el pelo y manifiesta: "probablemente, lo que hacíamos haya servido para muy poco; pero al menos, por dos horas los chicos podían olvidarse de lo que vivían o habían vivido. Con eso yo ya me sentía satisfecho".

Luego de todos esos años dando vueltas por el viejo continente Vergini volvió a su Rosario natal con deseos de quedarse. Afirma que si tuviese la posibilidad volvería nuevamente a trabajar con los refugiados. Además, en su interior atesora la esperanza de iniciar una agencia de esa ONG en Rosario para ayudar a todo aquel que lo necesite.
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