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 domingo, 06 de marzo de 2005  
Panorama político
El humor del presidente

Carmen Coiro

El éxito del gobierno argentino en la concreción del canje de los bonos de la deuda en default no alcanzó para mejorar el humor del presidente Néstor Kirchner ante la opinión pública. Al menos eso pudo observarse a lo largo de una semana en la que se ocupó de renovar sus ataques contra la prensa, al parecer no sólo molesto por el crítico informe de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), sino probablemente más irritado por la amplia difusión que hicieron los medios al escándalo por el caso de narcotráfico.

Durante más de dos semanas, el descubrimiento de una organización dedicada a traficar cocaína nada menos que a través de aviones de la empresa Southern Winds, la misma que el gobierno de Kirchner eligió como aliada para la creación de la virtual línea aérea estatal de cabotaje Lafsa, debe haber sido lo que realmente caló hondo en el ánimo presidencial.

"Es un hecho policial", intentó minimizar el viernes el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, develando la estrategia oficial de tratar de sacar el tema de las primeras planas de los diarios.

Lo cierto es que el caso fue puesto en el ojo de la tormenta por la propia administración estadounidense, que envió a altos dirigentes de la DEA para manifestar directamente al presidente su preocupación por la operación descubierta, cuyos alcances falta determinar aún con precisión.

Cierto es que detrás de esa inquietud norteamericana podría subyacer el interés de empresas de ese país por hacerse del negocio de la radarización de los aeropuertos argentinos, tan inseguros como lo han demostrado numerosos y reiterados casos e incluso, ensayos que habrían hecho los mismos espías de la DEA para demostrar que pudieron pasar armas sin ningún inconveniente por los laxos controles de Ezeiza.

Con el descabezamiento de la Fuerza Aérea, el gobierno sintió que podía despegarse de un caso de contornos insospechados, sin siquiera rozar a miembros de su gabinete que, como el secretario de Transportes, Jaime, es señalado como amigo personal del dueño de SW y como el autor intelectual de la alianza "estratégica" del Estado con esa compañía para crear Lafsa, una línea que no pasará de haber sido solamente una sigla.

Sin embargo, el éxito alcanzado en el canje de la deuda permitió al presidente mostrarse en el plano interno del país y en el nivel internacional como la prueba contundente de que no es necesario seguir las rígidas recetas del FMI, como lo hicieron casi todas las administraciones democráticas anteriores, para alcanzar sucesos en materia de renegociación de la deuda.

Si bien la operación tendrá que recibir ahora el crucial visto bueno de los poderosos países que integral el Grupo de los Siete (G-7) y del propio organismo financiero internacional, el hecho logrado por la paciente y silenciosa laboriosidad del ministro de Economía, Roberto Lavagna, sirvió de puntapié inicial para abrigar mayores esperanzas de una economía saneada y con un futuro más venturoso.

Las dudas se ciernen ahora en torno al pago de los próximos vencimientos de una deuda que no deja de abultarse, y que absorbe los recursos que podrían ser destinados a mejorar las condiciones de vida de los argentinos.

El presidente Kirchner anunció el fin de la era del default en el mensaje con el que inauguró las sesiones ordinarias del Congreso, un acto que, tradicionalmente, es símbolo del momento de los anuncios de los planes maestros para los años que restan de la gestión presidencial.

En esta oportunidad, sin embargo, el discurso de Kirchner no contuvo mayores novedades ni anuncios de campanillas. Tal vez porque decidió practicar otro de sus aciertos: no prometer más cosas concretas que las que pueda verificar.

En ese contexto, Kirchner, lejos de mostrarse relajado ante la opinión pública, una vez más reveló sin pudor la enorme crispación que le provocan las críticas, aunque en su discurso del martes pasado ante la Asamblea Legislativa haya improvisado unos párrafos finales para repetir una vez más que siempre está dispuesto a la autocrítica.

En los hechos, el presidente jamás demostró estar dispuesto a esa sana práctica, y confirmó su casi nula propensión a analizar ideas o propuestas que no hayan salido de su propia cabeza o de las de quienes integran su más estrecho entorno.

Así, el crítico documento de la SIP en el que el organismo de prensa interamericano definió como "preocupante" la falta de respeto del Poder Ejecutivo nacional a la libertad de expresión, despertó una vez más la indignación presidencial.

La SIP apuntó contra "la estrategia de comunicación del gobierno con los periodistas, que -según el informe que difundió- se refleja en problemas de desinformación que afectan uno de los derechos básicos de los ciudadanos".

Además de despotricar públicamente contra los dirigentes de la SIP -incluso señalando las acusaciones que pesan sobre uno de ellos por haber participado en un gobierno dictatorial del Uruguay- y de acusarlo de defender los intereses de los medios más poderosos del país, Kirchner ratificó su derecho a decir lo que piensa y a cuestionar a los periodistas que opinan diferente de él.

También aportó su muy curiosa y personal interpretación sobre la obligación de los gobernantes de transmitir sus actos a la opinión pública, al justificar su decisión de no convocar jamás a conferencias de prensa en el hecho de que, dijo, "yo hablo directamente con la gente".

Kirchner parece ignorar el artículo de la Constitución que obliga a los gobernantes a informar sobre sus actos a la sociedad "a través de la prensa", y considera que ignorando a aquellos medios que no son complacientes con sus posturas, impone una suerte de canal de información directo.

No es, sin embargo, que Kirchner haya sido visto en algún acto dialogando con gente que le pudiera haber expuesto reclamos o opiniones contrarias a sus planes e ideas. Es claro que inexorablemente, cuando aparece en público, el presidente siempre está rodeado de grandes cantidades de personas que lo ovacionan y aclaman sin solución de continuidad.

Su original forma de manejar la cosa pública y de transmitir sus ideas no parece haberle dado un buen resultado en el primer test electoral sobre el nivel de apoyo a su gestión que se produjo en Santiago del Estero.

Allí, el candidato del oficialismo perdió rotundamente frente a su rival del radicalismo, y en la administración central se dio marcha atrás y se restó significación al primer revés que sufre en una contienda electoral.

Ahora se eligen legisladores en Catamarca, y en la provincia de Buenos Aires está en pleno desarrollo la guerra interna del justicialismo que encuentra a un lado del ring al gobernador Felipe Solá, ahora la expresión bonaerense del kirchnerismo, y en el otro, a Eduardo Duhalde y su esposa, que demuestran a las claras su firme decisión de luchar con uñas y dientes para mantener bajo su dominio a la jurisdicción política de mayor importancia del país que supieron transitar como su propio hogar.

Al fin y al cabo, la vieja política parece asomar constantemente desde debajo de la alfombra, adonde fue escondida después de la crisis institucional del 2001. La renovación sigue esperando, aunque viene también aflorando con avances de pequeños pero progresivos pasos que revelan que la sociedad no se resignó a lograr un verdadero cambio.
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