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 domingo, 06 de marzo de 2005  
Reflexiones
La igualdad en la diferencia

El Día Internacional de la Mujer tiene su génesis en un hecho trágico: la muerte de más de cien obreras textiles como consecuencia de una huelga. Por ese motivo es un día de lucha que, rápidamente, la sociedad de consumo (que no conoce fronteras geográficas ni éticas) convirtió en una fecha para homenajear a las féminas a través de obsequios diversos que pueden ir desde una humilde flor a una esmeralda.

No nos negamos a los regalos ni al saludo cordial. Pero resultaría pertinente algunas reflexiones para no vaciar de contenido esta fecha. En primer lugar algunos se preguntan por qué no existe un día para los hombres ¿será quizás porque a través de los siglos todos los días fueron de ellos?

Los arcos que en la antigüedad se construyeron en honor a las conquistas imperiales llevan nombres masculinos, las bancas parlamentarias desde el Senado romano hasta el siglo XX fueron para ellos, las primeras escuelas les estuvieron destinadas exclusivamente, y aún hoy debemos escuchar las increíbles explicaciones de un profesor de una prestigiosa universidad norteamericana que pretende hacernos creer que las mujeres están en inferioridad de condiciones para enfrentar el conocimiento de las matemáticas.

Los ejemplos son tan abundantes que podríamos escribir varios tratados -y de hecho se han hecho- en los que encontraremos una exhaustiva explicación a este cuestionamiento que en más de un 8 de marzo hemos tenido que escuchar. Por otra parte es habitual otra cantinela: "Pero ¿qué pretenden las mujeres?" expresada con un dejo de fastidio y hartazgo por nuestro avance implacable en demandas, denuncias, manifestaciones y reclamos.

Creo (sin erigirme en vocero de mayorías) que las mujeres, y en especial las feministas, queremos dejar bien claro que aceptamos las diferencias biológicas. De ningún modo nos urge adoptar caracteres masculinos. Válganos el cielo de que nos crezcan barbas y bigotes cuando ya tenemos bastante con la depilación frecuente para eliminar el vello molesto en otras zonas de nuestro cuerpo. Más aún, no tenemos interés alguno en portar un miembro viril (como pretenden hacernos creer ciertas teorías psicoanalíticas) considerando que estéticamente es desagradable (aunque no le negamos su capacidad de brindarnos placer) y que, además, resulta definitivamente molesto a la hora de calzarse una bikini.


Los mismos derechos
Lo que planteamos es que las diferencias no pueden dar lugar a la desigualdad. Mujeres y hombres portamos los mismos derechos y queremos que ellos sean reconocidos y se den las condiciones para ejercerlos con plenitud tanto en el ámbito público como privado. No alcanzan los tratados y convenciones internacionales, ni las leyes provinciales y nacionales, ni toda la militancia de las mujeres, ni el convencimiento de todos los gobiernos si no se cambian los estereotipos enraizados profundamente y sustentados por siglos por un discurso filosófico, religioso, médico y jurista que ubicó a la mujer en un lugar de minusvalía y dentro de las paredes del hogar, asignándole un rol de reproductora y cuidadora.

Si no podemos corrernos de ese lugar la igualdad seguirá siendo una utopía. A la lucha de las mujeres le falta una pata: los hombres comprendiendo que las diferencias biológicas son las únicas establecidas por la naturaleza, que todas las demás fueron impuestas por la cultura y, por lo tanto, absolutamente modificables. Que los/as hijos/as se hacen entre dos y deben ser criados entre dos, que si bien no pueden parirlos ni amamantarlos, pueden disfrutar preparándoles la mamadera, cambiando los pañales y cuidándolos de día y de noche. Que las mujeres no nacemos con una sartén ni una escoba incorporada, que aprendemos las tareas hogareñas del mismo modo que ellos pueden y deben hacerlo.

Que si es habitual que tengamos las mejores notas en la universidad, eso significa que estamos igualmente capacitadas para ejercer cualquier oficio o profesión. No existen trabajos "femeninos" o "masculinos". Que nuestra participación en la política enriquece las miradas y las propuestas porque la sociedad es compleja y está formada tanto por unos como por otras. Y en esto, a su vez, las mujeres debemos superar la tentación de asumir los códigos varoniles para ser aceptadas. Impongamos sin prejuicios ni condicionamientos nuestros propios códigos. No podemos dejar de ser para ser.


¿Sexo débil?
¡Cuántos debates alrededor del cupo tenían como argumento que tenían que llegar a concejalas, diputadas o senadoras aquellas que tuvieran capacidad! Totalmente de acuerdo, pero una duda queda flotando: ¿Significa esto que todos los legisladores desde el 83 a la fecha nos han dado muestras de excelencia? Desde los inicios de la historia nuestro cuerpo ha sido objeto de políticas: custodiado, vigilado, reducido a la tarea de reproductor o entretenimiento; aún hoy es el centro de debates y miles de mujeres mueren por negárseles su derecho a decidir o son reducidas a la esclavitud, víctimas del tráfico de personas.

Desde la manzana que, según cuentan, Eva le entregó a Adán hemos tenido que soportar los manuales medievales para saber cómo comportarnos: fuimos las brujas que persiguió la Inquisición y el diccionario español todavía nos define como sexo débil. Mientras la acepción "hombre público" hace referencia a quien dirige los negocios, la de "mujer pública" se aplica a la ramera; mientras que el gobernante es quien atiende cuestiones de estado, la gobernanta es el aya, la institutriz.

En los últimos 50 años hemos avanzado a pasos agigantados, pero mientras persistan los estereotipos, el sexismo en el lenguaje, la menor remuneración a igual trabajo, las puertas cerradas en algunos espacios públicos, la condena a los embarazos forzados, las muertes por violencia doméstica y tantas otras situaciones injustas (marcas claras de la desigualdad) el 8 de marzo seguirá siendo para festejarlo pero recordando que sigue siendo un día de lucha por la igualdad.

Viviana Della Siega

Licenciada en comunicación social

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