 | viernes, 04 de marzo de 2005 | Reflexiones La agenda argentina Pablo de San Román El presidente Kirchner ha anunciado hace poco la salida de Argentina del default sin que esto tenga en el exterior una relevancia mayor. La prensa -en España por ejemplo- ha relegado este anuncio a alguna página posterior de la edición económica, aunque sin dejar de atender la novedad. El esfuerzo de negociación ha sido grande -los acreedores internacionales difíciles- y la tarea de convencimiento larga. El gobierno ha puesto su empeño en producir toda esta negociación y es esperable que las cosas marchen relativamente bien (sobre todo cuando hay voluntad de pagar).
Lo que no está tan claro en el gobierno es que, una vez pautada esta solución, lo que viene es inmensamente mayor. O para ser justos, tan mayor como la anterior negociación. Y es que el país tiene una cuenta pendiente con el desarrollo. No con el desarrollo de las grandes negociaciones internacionales -de las que ha hecho práctica- sino del interno, aquel que permite a las sociedades vivir bajo una dignidad general, y considerar justa la obtención de riquezas.
Lo que el gobierno tiene frente a sí son prácticas de política interior. Implementación de reformas y manejos para favorecer el desempeño económico de la sociedad, y de sus atribuciones. Por ejemplo, la existencia de un nuevo pacto fiscal con orientación productiva, y un acuerdo federal de coparticipación de impuestos. La sociedad debe sentir que es ella la que produce las riquezas, y que por lo tanto recibe una apropiación proporcional. Lo que en términos de desarrollo se denominaría una distribución efectiva del producto.
Ciertamente, el país ha crecido y las cuentas del Estado son más cómodas que las de hace un tiempo. En ello han tenido que ver circunstancias externas favorables para la economía argentina, y un cambio de relación monetaria que situó al país en un eje más racional de competitividad. Lo que no puede desconocerse es que éste no puede ser el único marco de sostén de todo el crecimiento. Quiero decir: las pautas de desarrollo deben ubicarse en un esfuerzo sostenido por mejorar las condiciones internas de producción, de recaudación y de asignación de recursos. En estas condiciones, el país tiene una oportunidad evidente para emprender cambios.
Ludwig Erhard -padre de la moderna economía alemana- ha dicho en uno de sus libros que el cambio fundamental de una nación se produce cuando la sociedad siente que es la protagonista del mismo. Que el producto de su trabajo se cuida, y que las oportunidades provienen de su propio medio social. Cuando esto se produce, entonces el país encuentra una autoconciencia del cambio, y genera efectos duraderos. La economía alemana -dice ofuscado- no es un milagro sino el producto de un trabajo constante de la sociedad, a la que se le ha brindado una oportunidad.
Con un menor bagaje teórico pero con mayor pragmatismo, el actual embajador de Estados Unidos en Argentina, Lino Gutiérrez, ha dicho que el país evidencia un crecimiento notable, pero que son necesarias aún reformas estructurales. Muchos se preguntarán si éstas no fueron ya hechas, o si no fue la década del 90 una época de reformas. Pues sí. Fue un época de reformas pero, desafortunadamente, desorientadas en la desidia de quienes la favorecieron. Las reformas estructurales de las que habla Gutiérrez son aquellas relacionadas a la restitución del sistema de crédito nacional, y a la recuperación de inversiones externas. En todo ello el rol de la Justicia es fundamental.
Puesto a verse, no hay tiempo para planteos exitistas. El canje es un elemento más para comenzar a recuperar el aliento nacional. Es un paso clave por sus derivaciones externas -sobre todo en la restauración del crédito internacional- y porque otorga al grupo negociador ciertas credibilidades. Pero puede decirse que esto recién empieza y que la tarea desarrolladora es todavía más compleja. Hay demasiadas cuestiones pendientes, de índole interior, como para suponer que las cosas han llegado a un estado satisfactorio. En el mismo periódico español donde el presidente relata los logros, el escritor Tomás Eloy Martínez ha hecho un recuento de las indigencias que hoy sufre nuestro país. Y aquello que aparece como una excepcional circunstancia es inmediatamente puesto en perspectiva por la gravedad del resto (me refiero a la exclusión y a la pobreza).
La agenda argentina tendrá entonces una gravedad inusitada. Exigirá un compromiso extraordinario y un sentido de responsabilidad tenaz. La consolidación del crecimiento, la optimización del medio económico y la incorporación de la sociedad al sistema de mercado serán tareas prioritarias tarde o temprano. La opción del gobierno será alargar las tranquilidades de la coyuntura o emprender aquello que las hará permanentes. La revitalización del orden interno sustituirá con velocidad los aspectos de orden exterior. Lo que sucede en esa negociación internacional es clave para el plano doméstico. Pero deja de serlo si éste es desatendido.
La mayor tensión que han experimentado los gobiernos norteamericanos para permanecer en el poder -sean republicanos o demócratas- ha sido la correspondencia entre lo externo y lo interno. Aquello que permite explicar que lo hecho en el exterior es favorecedor de la sociedad. Todo proceso exitoso en este sentido ha comprobado un respeto posterior hacia las condiciones internas. Quizás sea éste el recaudo que el gobierno argentino deba tomar para favorecer sus ambiciones.
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