| domingo, 27 de febrero de 2005 | Para beber: Tiempos de guerra II Gabriela Gasparini
Recapitulemos. Qué personajes y acciones teníamos en la nota pasada, esto es para que quienes no la leyeron sepan de qué se trata. Los mejores viñedos franceses en la zona ocupada por el ejército alemán, la jerarquía nazi empeñada en sacar el mayor provecho posible a esa situación, los weinführers encargados de comprar vinos sublimes a precios lo más ridículos posible, y los viñateros franceses resistiendo con garras y dientes a la confiscación de sus tierras y a la venta en cantidades altísimas de sus gloriosas botellas por sólo centavos.
Amparados bajo el lema "esconder, mentir, burlar", los bodegueros inventaron toda clase de estratagemas para proteger su producción. Si bien los alemanes sabían que de algún modo los estaban engañando, les resultaba imposible inspeccionar de forma tan exhaustiva como para descubrir que las telarañas que cubrían las paredes de la cava de Maurice Drouhin, habían sido colocadas de manera muy convincente una vez que terminaron de levantar la pared que ocultaba las botellas que no estaban dispuestos a entregar al enemigo.
Como tampoco podían suponer que una famosa casa dedicada a la compra, venta y limpieza de las más exquisitas alfombras, colaboraba llenando bolsas con la tierra que sacaba de los artículos que le encargaban acondicionar para luego entregarlas en los más lujosos restaurantes, donde sus propietarios esparcían el polvo recibido sobre botellas de vino nuevo de baja calidad que ofrecían a los oficiales del Reich como añejas y estupendas cosechas.
Pero en la embestida nazi la peor parte parece haberla llevado la región de Champagne. Desesperados por las burbujas, los pedidos que Berlín hacía eran casi imposibles de satisfacer, y las cantidades requeridas estaban fuera de casi todo cálculo razonable. Los productores entonces decidieron unirse formando el Comité Interprofesional del Vino de Champagne (CIVC que todavía hoy representa a esa industria) con un único vocero, Robert de Vögué, que negociaría por todos. Según sus colaboradores, Vögué nunca dudó de que los aliados vencerían por eso pensaba que lo que había que hacer era mantener las cosas en un nivel aceptable y conseguir que todos tuvieran algo con qué recomenzar cuando la guerra terminase.
Por supuesto ellos también escondieron, envasaron lo peor de sus cosechas en las botellas etiquetadas con el rótulo "Reservado para la Wehrmacht" e hicieron lo imposible por preservar sus empresas, pero quizás lo más sobresaliente fue su colaboración con la Resistencia. Las bodegas eran usadas como escondite y depósito de armas y los miembros de la Resistencia descubrieron siguiendo el movimiento de los despachos que detrás de los embarques de champagne se escondía información que no tardaron en descifrar.
Se dieron cuenta de que cada vez que se enviaba una remesa de importancia a un lugar, a continuación allí acaecía una ofensiva militar nazi de envergadura. Por ejemplo, cuando requirieron una partida de decenas de miles de botellas con destino a Rumania, lugar donde oficialmente sólo había una pequeña misión alemana, a los pocos días la región fue invadida por el ejército de Hitler, y en seguida el champagne se distribuyó entre las tropas como una manera de decirles "el führer piensa en sus soldados en primer lugar". Los hombres de la Resistencia requirieron entonces la colaboración de los productores para conocer con detalle rumbo y cantidad de las cargas.
Así, cuando en 1941 recibieron la orden de acondicionar especialmente un pedido para ser enviado a un destino muy caluroso, entendieron que el país no podía ser otro que Egipto y la conclusión fue sencillamente que Rommel daría inicio a la campaña en Africa del Norte. Como era de esperar la información fue inmediatamente transmitida al servicio secreto británico.
Como vemos no sólo placer nos brindan los nobles caldos, también han tenido, aunque ínfimo, un papel en eso de ayudar a ganar la guerra.
Fuente: Vino y guerra, de Don y Petie Kladstrup enviar nota por e-mail | | |