| domingo, 20 de febrero de 2005 | Para beber: Vinos en tiempo de guerra Gabriela Gasparini No contentos con ser responsables del exterminio más cruel de la historia y de dedicarse al saqueo de obras de arte, la oficialidad alemana decidió, una vez ocupada Francia, ir en pos de uno de los emblemas que con más orgullo exhibían: sus vinos. Lejos de quedarse con los brazos cruzados, miembros de las familias de vinicultores más prominentes de las cinco regiones vitícolas francesas, organizaron su propia resistencia. Hombres, mujeres y niños participaron en esta contraofensiva para defender sus tierras y sus botellas.
Esto es lo que cuentan en el maravilloso libro "Vino y guerra" (que encontré durante la vacaciones) Don y Petie Kladstrup: dos periodistas que se dedicaron a bucear en la vida de los hacedores de vino durante la Segunda Guerra (transmito aquí algo de esa terrible y a la vez increíble historia).
La Línea de Demarcación dejó bajo el control alemán la mayor parte de los viñedos, y las autoridades no perdieron el tiempo a la hora de poner en claro a los vinicultores quién estaba al mando. Los líderes nazis tenían una estrecha relación con el vino. El ministro de Relaciones Exteriores, Joachim Von Ribbentrop y el vice canciller Franz Von Papen, en ese momento embajador en Austria, habían llegado a cargos de envergadura dentro del nazismo provenientes del comercio de vino, al igual que varios militares de alto rango.
Otros como Goebbles y Göering se enorgullecían de sus conocimientos en la materia y de las colecciones que tenían en sus bodegas. Convencidos de que Alemania debía obtener lo mejor de la producción vinícola francesa, no sólo por la importancia a nivel económico sino como símbolo de prestigio, sofisticación y poder, crearon un cuerpo de agentes para la importación de vinos de Francia compuesto por hombres provenientes del negocio del vino con las relaciones necesarias como para emprender con éxito la tarea, a quienes ni lerdos ni perezosos, los franceses bautizaron: los weinführers.
Las autoridades alemanas habían cometido un error porque estos hombres no sólo eran comerciantes y grandes conocedores del tema, también eran amigos de los vinicultores y negociantes franceses.
Una de las formas de lucha que decidieron encarar fue saquear los vagones con mercaderías destinadas a Alemania. Un ejemplo es el de Jean Michel Chevreau, productor del valle del Loire, a quien los soldados despojaron de cien de sus mejores botellas. Unas noches después, acompañado por algunos amigos y provistos de latas de veinte litros y mangueras se encaminaron a la estación de Amboise donde estaban cargando barriles de vino con destino al país enemigo. Esperaron con paciencia que los soldados se distrajeran y en silencio y con rapidez vaciaron los toneles (así durante semanas).
Cuando Berlin hizo sentir sus quejas y puso a controlar el peso las llenaron de agua. El libro donde el jefe de estación asentaba las novedades decía: "Por favor deseo me informen qué les gustaría que hiciese con el gran container de barriles de vino que llegó aquí. Los barriles están todos vacíos. Su más respetuoso servidor, Henri Gaillard, jefe de estación".
Otra de las formas de sabotaje era mandar pedidos a destinos distintos a los solicitados.
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