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 domingo, 23 de enero de 2005  
Cuentos
Antes de caer al vacío

Pablo Gavazza

Antes de caer al vacío, el futuro presidente de la nación brincaba como una rana que estaban fritando en el asiento posterior del avión. El cielo se había ennegrecido y la atmósfera parecía un muro de brea. En el centro oeste del país aquel Breguet avanzaba hacia una tormenta y uno de los ministros más sólidos del gobierno hacía la concreción de las primeras ideas golpistas. Agustín P. Justo, miembro del exclusivo Círculo de Armas de Buenos Aires y dueño de la estima de los integrantes de la Logia General San Martín, estaba en peligro.

Al comando de la nave y sujeto por el correaje delantero iba el capitán Dionisio Victorigno Alegría. Avezado piloto que tenía ordenes claras en caso de sobrevivir a un accidente.

Abajo, en la sequedad del suelo, a más de mil metros, el silencio previo a la tormenta resultaba más fuerte que el ronroneo irregular del avión entrando de lleno en la oscuridad.

El auto se detuvo frente a un surtidor inmediatamente después de que el chofer cerrara el contacto. El barro hacía que las ruedas y los zapatos se hundieran en el pisadero de la estación.

-Lleno -dijo el galochas al bajarse.

-Sí señor -contestó el empleado enfundado en un delantal largo de color gris.

En la pared de la oficina y entre las latas de aceite el almanaque de cartón afelpado de YPF marcaba Abril 12 de 1927.

-Por fin paró. Habrán caído unos sesenta milímetros. Para el campo ya es suficiente.

-Sí -contestó el hombre sin intención de charla.

-Qué se le va a hacer. Seguro que ganamos, digo, en las elecciones...

-No me diga.

-Yo lo voto de nuevo. Más que por "el viejo" por esto lo voto -afirmó señalando la manguera.

-Claro. Bueno, que tenga suerte.

-¡Ah! Disculpe, no sabía. Yo a usted me lo hacía de los nuestros -dijo socarronamente el de delantal-. ¿Pero es verdad que quieren vender todo el petróleo?

-No, ¿quién le dijo?

-Nadie.

-Lo que pasa es que usted nunca leyó a Lugones -tosió el del auto. Ahí tiene. Ya que le gusta la historia o lo que está escrito, ¿no le da bronca lo que quieren hacer con los combustibles?

-No, no me da. Usted no comprende el momento histórico.

-Pero el petróleo es nuestro. ¿No le da pena?

-¡No, qué me va a dar!

-A nosotros sí -dijo el empleado señalando el surtidor.

-¿Al dueño?

-No, al flaco, al cabeza de fósforo -sonrió fríamente el de gris señalando de nuevo al surtidor.

-¿Cuánto es?

-Nada.

-¡Pero qué dice hombre!

-No, nada. En serio. Si es suyo -dijo el empleado abandonando la sonrisa al tiempo que colgaba la manguera-. Además tiene que pasar por el correo. Me avisaron para que le diga que tiene un telegrama urgente. Vaya ahora, no se demore.

Hacía treinta minutos que habían despegado de la fábrica militar de aviones de Córdoba. El motor transpiraba aceite y olía a algo más que nafta: hedía a kerosene y aguarrás, sin embargo, el ministro -ex director del Colegio Militar- aún no se mostraba preocupado. Habiendo despegado de la pista que él mismo mandara a construir dos meses antes se sentía seguro, como si volara por el patio de su propia casa. Pero si bien esa confianza lo había ganado no era la causa de volar libre de ataduras, de cintos y de hebillas. El hombre sospechaba de los posibles "defectos" producidos por alguna mano oscura, tanto en las maderas como en los metales de la máquina y temía no poder desatarse a tiempo con el avión en picada. Un Houdini sin trucos -si es que el mago los tenía-. Un Houdini sin salvación posible.

-Tenga hombre -dijo el del auto dándole un billete con el brazo estirado.

-Este es un país de poca suerte -alcanzó a decir el de la estación sin mirar y sin recibir el dinero.

-A la suerte hay que ayudarla.

-Me refiero a otra cosa. Acá parece que hay que aclarar siempre que lo nuestro es nuestro.

-Y, es la política.

-Sí, las manzanas podridas.

-Es algo inevitable, siempre las hubo.

-Como la lluvia.

-Claro, como la lluvia -convino el hombre subiéndose al auto.

Arriba, la potencia de la máquina se había tornado inversamente proporcional a su estabilidad. El artefacto se debatía dejando una estela magenta compuesta por fuell oil y parafinas. "Me lo debe haber mandado el peludo", pensaba Justo manoteando los cueros sueltos. Sabía que con el petróleo se podían manipular las fuerzas golpistas y viceversa y también había comenzado a darse cuenta de que su vuelo a La Rioja peligraba seriamente. El golpe venía oliendo a petróleo.

El avión saltaba de pozo en pozo como una langosta. Los objetos de mayor peso caían más rápido que los otros. Cuando la nave descendió seca unos cincuenta metros hizo que el ministro se quedara sentado en el aire oyendo cómo se apagaba el ruido del motor alejándose. Trató de patalear como si estuviera hundiéndose en el agua. Después paró y no hizo nada. Se orinó. Se mantuvo abandonado un tiempo hasta que de un manotazo tiró de la cuerda para abrir el paracaídas.

Del otro lado de la tormenta, en la base de la provincia vecina y luego del alivio del aterrizaje, el piloto de la nave se desató y giró para saludar al pasajero que debía estar en el asiento posterior. Al no ver a nadie se incorporó y saltó pasándose a la carlinga de observación para revisarla creyendo que estaba desmayado en algún rincón pero allí no había nadie. Se deslizó por las costillas del fuselaje y saltó al pasto. Corriendo llegó a la oficina para comunicar la noticia y cumplir con sus instrucciones en caso de accidente. Envió varios telegramas a diferentes destinos: "URGENTE, Ministro de guerra perdido en el aire".

Finalmente, en la copa de un árbol de un paraje llamado Patquía, suspendido por los hilos y arneses de su paracaídas, el hombre aguardaba que lo viniesen a rescatar. A salvo de las espinas de los cardones, a resguardo de la orina de los zorrinos y de la saliva de los guanacos, lejos de las garras de los pumas, esperaba tranquilo. Sucio de combustible pero ileso en el cuerpo esperaba que alguien llegara trayendo además de una escalera la confirmación de que Agustín P. Justo estaba claramente señalado por la historia.

-Déjese de joder -carraspeó molesto el del auto-.YPF es una empresa y nada más, además ¿no me dijo que tengo que pasar por el correo? ... ¿qué tengo un telegrama urgente? ¿Por qué me hace perder tiempo?

-Pero nuestra, YPF es nuestra.

-Para que sea suya tendría que tener acciones.

-Sí claro, pero yo soy argentino.

-No, acciones verdaderas.

-Yo soy argentino de verdad.

-Usted es gringo igual que yo -escupió el del auto con el motor en marcha y repitió casi gritando:

-¿¡Cuánto es!?

El empleado lo miró fijo y comenzó a sofocarse como si hubiera tragado algo del barro de la estación. Por eso dando un paso atrás, disparó:

-¡Nada carajo! -y dejó pasar el auto que se alejó de golpe en dirección a la oficina de correos.

(Aclaración del autor : este relato está basado en un hecho real ocurrido el 12 de abril de 1927)
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